• 18/06/2024 23:00

El peatón y la vialidad hostil

Cada vez que la mayoría de los peatones sale, lo más probable es que se encuentre con aceras que no cumplen con la anchura que permita la circulación apropiada en ambas direcciones sin que se deba correr el riesgo de lanzarse a la calle para pasar. También es posible que dichas aceras contravengan la altura de contrahuella normativa [...]

Con referencia al urbanismo, el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua ha definido el término vialidad como: “Conjunto de servicios pertenecientes a las vías públicas”. El mismo diccionario ha definido la palabra urbanismo como : “Conjunto de conocimientos relacionados con la planificación y desarrollo de las ciudades y, por extensión, de otros núcleos de población.”

En alguno o en varios momentos de la historia, por descuido o por fuerzas exógenas, la Ciudad de Panamá ha perdido o ha ignorado la importancia que tienen estos conceptos. Sin las regulaciones concernientes a ellos, esta ciudad ha dejado de ser un hogar que acoge a sus habitantes para convertirse en un monstruo que los acosa y los desafía a superar sus obstáculos, cada vez con niveles más altos de dificultad.

Cada vez que la mayoría de los peatones sale, lo más probable es que se encuentre con aceras que no cumplen con la anchura que permita la circulación apropiada en ambas direcciones sin que se deba correr el riesgo de lanzarse a la calle para pasar.

También es posible que dichas aceras contravengan la altura de contrahuella normativa para que un peatón pueda acceder a ellas sin correr el riesgo de lastimarse o sobreesforzarse en esta aventura. A este respecto, muy recientemente, varias autoridades de cuya peatonalidad o de cuyo conocimiento sobre la vialidad peatonal podría dudarse, han optado por sobreponer un nivel de más o menos diez centímetros de concreto por encima de las aceras existentes a manera reparación. Esto resulta en aceras de veinte centímetros de altura o más. Da la impresión de que esto resulta económicamente más conveniente para los encargados de las reparaciones. Sin embargo, para los peatones, no lo es. Si no se es peatón, solo hace falta imaginar lo que uno tiene que enfrentar al cruzar la calle (pasar de una acera a la otra) o al bajarse de un auto para intentar acceder a estas altas aceras.

Está, por otro lado, el desafío de esquivar postes, hidrantes, señales de tránsito, vallas publicitarias, autos “estacionados”, cunetas profundas, huecos que existen por deterioro o porque los dueños de lo ajeno han hurtado las tapas para venderlas.

Esto de “dueños de lo ajeno” es aplicable no solo a los que hurtan, sino también a los buhoneros convencidos de que el espacio público les pertenece a manera de propiedad privada. Sin importar los estrechos laberintos por los que tenga que transitar la multitud de peatones ni las regulaciones al respecto, los buhoneros verán por su beneficio en detrimento del derecho común de la propiedad pública.

El cabo inferior de las vallas publicitarias, las señales de tránsito, los remanentes de cabinas telefónicas y todo objeto que alguna vez estuvo clavado en la tierra se convierten en un peligro para la seguridad de todos. El problema está en el modo en que dichos objetos son removidos después de haber cumplido su vida útil. En vez de extraerlos desde sus bases, los cortan, dejando los cabos oxidados o los tornillos e incluso las bases de cemento sobresalientes en aceras y áreas verdes colindantes. Si no se anda con la precaución necesaria, puede sufrirse un accidente.

Panamá es un país tropical cuya frecuencia y caudal de lluvias debería llevar a las autoridades a corregir o encauzar el drenaje de charcos y corrientes de agua en calles y aceras. Contrariamente a eso, con cada nueva construcción, con cada nuevo proyecto esta situación empeora. Vadear las aguas se convierte en un desafío más para todos.

A todo esto, pueden sumarse los pasos peatonales para cruzar calles. Algunos hechos totalmente de metal, que es un material resbaladizo y peligroso en tiempo de tormentas eléctricas. Están también los que, con la pretensión de cumplir con el asunto de la inclusión, tienen rampas que triplican o cuadruplican el recorrido. Además, está el afán de que toda obra pública debe generar ganancias. Por eso, pueden verse vallas publicitarias flanqueando dichos pasos elevados y convirtiéndolos en túneles oscuros e inseguros para el tránsito cuando es de noche. Los buhoneros también han encontrado su ubicación conveniente en estos pasos elevados peatonales, reduciendo el espacio de circulación de los mismos con sus puestos de mercancías.

El toque final que, en realidad, no se sabe si es el final lo construyen los accesos inclusivos; esos pintados de azul celeste y con la representación en blanco de una persona en silla de ruedas. De estos accesos existen los que cumplen con la norma. Pero también existen los obligados para que se diga que existen, pero que no cumplen con las normas. El peor escenario es su inexistencia, ya sea por descuido, por evasión o por desconsideración. Esto último es simplemente la ausencia de empatía.

Así están las cosas para los peatones que son la mayoría de los que habitan y transitan por la ciudad más grande del centro de las Américas, Panamá. Aquí, solo es posible entender los problemas de los peatones siendo uno de ellos o, al menos, siendo tan empáticos como sea posible para con ellos.

El autor es auxiliar de arquitecto y docente
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