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Hace ya más de 50 años el estudiante panameño se lanzó a sembrar banderas en la Zona del Canal. Pero no se trataba de cualquier estudiante. Era en verdad un estudiante de calidad, producto de una educación igualmente de calidad que añoramos más que nunca. Representaba a una generación de jóvenes respetuosos, disciplinados y rebeldes, instruidos y bien educados, llenos de un fervor patriótico racional que correspondía con un concepto político y moral inteligente que había madurado durante varias décadas. Ese estudiante panameño ejemplar, sometido al orden y la legalidad afronta, al contrario, a una turba de colonos zoneítas y de autoridades civiles y militares de un Estado organizado, dirigido estrictamente por leyes, el más poderoso del mundo.
El estudiante panameño se enfrenta en la Zona del Canal, con ánimo pacífico, a gentes que actuaban de manera belicosa, irracional, irresponsable. A gentes que se rebelaron contra su gobierno, que manifestaban una acción contraria al temperamento y la acción del pueblo de la gran nación americana que les otorgaba sustento material y moral. El resultado de esa confrontación desigual fue el 9 de enero de 1964. Se produjo, ese día en Panamá, una fractura histórica, un antes y un después inevitables.
En el sitio emblemático que fue la escuela secundaria de Balboa, convertido ahora en el santuario de la nacionalidad panameña, tiene lugar el desencuentro simbólico de dos culturas y de dos sensibilidades opuestas. En ese lugar nació, de manera inesperada, el germen de una nueva realidad y de un futuro que al final será más luminoso. Allí el estudiante del Instituto Nacional tuvo un protagonismo inigualado en eventos que desencadenaron la aceleración de la historia entre dos naciones y entre dos pueblos. Acontecimientos con impactos colosales en el porvenir. El resultado habrá de ser, finalmente y trece años más tarde, los tratados suscritos el 7 de septiembre de 1977 por Omar Torrijos y Jimmy Carter y sus inmensas conquistas para Panamá, para la paz entre dos naciones, la tranquilidad en el continente americano y la seguridad de la navegación internacional. Dichos tratados que eliminaron desde 1979 el enclave colonial llamado Zona del Canal y traspasaron el Canal a Panamá en 1999, existen también gracias a los estudiantes panameños, los del Instituto Nacional en primer lugar, a los mártires inmolados hace medio siglo.
Se deben a la furia de un pueblo que se vuelca a las calles desde la tarde del 9 de enero de 1964 y se encamina a la Zona del Canal para vengar su bandera pisoteada y sus derechos conculcados, su honor mancillado. Existen los tratados Torrijos-Carter y se manifiestan sus resultados gracias a la acción de generaciones de panameños que lucharon durante décadas, al sacrificio de los mártires-próceres de enero y a la actitud patriótica y valiente del presidente Roberto Francisco Chiari Remón, el único en la historia de Latinoamérica que rompió relaciones con la gran potencia del norte aún en contra de sus más profundos intereses familiares, empresariales y personales. Su gesto heroico obligó al gobierno de Estados Unidos a sentar sus representantes con los del gobierno panameño para resolver por la vía de la negociación pacífica el grave problema que tenía con Panamá a causa de la relación creada por la existencia del Canal interoceánico.
Una idea se fue convirtiendo en aspiración y luego se hizo realidad concreta: Panamá soberana, término que más que una divisa es un hecho tangible, nos ha otorgado sentido de nación y prosperidad al pueblo panameño. Desde el 9 de enero hasta hoy, el país evolucionó notablemente, gracias en gran parte a los recursos extraordinarios que desde octubre de 1979 tenemos a nuestra disposición. Esa realidad desmiente a los que sostenían que “la soberanía no se come”. Sin embargo, el sacrificio de los mártires y la lucha generacional nos ha dado orgullo, sentido de dignidad y muchos miles de millones de dólares en tierras, en infraestructuras y en ingresos que han elevado, con desigualdad evidente, el nivel de vida en el país. Es una verdad de a puño que nadie puede negar.
Nos toca ahora corregir esa inequidad, hacer que todos reciban, por igual, los beneficios del canal, como herencia también de una epopeya grandiosa en enero de 1964 y que se convierta en más salud, más cultura, mejores viviendas, más educación, más saneamiento ambiental, un desarrollo equilibrado del campo y las ciudades del país, un mejor gobierno y real justicia para los panameños, en especial para aquellos, que son multitudes, menos provistos por un sistema que los excluye y margina. Debemos ahora luchar porque el sacrificio de los mártires de enero de 1964 nos anime, nos impulse y nos ayude a resolver de manera verdaderamente revolucionaria el más grave problema que arrastra nuestra sociedad, de cuya solución depende enteramente nuestro porvenir. Se trata, por supuesto, de la educación.
De una educación de la más alta calidad, plenamente racional, totalmente laica y moderna, que forme ciudadanos completos antes que todo, responsables, conscientes de sus derechos y de sus deberes, imbuidos de los valores del humanismo y dotados de las mejores herramientas de la ciencia y de la tecnología. Educación excelente, en todos los niveles, desde los primarios hasta los universitarios, con maestros y profesores académicamente bien formados. Docentes que surjan de los mejores estudiantes, seleccionados con el mayor rigor, para formar parte del grupo de los profesionales más calificados y, en consecuencia, mejor retribuidos y reconocidos por la sociedad. Educación comparable, adaptada a la realidad más avanzada científica y espiritual de principios del siglo XXI, a la que recibieron los estudiantes panameños que protagonizaron las gestas heroicas que hoy conmemoramos con fervor.
Nuestro compromiso por lograr una sociedad mejor será el más rendido homenaje a los mártires de enero de 1964 y servirá para saldar la deuda de gratitud que tenemos los panameños de las generaciones que hemos disfrutado y continuaremos haciéndolo del resultado de su sacrificio.
Ahora solo nos resta recordar con cariño esas gestas patrióticas y difundirlas en las aulas escolares, desde las primarias hasta las universitarias, para que no se olviden sus protagonistas y se honren apropiadamente sus héroes históricos. Para que se fortalezca el sentimiento cívico que se hinca en el rico pasado nuestro y se proyecta al venturoso porvenir que construiremos todos como hombres libres, responsables, respetuosos de la ley, pero vigilantes de su aplicación a todos por igual, panameños de una patria unida, cada vez más en la opulencia, como lo fuimos y debemos serlo todavía en la adversidad.
El autor es Geógrafo, historiador y ex negociador de los Tratados Torrijos-Carter