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Llegó el momento de propiciar un diálogo político con Daniel Ortega. Todos lo quieren, pero nadie se atreve a plantearlo desde un escenario real basado en la negociación política, sin máscaras. Todos le huyen a los partidos políticos, supuestamente, pero nadie ofrece una salida desde la ética y la contextura de la que están constituidos los partidos políticos para la sostenibilidad o la búsqueda del Poder.
No me explico cómo crecen a diario ejércitos (sin tropas, pero con tropelias) de organizaciones de la sociedad civil “opositora”, plataformas, confederaciones y grupos que en realidad no ejercen ninguna presión y mucho menos, una ruta de estrategia y trabajo accionario, queriendo salir de Daniel Ortega y su régimen, atacando, pero sin llegar siquiera a darle una sola estocada y por otra parte, renegando a más no poder de la vigencia de los partidos y su necesaria existencia para crear una auténtica alternativa política capaz de sentarse a dialogar para buscar una salida a la crisis nacional.
En este contexto Ortega desde su fortín en El Carmen en Managua, podrá continuar gobernando por mucho rato, acumulando crisis de las que ya está acostumbrado, poniendo oídos sordos a cuanto se diga de él y su arbitrario sistema, cerrando otras oenegés, cebando jugadas políticas y moviéndose desde las sombras con una comunidad internacional que sabe que lo dejará seguir jugando sus cartas y ganando tiempo desde la soledad política en la que ha estado estos últimos años, e incluso, riéndose de algunas de las denuncias en su contra de algunos diminutos operadores de esa sociedad civil “opositora” cada vez más desarticulada, sin un norte ideológico, pero con la cartera llena de dólares para el supuesto enjambre de plataformas, viajes y comodines mediáticos que, tampoco desembocan en nada pues la realidad sigue siendo esa pantalla en blanco en la que nada ocurre.
Una Babel donde se habla de todo, pero no se acciona en nada. Otro hecho contundente de este fracaso es que, al día de hoy, lo que Ortega ha cedido ha sido por cuenta propia en concordancia con la comunidad internacional, sobre todo con Estados Unidos, la Unión Europea y El Vaticano. Entonces, si de ser serios se trata y poniéndonos todos la mano en la conciencia, ¿tiene sentido la existencia de tantas organizaciones cívicas, si a estas alturas nada bueno ha hecho por la democracia? Se que esto incomoda a muchos, pero esa es la realidad, esa misma que tampoco pasa por una lucha armada.
Fue a partir de junio de 2022 cuando se empezó a crear un movimiento político, único, alrededor del viejo Partido Liberal Independiente (PLI), ese bastión histórico del liberalismo que mantiene una lucha persistente en la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de Nicaragua, —controlada, como todos los otros poderes del Estado, por Ortega—, para que se les restituya la representación legal a sus verdaderos representantes, herederos políticos del patriarca liberal y exvicepresidente de la república, Virgilio Godoy, y los fundadores de pensamiento pro claros del liberalismo.
Más allá de esta iniciativa del PLI y bajo los riesgos naturales que corren estas personas, no existe objetivamente ninguna otra fuerza política cohesionada. Hay estructuras, hay que ser francos en esto y no engañar a nadie ni pasarse de listos, como el Partido Organización Política Accionaria (OPA) que aglutina a algunos intelectuales jóvenes y a cierta base social dentro de Nicaragua y en donde se trabaja un plan de Gobierno limitado con politólogos y profesionales como José Maria Ortega y Leyla Prado desde la diáspora, provenientes de las clases medias de Managua, entre otros, quienes interactúan con algunas bases en el interior del país, pero aún así, repito, son iniciativas en gestación.
También están algunos remanentes de la Fuerza Democrática Nicaragüense, el partido de la vieja contra y quienes, de activarse, suman una valiosa reserva política para el momento de ir a unas elecciones nacionales, vigiladas y transparentes, en las que, evidentemente, con el masivo voto liberal y conservador más los independientes e indecisos, conforman la meritoria base electoral que, mayoritariamente, arrasaria en comicios como los venideros del 2026. Ya casi a la vuelta de la esquina.
En esa agenda se debe trabajar, pero no existe modo alguno de que los incautos de la sociedad civil “opositora”, puedan comprenderlo. A este respecto más bien ha ocurrido algo inusual, han involucionado algunos de estos señores, de ser políticos activos en el pasado, ahora metidos bajo las faldas de esas oenegés como supuestos dirigentes cívicos.
La estrategia que debe avanzar es única, y no hay que ser sabios para delinear: unificar de la forma más humanamente posible a la gran familia democrática nicaragüense desde adentro de Nicaragua y el apoyo de la diáspora nicaragüense, organizarla política y partidariamente, demostrar carne, músculo, y propiciar un diálogo con Daniel Ortega para que, desde una ruta política, se den muestras de apertura, confiabilidad y gimnasia cerebral pasa saber negociar. Algo similar viene ocurriendo con Cuba, Honduras y Venezuela tras bambalinas.
Los diálogos no son malos, lo que ocurrió en Nicaragua con el Acuerdo de Sapoá fue terrible por parte de los operadores de la resistencia nicaragüense, ya que negociaron para el momento pero no para el futuro, de haberlo hecho con visión de nación hubieran trabado a los sandinistas para que no se quedaran con la parte más grande de dichos acuerdos a su favor. Parte de esos platos rotos los estamos pagando ahora, el resto lo han hecho los malos tropiezos en los gobiernos de transición.
Ya empieza el desgaste a generalizarse, tanto del régimen como de la comunidad fuera de Nicaragua. Este es un momento propicio para centrarse en hacer valer nuestro derecho desde la política partidaria, procurando un diálogo asertivo y transparente con quien ostenta el Poder. No hay otro camino.