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- 21/11/2020 00:00
Chile y la izquierda latinoamericana
La controversial experiencia política de Chile es de particular significación para nosotros en Panamá. No solo hemos contado por muchos años con profesores chilenos en disciplinas tan diversas como biología y música, e incluso, nuestro fundador de la Universidad de Panamá, Dr. Octavio Méndez Pereira, era producto de la excelente formación superior de las universidades del país del sur. Excelente formación académica que se remonta a la fundación de la Universidad de Chile, por Andrés Bello, en los primeros días de la Independencia.
Los acontecimientos recientes que llevaron a la destrucción de la céntrica Zona Cero, con calles sin luces, aceras de cemento fragmentadas, según algunos, precisamente para obtener pedazos de tamaños adecuados para lanzarlos a la policía y las proclamas “antitodo”, no debe impedirnos la perspectiva política significativa de una izquierda radical que, a partir de 1970, con Salvador Allende y la Unidad Popular, llevaron a muchos dentro y fuera del país a temer “una segunda Cuba”.
Ya desde antes, en 1964, con la llamada “Revolución en Libertad” del Demócrata Cristiano Eduardo Frei, se abrió paso a una izquierda que incluía tanto a comunistas como a radicales y socialdemócratas. Tendencia que se haría cada vez más radical hasta desembocar en la depresión económica de 1972. Al igual que los “cacerolazos” en las calles y el temor, posiblemente exagerado, a la Administración del izquierdista Salvador Allende.
Para entonces, ya estábamos a solo un paso del golpe militar, con participación de la CIA que también temía a la interferencia rusa en lo álgido de la Guerra Fría. Como recordamos, el golpe fue encabezado por las fuerzas armadas al mando de Augusto Pinochet, y se extendería con su sangrienta persecución, no de cientos sino de miles, entre 1973 a 1990, y a la promulgación de su Constitución que se extendería hasta nuestros días.
El contraste con la experiencia de Venezuela no deja de ser aleccionador para Centro y Sur América. Hugo Chávez también llega al poder tras una elección regular y hasta con el respaldo de figuras políticas democráticas tradicionales en el país. Nada, pues, de “una segunda Cuba”, allá para los inicios de la década de 1990. ¿Cómo explicar entonces que entre los ciudadanos más pobres de Caracas hemos visto fotografías de quienes procuran algo de comer entre la basura? ¿Y cómo explicar los cinco millones de exiliados que continúan aumentando? Todo esto en medio de la abundancia petrolera y en una ciudad de “rascacielos” de acero y vidrio, que conocimos bastante durante dos años de exilio.
En el caso chileno, el año pasado la rebelión chilena se inició en su también prestigioso Instituto Nacional, por motivo de un incremento en los pasajes del Metro de Santiago, que por cierto no se aplicaba ni a los estudiantes ni a las personas mayores.
El presidente Piñera se había referido, justo antes del problema con el alza de los peajes del Metro, a un país como Chile, que constituía “un oasis”, sin escándalos de corrupción administrativa. Bien pudo haber añadido su referencia a tradicionales instituciones democráticas que hemos visto durante varias visitas y recorridos de norte a sur del país. Y, por añadidura, con una relativamente fuerte clase media en el continente.
Por otro lado, para muchos chilenos, activos en la izquierda política, la democracia chilena es todavía solo una promesa insatisfecha y el propio presidente es parte de una de las cinco familias más ricas del país, con una fortuna personal que se dice en tres billones de dólares.
A nuestro saber y entender, es la extrema desigualdad social, aminorada por una buena y general educación, la que tendrá que superarse, democráticamente o no, de cara al futuro promisorio y al llamado “bien común” que todos deseamos.