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- 31/05/2021 00:00
Cambio climático o… el perverso sigue oculto
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sostiene que “la energía es uno de los grandes contribuyentes al cambio climático y representa alrededor del 60 % de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero”. (https://www1.undp.org/). Esto lo afirma a propósito de su diagnóstico, base del objetivo 7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en el cual se plantea alcanzar “Energía asequible y no contaminante” al cabo del año 2030 (Idem).
Entre sus metas formula que: “Para alcanzar el ODS7 para 2030, es necesario invertir en fuentes de energía limpia, como la solar, eólica y termal…”.
Estas propuestas enunciadas, o bien resultan ingenuas al pensar que se puede ayudar al medio ambiente alcanzando tal objetivo, siendo que contar con energías limpias tiene sus consecuencias adversas si se deja actuar al mercado como regulador de este proceso. O bien, resulta ideológica, en tanto ocultadora de esta realidad, de la que el mercado saca provecho a costa del ambiente.
Esta parece ser la vía que EUA está fomentando para alcanzar las metas acordadas por los países en la Cumbre de París, a la que se adhirió el presidente Obama, luego se desligó el presidente Trump -más vinculado a la economía de combustibles fósiles- y nuevamente, este país vuelve a endosar los acuerdos de esa cumbre, como parte de la política del presidente Biden frente al cambio climático.
Sin embargo, la apuesta de Biden, de transición energética hacia “0 emisiones” de gases de efecto invernadero al cabo de los próximos 30 años, encuentra escollos que apuntan a no resolver la problemática del cambio climático.
Edgar Ocampo Téllez, investigador de la Universidad Politécnica de la Energía del Estado de Hidalgo, México, cita a Olivier Vidal del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, al referirse a que “se precisan entre 3 y 5 veces más materias primas por cada unidad de potencia renovable instalada que las que se utilizan para montar una unidad de potencia convencional fósil” (Ocampo, 2020).
Agrega Ocampo que la denominada Transición energética “provocará que la demanda de materias primas y minerales metálicos se incremente de forma exponencial provocando una excesiva presión sobre el territorio natural por el extractivismo y la minería intensiva” (Ibidem). Es decir, las llamadas tecnologías limpias y las energías renovables, no parecen ser, por sí mismas, la respuesta a la superación del irreverente calentamiento global, cuyas energías de origen fósil tienen gran parte de la responsabilidad.
Esta realidad explica, en parte, por qué ninguno de los 170 países que se comprometieron a cumplir 20 metas para proteger la diversidad y el medio ambiente hace 10 años, no hayan logrado cumplir con ellas. Más bien, lo que se ha registrado ha sido el aumento de la deforestación y la reducción de la biodiversidad.
Esto es lo que reproduce, en nuestro país, la minería metálica. Esta, en las nuevas tendencias mercantiles, estará respondiendo al movimiento de demanda internacional por minerales para construir aquellos materiales e instrumentos requeridos en forma creciente por las infraestructuras y tecnologías renovables, en acuerdo con el plan de Biden y objetivos como el No. 7 de los ODS. Es decir, veremos crecer exponencialmente el negocio extractivista para satisfacer materias primas de las tecnologías de “0 emisiones” de gases invernadero.
Hacia este objetivo parece alinearse el acuerdo a punto de concretarse entre el Gobierno y una minera canadiense, donde se entregan 25 mil hectáreas de cobertura boscosa del distrito de Donoso para que se extraigan minerales apetecidos por el nuevo impulso de las energías renovables, como parte del plan Biden. No por azar, los beneficiarios del mercado minero han salido a vitorear la entrega de nuestros bienes ambientales a la voracidad del mercado internacional.
¿En algún momento, nuestras autoridades gubernamentales han sopesado cuánto se pierde con la deforestación, siendo que este es el mayor aporte de Panamá al calentamiento global?, o bien, ¿cuánto se gana con no arrasar esa zona que es parte de una riqueza biológica del Corredor Mesoamericano? Evidentemente que la respuesta es negativa; la racionalidad del mercado alinea a nuestros gobernantes.
En tal sentido, tanto la retórica del plan Biden frente al cambio climático, como el objetivo 7 de los ODS, mantienen oculto al perverso que impide que se asuman soluciones realistas: el mercado. Mientras este no se regule ni se saque de la ecuación de soluciones, la lucha frente al cambio climático seguirá cuesta arriba.