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- 28/02/2020 04:00
Primero arreglemos nuestros cuartos
Sin querer la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá, con su solicitud de abrir las fronteras al talento foráneo, ha abierto un debate que atañe al funcionamiento de muchas empresas en Panamá: sus políticas de recursos humanos. Tengo la impresión de que el problema que dicen tener de captar y retener talento local está quizás íntimamente relacionado con varios posibles factores culturales subyacentes y que muy pocos comentan.
Para arrancar esta conversación necesaria, comencemos con cuatro temas: 1. El clasismo / colorismo / racismo, no solo de los dueños, sino de los mismos reclutadores. 2. El credencialismo y la inflación académica. 3. El complejo de inferioridad frente a lo no-hispánico que desprecia lo hispánico (local). 4. El complejo de superioridad (el cual está íntimamente ligado a los otros 3). Estos cuatro factores, en cualquiera de sus combinaciones, pueden estar conspirando no solo en contra de la mano de obra panameña y su autopercepción, sino también contra las empresas y su autopercepción.
En base a datos anecdóticos, sacados de observaciones y comentarios, creo que se pueden detectar señales claras de clasismo (y a veces racismo) que pudieran estar afectando la percepción y evaluación (tanto de reclutadores como de gerentes y socios y colaboradores de rango medio) de los méritos de los candidatos para ser contratados o ascendidos para cargos de tipo técnico, profesional o gerencial, además de la percepción de por cuánto deberían ser remunerados.
Por ejemplo, no en pocas ocasiones se escucha la anécdota de cómo para una misma posición existen salarios distintos en la misma empresa en detrimento de quien, a pesar de su experiencia y capacidad, no cuenta con la apariencia, locuacidad, osadía, contactos internos, origen social y lugar de residencia “correctos” para merecer un salario “alto”. En no pocas ocasiones el beneficiado tiende a ser o extranjero de tez clara o un panameño de clase media alta (muchas veces de tez clara) proveniente de ciertos reconocidos colegios privados de la ciudad de Panamá. Esto nos trae al credencialismo y la inflación académica.
El credencialismo, como fenómeno global, tiende a utilizar los títulos académicos, las instituciones académicas que los generan y los países que los albergan no solo como sustituto de las pruebas de inteligencia, habilidades y destrezas y de una simulación en el puesto de trabajo, sino de la valía social del candidato. Esto termina creando una inflación académica que termina depreciando el valor de un bachillerato, de una licenciatura e incluso de una maestría, mientras más sean las personas que por necesidad y aspiración social adquieran un título académico cada vez mayor. Antes, para ser reclutado para trabajar en una oficina, bastaba con ser bachiller y con la experiencia y el entrenamiento adecuado podías ascender a otros puestos.
Hoy día muchas empresas de servicios exigen una licenciatura como mínimo para las labores más sencillas como recepcionista, vendedor, inspector, supervisor, asistente, etc. o un bachiller para ser chofer, limpiador o ayudante general, resultando en colaboradores sobre educados y mal compensados para su posición, tomando en consideración el costo en dinero y tiempo que tiene la educación, sin importar si esta fue pública o privada.
Se podría argüir a su favor que hoy día es necesario, debido a los cambios tecnológicos y culturales que exigen un mayor nivel de educación; sin embargo, cuando uno observa la realidad de algunos puestos, estos no han cambiado en lo esencial, simplemente requieren de parte de la empresa brindar la capacitación necesaria para desempeñar el puesto con el nivel de calidad deseado con la tecnología deseada.
Una parte del credencialismo en Panamá es la percepción social de los colegios secundarios y el país donde se estudia, la universidad. En otras palabras, no es lo mismo cómo es percibido un candidato proveniente del Colegio Javier que uno de la Escuela Internacional o la Academia Interamericana o de alguna de estas escuelas privadas vs. candidatos del Instituto José Dolores Moscote o del Instituto Nacional. La mayoría de las veces la persona proveniente del sistema público termina siendo peor ponderado, sin si quiera conocer si cumple con los requisitos. Lo mismo pasa cuando se compara a una persona que estudió en Panamá contra aquella que estudió fuera, especialmente en Europa o los EE. UU.; la que estudia 100 % en Panamá termina comenzando con desventaja la carrera de la vida, sin importar que el candidato que estudió fuera lo haya hecho en la universidad más bruja de dicho país. Esto nos lleva al tercer problema: el complejo de inferioridad frente a lo no-hispánico.
El complejo de inferioridad frente a lo anglosajón o lo que provenga del norte de Europa es un tópico recurrente, un lastre que compartimos con nuestros hermanos hispanoamericanos y españoles desde probablemente el siglo XVIII con la influencia de los afrancesados y el haber interiorizado a través del sistema educativo nuestra Leyenda Negra en ambos hemisferios. Esta admiración enfermiza por lo francés, luego pasó a ser por lo inglés y luego por lo norteamericano, fue aumentando a medida que la influencia y poderío del Imperio español fue menguando y las causas de dicha inferioridad fueron encontradas en nuestros supuestos defectos culturales, en especial nuestra religiosidad católica y nuestro mestizaje cultural y racial, cuya influencia supuestamente provocó nuestro atraso científico y tecnológico y por consiguiente militar y económico.
Es por ello que todo aquello que aparente ser muy autóctono, muy criollo, muy mestizo a la clase media hispana tradicionalmente le parece inferior, de mal gusto, atrasado, fanático y de esto no nos escapamos los panameños. Esto explica por tanto el complejo de superioridad de aquellos que se piensan apartados de todo lo anterior, aquellos que por haber pasado unos años (o incluso semanas) en un país nórdico o “avanzado” piensan que por ósmosis dejaron de ser como los demás criollitos que vivimos en estas tierras y piden a gritos que vengan preferiblemente esos nórdicos o quienes se les parezca a invadirnos. Vale la pena añadir que este complejo de inferioridad y superioridad también subyace en la discriminación y trato despectivo contra nuestros hermanos hispanos, tanto de Panamá como de España e Hispanoamérica.
Es por ello que necesitamos urgentemente hacer una reflexión profunda sobre nuestras actitudes personales y sociales hacia nuestra identidad cultural como hispanos, como cultura mestiza barroca, con valores católicos, habla hispana, que es al final aquel pegamento que nos une a todos, a pesar de nuestras diferencias de color de piel, de nivel socioeconómico, de convicciones religiosas o políticas e incluso de origen étnico. Una vez reconciliados con nosotros mismo, creo que estaremos en condición de poder enfrentar los retos económicos, educativos, tecnológicos y políticos que nos deparan el presente y el futuro, sin complejos, con inclusión y con una sana y humilde autopercepción y poder, sin temor, abrir las puertas a quien sea, si en verdad lo necesitamos.
Este será nuestro principal reto de cara al bicentenario de nuestra separación del Imperio español y para ello necesitamos que los políticos, intelectuales, artistas y empresarios asuman este reto y ayuden al resto de la sociedad a mejorar nuestro nivel de bienestar y nuestro acervo cultural para impulsar nuestro desarrollo científico, tecnológico y económico, poniendo sus recursos a disposición y asumiendo el orgullo hispánico como bandera común y dejando atrás cualquier atisbo de leyenda negra que nos ancle. Pero sospecho que esta será una labor más bien de las capas medias que han surgido desde mediados del siglo XX y que se han radicado en las periferias de nuestras urbes y son descendientes de aquellos provenientes del Panamá profundo de cultura mestiza y tradicionalista. A medida que estas vayan incrementando su nivel socioeconómico y consolidando su influencia cultural, económica y política deberán asumir el rol de reivindicar sus raíces sin victimismos ni complejos de ninguna clase mediante movimientos políticos acordes con esta nueva mentalidad.
Quizás es esta la principal labor en que se debe embarcar el nuevo Ministerio de Cultura, en lugar de andar tratando de monopolizar la cultura y sus instituciones públicas y privadas o de andar promoviendo agendas que tienden a dividir a nuestra sociedad en pequeñas islas étnicas.