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- 11/04/2022 00:00
Apuesta intercultural
Zoom, TikTok, Netflix, Google+ y algoritmos de las RRSS, Facebook, Instagram, Wechat y Whatsapp, se han esparcido las dinámicas y relaciones sociodigitales, posibilitando la conectividad de los ciudadanos con la abstracta cotidianidad de la internacionalidad (Relaciones Internacionales - RI). El clásico desafío de superar la tendencia desapercibida de lo “internacional”, para visualizarla en el plano nacional parece, en teoría, una tarea más fácil. Ahora se puede justificar a los nacionales su necesidad en tiempo real.
Estas ventajas de interdependencia digital se contraen con la irrupción de un mundo de complejidades: retorno de la geopolítica, iliberalismos, disrupciones y amenazas transnacionales: guerra cibernética, narcotráfico, pandemias y sindemias, guerras híbridas, etc. Al ser porosa la naturaleza del poder, se difumina su ejercicio. El poder tecnológico no va siempre acompañado de recursos de poder cultural ni militar ni económico. Se entrevé el debate del orden internacional entre aquellos que, afirmando su transformación, la entienden con la predominancia de valores euro-estadounidenses (Ikenberry) y aquellos que concluyen el fin del orden mundial americano y mundo “multiplex” (Acharya). En resumen, se asiste a un mundo dominado por “G-Zero” (Bremmer) o de “multipolaridad compleja”.
Dentro de estos dilemas, el más peligroso surge de la resistencia en reconocer un mundo posestatal, donde los Estados están condenados a ceder poder a otros actores. La capacidad de acceder a los recursos del territorio es más relevante que poseer el territorio en sí. Los marcos y paradigmas políticos basados en los Estados nación de Westfalia, mercantilización social, Bretton Woods y universalidad moral occidental dejan una sensación de la obsolescencia de los paradigmas convencionales sin posibilidades de flexibilidad. Dichas resistencias se apoyan en “populismos” y “nacionalismos” alimentados a su vez por el descontento -por las promesas vacías del sistema liberal- y generan tribalismo social, neoaislacionismo, posverdad, xenofobia y racismo, justifican conflictos y anclajes de pertenencia en un tono de “distintividad”. Estas ideologías enmascaradas (ideología no en el término de postular “ideas” y tener un marco referencial) ignoran los tratamientos académicos y advertencias de Deutsch y Kohn sobre el nacionalismo: “las identidades nacionales están sujetas de forma permanente a la instrumentalización política y que se caracterizan por su artificialidad”. Menos aún reconocen la ausencia de contradicción en principio de tener “identidades” siguiendo el espíritu de Maalouf, puesto que no es un atributo homogéneo.
La débil empatía motivada por discursos exclusionistas, haciendo uso de lo identitario, emocional e intuitivo y de lo subjetivo, sobreponiéndolo a lo objetivo, inyectan significados de desconfianza, justificando prescindir de la riqueza de la interacción con los otros, generando de esta forma paso a fundamentalismos y dogmatismos. Desde una perspectiva global o cosmopolita, nada más contradictorio es establecer fronteras excluyentes, cuando disfrutamos de la interacción con lo extranjero. Porque siendo un mundo global todavía más plural se requiere fortalecer la formación que vigorice la interculturalidad en las RI. La competencia intercultural permite «cultivar» capacidades interculturales y aptitudes personales de disposición a interactuar para “comprender” al otro -el otro mundo- al margen de la mercantilización. La esencia interactiva intercultural a través de la mente «aperturizante» -citando a Emilio Lledó- invoca reconocer la propia cultura y la ajena, vencer sesgos cognitivos, superar el etnocentrismo y el determinismo cultural, cruzar de la tolerancia hacia el respeto, trascender el lado oscuro del «parochialism», adoptar modalidades de comportamiento pacíficas y aceptar la diferencia como riqueza. Todas estas cualidades humanistas, inclusivas, cultivables son necesarias para la cooperación que nace de crear confianza, ya que en aislamiento se es incapaz de realizar toda la capacidad para la acción como seres humanos.
La observación unidimensional del fundamentalismo del mercado y la seguridad debilitaron el contacto con la realidad humana en las RI. Ahora, ante la cuestión de cómo fortalecer el multilateralismo maltrecho y reposicionar al humanismo en el centro de los sistemas sociales se debe apostar con adicionarle —además de realismos y liberalismos— el ingrediente vital: aspectos emocionales, culturales y subjetivos, tan importantes como objetivos, sociales y económicos.
En un mundo entrópico, imperado por la anomia, donde la gobernanza tambalea, la interculturalidad es la herramienta colectiva-humanista para superar impulsos unilaterales. El toque de acercamiento intercultural -mucho más allá de la multiculturalidad- a las necesidades, expectativas y perspectivas de todos los grupos sociales enriquecen la idea de cómo se logra combinar las condiciones de igualdad política, inclusión social y reconocimiento cultural-, fórmula equivalente a la seguridad y paz. Ofrece respuestas tanto como marco explicativo-normativo sólido de dimensión simbólica como en la sustantiva de cooperación, y reduce la contradicción de la reaparición del excepcionalismo mientras se postea en Instagram.
Propuesta utópica, sí, pero sustentada por la naturaleza de las relaciones internacionales que nacen de sus relaciones interculturales: intercambio, riqueza y convivencia.