• 16/08/2024 23:00

Anécdotas periodísticas

profesión noble que requiere el dominio de muchos conocimientos, entre ellos el más importante, la lengua materna. El periodista que no domine su idioma no contribuye para nada al desarrollo de la profesión y a la formación de sus lectores, porque el comunicador es, además, un docente más. Además, la profesión del periodismo permite trabajar en distintos ámbitos gracias a los conocimientos, pero si no tiene los conocimientos pertinentes no podrá enfrentar los retos.

Ahora presentamos anécdotas periodísticas vividas durante el ejercicio de la profesión y que implica la actuación de “colegas”.

Dos españoles apócrifos

Para llegar a ser un buen periodista se requiere, entre otras virtudes, tener sentido común, además de dominio lingüístico, para determinar la veracidad de un hecho o situación histórica o geográfica. Un periodista se creyó con el don celestial de cambiar las nacionalidades de dos personajes históricos, uno inglés y el otro italiano. En el primer caso, publicó en un librito sobre investigación periodística que el ministro de Defensa inglés, John Profumo, era español. Se refería al escándalo Profumo, un político que mantuvo una aventura romántica con una mujer llamada Christine Keeler. Ella, a su vez, se entendía con el agregado naval soviético, un espía real o potencial en tiempo de guerra fría. El caso se supo dos años después, en 1963, por la publicación del semanario Westminster Confidential. Ella fue condenada a nueve meses de prisión por espionaje y él cargó con el escándalo toda su vida. En el otro caso, también nacionalizó español al periodista y máximo representante del anarquismo italiano, Errico Malatesta, en un boletín de su institución. Hablaba, claro está, de los creadores del anarquismo. ¿Habrá aprendido ya un poco de historia? Si hubiera consultado en el sitio “Google” habría resuelto el problema.

Cuatro ‘herrores’

“Son cuatro errores, no tres”. Así le espetó varias veces el corrector de estilo de un diario a un novel periodista que no acertaba a entender la afirmación del compañero. El muchacho llamó a varios de los colegas que cubrieron el hecho para verificar si se habían mencionado tres o cuatro errores. Todos señalaron que el funcionario había hablado de “tres errores”. Sin embargo, el corrector de estilo insistía en decir que eran cuatro errores, pero el novato insistía en la versión que escribió.

Para acortar el asunto, cansado de reclamarle, el corrector le dijo: “Cabezón, son cuatro errores, porque la palabra error no se escribe con hache”. No importa, él quería ser periodista de todas formas sin preparación periodística, y el director del diario se lo permitió a pesar de las normas vigentes.

Extraña forma de ‘redar’

Cuando trabajaba en un noticiero radial, presencié el más extraño caso de redacción de noticias. Se trataba del editor de deportes, quien escribía sin tomar en cuenta los signos de puntuación y las formas correctas de las palabras. Para él no importaba nada de eso, porque, según decía, a él solo lo escuchaban, no lo leían; así que no era necesario puntuar bien ni escribir bien las palabras. Y tenía razón porque las emisiones de las noticias deportivas se escuchaban bien, como si las hubiera escrito un experto en español. Realmente no podía creerlo, pero así era.

Bueno, para finalizar esta anécdota, el personaje de marras logró ser director de relaciones públicas en varias entidades del Estado. ¿Había aprendido a redactar correctamente o solo impartía órdenes, como muchos funcionarios que no saben nada, pero ganan jugosos salarios? Nunca le corrigieron sus escritos en la escuela

Una profesora de español de la Facultad de Comunicación de la UP me comentó hace años que tenía un alumno de periodismo que era un verdadero dolor de cabeza. Según ella, el muchacho no tenía idea de nada sobre el idioma español. Dice que le preguntó al muchacho por qué cometía tantos errores al escribir las palabras. El joven le contestó que los profesores en la secundaria nunca le habían corregido nada, así que él daba por sentado que era bueno en asuntos del lenguaje.

Sin embargo, ella le demostró que no era así y le recomendó buscar ayuda para superar esas limitaciones o tendría que estudiar otra carrera universitaria en la cual no era necesario dominar el idioma español. ¿Acaso en otras carreras no se exige el dominio de la lengua y por eso los profesores de otras asignaturas no corrigen el español de sus alumnos o porque les falta capacidad para hacerlo?

Adiós peinado caro

La jefa de la entidad llegó enojada y llamó a reunión a los funcionarios del departamento de Comunicación y Relaciones Públicas para que le dieran una explicación de por qué las emisiones de noticias radiales de la institución, destinadas a ser difundidas en las radioemisoras del país, por cinco minutos, no sonaban melodiosas o no se entendían bien. Ese día, al parecer, tenía una reunión muy importante porque asistió muy temprano al salón de belleza, donde una arquitecta de la moda le diseñó un peinado lindo y atrevido, muy caro, se podría decir.

Ese día el arreglo, de casi cien dólares, que adornaba su ardiente y desesperada cabecita, tuvo un final desastroso. Cuando se reunieron todos, dijo: “Buenos días, muchachos. Voy a enseñarles cómo se redacta una noticia para radio, porque parece que nadie aquí tiene idea de nada”. Se sentó frente a una máquina de escribir (no tenían aún computadoras), tomó dos cuartillas y las colocó en el aparato.

Sin embargo, no movió una sola tecla, sino que continuaba despotricando contra los funcionarios. En vez de teclear la Olivetti, colocó sus manos en la parte trasera de su cuello y comenzó a moverlas hacia arriba a tal grado que quedó completamente despeinada. Había deshecho el carísimo peinado. Los muchachos contuvieron unas terribles ganas de reír, lo cual se produjo cuando ella abandonó la oficina.

Al final, ella llegó para enseñarles a escribir un noticiero de radio, pero todo fue inútil porque lo más seguro es que no dominada el asunto, a pesar de que comandaba un programa de comentarios radiales, lo cual no implicaba que supiera redactar. Así de chistosa es la vida periodística en Panamá.

El autor es licenciado en periodismo, español y magíster en educación
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