• 09/12/2012 01:00

En adviento

H ace un buen rato afirmamos de manera categórica que el asunto de la seguridad pública dependía del comportamiento social dentro de una...

H ace un buen rato afirmamos de manera categórica que el asunto de la seguridad pública dependía del comportamiento social dentro de una gama de variables, pero que podíamos valernos de un modelo recomendado por grupos religiosos del cristianismo, que por cierto tampoco se ponen de acuerdo, ni siquiera a la hora de interpretar el libro, porque se tiran puyas y mandan a las abejas que piquen.

En estos tiempos de preparación de la Natividad vale tocar el tema, pero pareciera que se convierte la religión en un negocio, porque casi se siente la caridad envuelta en una factura y aunque todos sepan que a los prelados y subalternos los mantiene la sociedad por su dedicación a lo espiritual, persisten los estratos de mando. En cuanto a las composturas es bastante improbable que una gran mayoría haga lo que dice. Aquí está de moda ese adagio añejo sobre la mujer del César que tiene que ser honrada y además parecerlo.

Vivimos tiempos de hipocresía en los que se confunden pordioseros que por licenciosa naturaleza hurgan la basura, con aquellos pedigüeños profesionales que planchan sus uniformes y corretean a los parroquianos a los que confrontan con imposiciones, en especial los fines de semana. A los que someten los matriculan en rifas que nunca ganan, pero es que el juego de azar no conjuga con las doctrinas religiosas, pero, a punta de sorteos se construyen templos. Otros se desbandan en recoger para curar enfermos graves o desahuciados, algunos se entretienen con abanderar a niñas reinas, con sorteos tan discordes que rifan tamales, cerdos, comidas para la Navidad y qué se yo.

Hay que reconocer que están en extinción aquellas rifas de carros de pueblo en pueblo, aunque estén de moda los regalos de carros en sorteos de empresas comerciales.

Lo gracioso es analizar a las personas y las posturas profesionales que asumen al caminar de manera pausada como si cargaran al mundo en su espalda, la mirada a lontananza, la voz quebrada con algunos gemidos, pero si los llama al orden: ‘¡OIGA! DÉJESE DE ESO Y ME EXPLICA’ —Verá que de inmediato y con postura de sorprendido, el interlocutor asume una postura normal. Es increíble lo que nos pasa o cómo nos abordan: —Señor, disculpe me permite un momento. —Señora, estoy muy ocupado— ¡Bueno!, ¿es que Usted no va a cooperar? (ya en son de reclamo). Lo que hacen con estas actitudes es trasladar la culpa de la desgracia que promueven.

En aquellas peroratas se esgrimieron posturas en busca de la existencia de una seguridad pública, para aterrizar en que simplemente nos debíamos comportar como cristianos, un asunto sumamente fácil, pero a la vez muy difícil. Si todos somos hermanos y debemos practicar la solidaridad humana, al extremo que se reparta la estrechez con el mismo entusiasmo que las cosechas; que se promedien las riquezas en forma equitativa, que se proteja la Tierra para vivir en armonía con la naturaleza y evitar la destrucción del ecosistema, a compartir el desprendimiento de nuestra historia bíblica, en la que Dios alentó a Moisés a buscar la tierra protegida, lejos del petróleo que hoy utilizan los árabes para su beneficio y nuestro perjuicio. Para alimentarnos de esa paz interior que muy pocos alcanzamos en esta lucha para espantar la miseria, la maldad y la envidia.

Hay que repetir hasta el cansancio sobre el exabrupto que resulta, ese burdo intento de alcanzar la paz con las escopetas. Aumentar el pie de fuerza para someter, para constreñir, a una sociedad cansada de tanto agobio para sumar más desdicha a la desdicha, la antigüedad y en la actualidad en los regímenes autoritarios de ofrecer al pueblo la receta de pan y circo, para doblegarlo al conformismo, de ahogar toda perspectiva sobre la probabilidad del cambio o la alternatividad de gobernar.

Cansa eso de la reelección infinita o cercenar la posibilidad de nuevos horizontes. La sociedad de los de a pie descansa, sueña o fantasea cuando se anuncian las elecciones, por aquella posibilidad de cambio a la que no tiene derecho por lo oneroso de las candidaturas, a pesar del subterfugio del apoyo estatal al Tribunal Electoral, porque históricamente los pobres poco valen cuando se trata de la ciencia y el arte de gobernar. Son sueños de opio, pero si alguno se desliza, el sistema lo devora, se lo traga o aburguesa, porque cuando el impediente siente la prosperidad desde su atalaya, la necesidad de los demás se convierte en un amnésico.

Hay que vivir cerca de los que están abajo, de aquellos vulnerables a cualquier necesidad básica, a los que la Navidad se les vuelve un suplicio, porque si acaso disfrutarán de las migajas y sobras que caen de la mesa de los ricos; sí, de esos a los que les cuesta explicar a los inocentes hijos que deben convivir en los pesebres, que el mito de los regalos del norte no existe, pero es que también sobre esta gente es la que se hace la llamada profilaxis, puesto que estas depuraciones no se hacen en los casinos o en los conciertos, sino en las llamadas zonas rojas. Que por cierto, son los lugares en que la pobreza cobija a las alimañas de la sociedad, a las bazofias que se juntan, porque a lo mejor alcanzan los restos de sinceridad envueltos en el voto de silencio que impone el medio. Nadie sabe, nadie vio. El que no la debe no la teme. Dicen que hay que entregarse.

ABOGADO Y PROFESOR UNIVERSITARIO.

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