“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
- 14/05/2022 00:00
- 14/05/2022 00:00
No considero criticable la tendencia de ir perfilando las candidaturas presidenciales para el torneo del año 2004.
Si aún están distantes las próximas consultas electorales, las candidaturas previas sirven para que los electores vayan precisando las cualidades o defectos de los aspirantes. Los seleccionados tienen, a su vez, la oportunidad de comprobar sus condiciones de estadistas.
La tradición indica que generalmente las candidaturas prematuras suelen abortarse; es decir, se queman o no cuajan. Desde luego esta afirmación es relativa. Algunas veces cuando se quieren liquidar las pretensiones de algún aspirante, su nombre se lanza al ruedo con gran antelación. Estas candidaturas son las que frustran las encuestas.
En este menester de seleccionar candidatos, la tradición es muy variada; no ha existido un modelo específico, constante, único. Todo ha sido y está determinado por el espíritu político imperante. Sabido es que, hasta hace pocas décadas, las candidaturas salían de los clubes sociales de alto rango o de las juntas de accionistas de las grandes empresas. De allí pasaban a las directivas de los partidos.
Se decía que las candidaturas eran el fruto de los acuerdos de recámara. Luego, en una etapa gris o mejor dicho verde olivo, los candidatos, ya con la banda presidencial desechable en el pecho, salían del Estado Mayor para no decir del dedo absoluto del comandante en jefe. Ahora, y gracias al creciente veranillo democrático, las encuestas se reservan para sí los preparativos y la gestión final se hace en las primarias o en las convenciones, según el orden reglamentario de los partidos.
Es evidente, por lo que se escribe y se escucha, que las candidaturas ya están ingresando a la gatera presidencial. Listas para la gran carrera.
Lo que no se sabe aún es cuáles son los premios o beneficios que van a recibir los apostadores, es decir, los electores. Se conocen los nombres de algunos que están en carrera, pero los aspirantes no han dicho cómo piensan, cuáles son sus atributos, su pura sangre popular, sus objetivos, pero están en la gatera por mandato espontáneo de su condición política, de su rango social, económico, o por la razón que en cuanto a ellos se refiere, es cosa natural. Y digo en cuanto a ellos se refiere es cosa natural, porque en Colombia, en algún estadio de su vida política, era así y probablemente hemos heredado esa insólita manía.
Recuerdo haber leído en ciertas páginas de humor que las familias aristocráticas de aquel país preparaban a sus hijos para que aspiraran, como cosa natural, a la Presidencia de la República.
Sus recámaras infantiles no eran adornadas con cuadros de conejitos pintados ni de perritos dálmatas, sino con fotos del palacio presidencial, con solemnes estampas de los próceres de la patria: Nariño, Bolívar, Santander, y con una galería de presidentes, todos con la banda presidencial terciada en el pecho indómito o presumido. A la hora de dormir no les cantaban canciones de cuna, sino que las nanas entonaban suavemente el himno nacional y al final se dormían plácidamente con una flauta dulce entre los labios, la que en algún momento del arrullo patriótico acompañaba ligeras notas de la canción nacional. Con una educación así, inculcada en los tuétanos del alma, aspirar y llegar a la Presidencia era cosa apenas natural. En realidad, desconozco si alguno de los precandidatos actuales responde a esta ingeniosa pedagogía de la rancia estirpe colombiana.
Desde luego, perfilar desde ahora las candidaturas presidenciales tiene la ventaja adicional de que sus tutores podrían ir definiendo o armando las estrategias a seguir. Por ejemplo, la estrategia de 1994 para hacer más viable la candidatura del PRD consistió en fraccionar las fuerzas anti-PRD. Ese partido sabía que contaba con un tercio del electorado, luego si los dos tercios restantes eran fraccionados, el tercio del PRD tendría la oportunidad de prevalecer. Y así fue, la previsión estratégica puesta al servicio de ese objetivo produjo el triunfo del PRD en el año de 1994.
En esta ocasión, ante las elecciones de 2004, lo táctico para el PRD es polarizar el electorado. Ahora la línea es distinta. Solo deben darse dos candidatos: el oficialista y el opositor. Porque si la oposición se fracciona en diversos candidatos, ganaría la alianza oficialista.
El techo del tercio del PRD podría aumentar si este logra que algunos partidos anti-torrijistas se unan a su carro electoral y se configure un solo candidato de la oposición. A esa inquietud responde la tendencia de las encuestas y la opinión de los intelectuales de la oposición, al no darle bola a ningún opositor distinto a la figura más relevante del PRD.
La unidad opositora bipolar que postula un candidato por bando tiene, sin embargo, un gran problema de imagen. Los probables futuros aliados del PRD son viejos militantes anti-torrijistas y sería moralmente amargo para ellos asistir a las concentraciones al compás del grito de batalla del torrijismo: “¡Omar vive!”. Este grito de batalla podría ser coreado por algunos del cogollo de la nueva alianza, pero las bases aporreadas en el olvido no son piadosas o religiosas, sino terriblemente satánicas. Las bases aporreadas ya dejaron de ser, aquí y en todas partes, simples carneros de Panurgo.
En el Perú de 1956, el dictador Odría ofreció una candidatura nacional de convivencia.
La dirigencia aprista dio a entender que apoyaría a Hernando de Lavalle, el candidato de los partidarios de Odría, a cambio de la democratización inmediata del Perú.
La masa aprista entendió con toda malicia el paso táctico de su dirigencia.
El día de las elecciones la masa aprista, la masa aporreada, dio su voto al candidato triunfador, Manuel Prado. Ese día el pueblo peruano se embriagó de júbilo y de desquite.
La gatera presidencial de Panamá ha comenzado a ser materia de disputa. Amanecerá y veremos cómo piensan los aporreados y no aporreados sobre las nuevas alianzas. Es cuestión de poner el oído en tierra y escuchar esa voz subterránea que vive y vive en nuestra historia, y que enseña que el proceso democrático debe ser siempre evolutivo, y será involutivo en cada caso en que resuciten las máximas de Maquiavelo, sobre el fin y los medios, para llenar de insensatez el panorama político nacional.
El artículo original fue publicado el 4 de agosto 2001.