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- 28/10/2019 09:15
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A mediados del siglo XX, Punta Chame era como una especie de isla rodeada de bosques de manglares. En la memoria de algunos de sus residentes que tuvieron la suerte de disfrutar aquel escenario natural, solo quedan los recuerdos, los imaginarios paisajes nostálgicos que desconoce la mayoría de los panameños.
Los residentes más antiguos del pueblo, y otros un poco más jóvenes que tuvieron la oportunidad de pescar y nadar en aquellas aguas, decidieron contar la historia a La Estrella de Panamá.
Dilsa Irene Muñoz de Valdez, quien tiene más de siete décadas de residir en el pueblo, rememora aquellos tiempos cuando tenía que tomar un bote para trasladarse hasta el puerto de Bejuco. Desde ahí, expresa con la mirada perdida, tomaba otro transporte acuático para llegar a Santa Cruz, donde hacían la compra de víveres y enseres. El regreso era igual, cuenta.
“Viajábamos en veleros y lanchas a motor de un extremo a otro”, explica. Su hija, Vilma Valdez, con medio siglo de vida, también vivió la experiencia. Como su papá trabajaba en la ciudad, su mamá quiso que asistieran a la escuela en la capital. Pero los fines de semana, viajaban desde el Muelle 18, en bachas areneras, para llegar a Punta Chame.
Para entonces, era un pueblo pequeño, de un centenar de personas, en su mayoría gente dedicada a la pesca, asegura.
“Punta Chame y Claridad eran dos islas distintas. Para trasladarse de un punto a otro, había que hacerlo en una lancha”, comentó Lino Muñoz, residente del corregimiento de Gorgona, que recorría el área buscando pescados.
El escenario que nos pinta Máximo González no es muy distinto. El hombre es director regional del Ministerio de Obras Públicas y, aunque no es residente de la zona, desde hace décadas conoce al dedillo Punta Chame. Se pone el dedo índice en la sien como para reconstruir en su mente una escena inmortal: Cuando la marea subía, Claridad era una isla y Punta Chame otra. Pero, cuando la marea bajaba, los moradores podían pasar caminando de un lado a otro.
Era lo más parecido a la isla de Taboga y El Morro, que cuando la marea está baja, se puede cruzar caminado por la arena de una a otra isla”, recrea González, quien por diversión acostumbra a pescar por esos lares. Poco a poco, Punta Chame fue cambiando los manglares por lujosas residencias de foráneos que han hecho de esas costas su segunda casa. También se observan casas menos opulentas. Pero además, abrió las puertas al desarrollo con una carretera que conectaba las dos islas y que permitió florecer a una zona turística.
En medio de las dos islas, una fila de alcantarillas reforzadas con arena dieron paso a la formación de una península larga y fina que ha servido como plataforma para la construcción de hoteles y comercios.
Actualmente, la población estimada en Punta Chame es de 400 habitantes. Pero la naturaleza no perdona y reclama el terreno que ha perdido. “Vamos a volver a ser una isla como antes”, predice Valdez. Los oleajes del mar se han vuelto cada vez más agresivos y empiezan a adueñarse de la misma carretera, como carcomiéndola.
Es uno de los tramos que unió ambas islas -Claridad - Punta Chame- “es en un intento de las aguas por volver a su viejo curso”, piensa Muñoz.
Los intentos por detener la fuerza del mar han llevado a construir una barrera de metal para evitar que los oleajes continúen socavando la carretera.
Pero el mar se resiste, en tan solo tres días encontró otro camino con más fuerza que antes y arrasó con el asfalto de otra parte de la carretera. La barrera no servirá de nada, lo dice con seguridad un trabajador del Ministerio de Obras Públicas, que construye el rompeolas. Los oleajes son muy fuertes y, en poco tiempo, están desenterrado las barreras de metal, añadió sin querer decir su nombre.
Los residentes del pueblo no pueden conciliar el sueño temiendo que uno de esos oleajes termine dañando los últimos metros que quedan del paño de la carretera que aún esta habilitado. Esto los dejaría incomunicados, dice Valdez. Los moradores tienen muy presente una fecha, entre el 27 y 30 de octubre, porque se pronostican oleajes de 18.5 pies de altura. Casi 6 pies más alto del que destruyó la carretera. Las olas del mar penetran, inundan y erosionan las costeras y terrenos del pueblo. Así es como desaparecen las islas, poco a poco.
José Ortega, quien tiene cuatro décadas de residir en Punta Chame, teme que el pueblo desaparezca. Él es testigo de cómo el paisaje ha cambiado drásticamente. La legendaria isla de John Wayne (Taborcillo), que en el pasado fue un refugio del actor de cine estadounidense, ubicada frente a la costa de Punta Chame, misteriosamente se ha achicado. “Esa isla estaba grandísima. Ahora el agua pasa de un lado a otro por el centro”, comentó Ortega. A lo lejos, la isla se percibe casi al nivel del mar. Sentado en un banco, frente al mar de Punta Chame, Ortega señaló con el dedo índice hacia Taboga, “esa isla nunca se veía”. Pero, como el mar ha ido entrando a la punta de península, quitándole terreno, ahora la vemos, dice asombrado el hombre maduro de 63 años. Es también evidente, para Ortega, cómo ha ingresado a las costas el mar. Desde el punto donde está sentado dice que antes la arena que hoy bordea la playa estaba a unos cuarenta metros de distancia.
Arturo Acosta es un joven de aproximadamente treinta años, que se dedica a la pesca artesanal en Punta Chame. Mientras come un plato de arroz con pescado, cuenta cómo ha ido desapareciendo la isla de Taborcillo, al punto de que casi no se ve. Y no duda de que en unos cinco años no quede nada de ella. Los ojos del pescador también han observado cómo se han transformado las costas por la erosión.
“Antes esta playa tenía arena ¡uffff!, pero ahora caminas y lo que encuentras es lodo”, dijo. Añadió que para evitar que los barcos se rajen con las piedras tienen que usar anclas fondeadas.
Acosta está convencido de que si no hubiera sido por los rellenos que se han hecho, nadie hubiera podido predecir qué quedaría actualmente de Punta Chame.
Otra cosa que ha podido atestiguar el pescador es cómo han mermado los peces en el mar de Punta Chame. Antes, en aguas someras, pescabas hasta seiscientas libras, ahora, si acaso treinta. “Si esto continúa así, el pueblo desaparecerá”, concluye Ortega.
Hoy, son muchas las interrogantes que genera el escenario que vive este pueblo del pacífico panameño, que pide a gritos auxilio y la atención de las autoridades que parecen ignorar su situación.
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