El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...

- 02/03/2025 00:00
- 01/03/2025 13:04
Retomando la célebre frase del general panameño Omar Torrijos de que en política no hay sorpresas, sino sorprendidos, la decisión de Donald Trump de darle la espalda a Volodímir Zelensky –no a Ucrania- está lejos de ser algo fuera de los cálculos de todos los involucrados en esa guerra desatada por Rusia, pero provocada e inducida por Estados Unidos.
Ya en las postrimerías de su campaña presidencial, Trump anunciaba que de ser electo una de sus primeras acciones sería ponerle fin a ese conflicto, y razones le sobraban para hacerlo, porque Ucrania fue, y es, uno de los factores más importantes de su estrategia para lograr su popularizado Make America Great Again (MAGA).
Las ventajas y desventajas estaban bien analizadas, pues Trump y su equipo no gustan mucho de la improvisación, aunque su discurso parezca todo lo contrario, de allí que lo que diga, por banal y estúpido que luzca, debe ser tomado en cuenta. En aquellos meses repitió hasta el cansancio la inutilidad de aquel conflicto el cual, insistió, nunca debió de ocurrir y, lejos de lo que los demócratas y el Pentágono proclamaban, lo consideró siempre una guerra perdida, y en eso no se equivocó.
Desde entonces, seguramente viene negociando con el poderoso complejo militar industrial, el máximo ganador de una conflagración cuyas raíces son muy profundas y llegan hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando los grupos pronazis ucranianos fueron la quinta columna en la defensa del Ejército Rojo para impedir que las hordas de Hitler llegaran a Moscú y salieran victoriosas de la contienda. La mayor parte del apoyo financiero a Zelensky, que él sitúa en 500 mil millones de dólares y el beneficiado dice que es mucho menos, fue a los bolsillos de los productores estadounidenses de armas de guerra, por tanto, de ese dinero muy poco llegó a Ucrania y se quedó en EEUU.
La victoria soviética, el eje más importante en la derrota del Tercer Reich, agudizó un viejo asunto sumamente complejo surgido desde la revolución bolchevique en 1917, que se conoció bajo el nombre de “la cuestión nacional” concerniente a las 104 etnias reconocidas en la antigua Unión Soviética, de las cuales las mayoritarias eran la rusa y la ucraniana, la primera con más de 140 millones de personas y la otra unos 50 millones. Nunca se llegaron a solucionar totalmente las contradicciones, ni bajo el liderato de Jósif Stalin ni quienes le sucedieron, y se agravaron bajo Mijaíl Gorbachov hasta llegar a la debacle con el alcohólico Boris Yeltsin.
Ucrania, una de las veinte federaciones soviéticas, fue de las primeras en proclamarse república independiente, con mucha influencia en la fragmentación de la URSS compuesta por numerosas repúblicas federales, independientes y autónomas. Después de un determinado período de cierta estabilidad vecinal, las discrepancias se dispararon cuando los grupos pronazis consumaron en febrero de 2014 la destitución del presidente Víktor Yanukóvich, y cometieron todo tipo de crímenes contra la población de origen ruso en el Dombáss.
Aquellos vientos trajeron las tempestades que finalmente terminaron en la actual guerra, con un paréntesis de paz relativa con los acuerdos de Minsk para poner fin a la guerra del Dombáss, firmado por Ucrania, la Federación Rusa, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk el 5 de septiembre de ese mismo año.
El arribismo de la Unión Europea para aprovecharse de la situación avivando el interés del régimen de Kiev para integrarse al Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) a pesar del Protocolo de Minsk, y el apoyo brindado por el Gobierno de Estados Unidos, fue un ambiente propicio para que el expresidente Joe Biden atizara el fuego de la guerra en busca de beneficios no solamente para su país, sino también personal, pues su hijo Hunter fue vinculado en el financiamiento de laboratorios biológicos en Ucrania.
Su odio y desprecio a Vladimir Putin era visceral y fue imposible establecer un diálogo para salvar la crisis y parar la guerra mediante un regreso a los acuerdos de Minsk. Biden usó a la OTAN para concretar amenazas de cercar a Rusia con la expansión de la alianza militar hacia el este a sabiendas de que Putin no podría permitirlo y tendría necesidad de impedirlo. Trump también lo sabía, por supuesto, al igual que conocía que las guerras se ganan en el terreno y no en la mesa de negociaciones, y que era imposible que Kiev saliera victorioso si el conflicto se limitaba a los dos países (era la peligrosa estrategia del gobierno demócrata, una verdadera chapucería).
Desde el principio pocos dudaron de que Ucrania perdería la guerra, pero a Biden no le interesaba mientras el conflicto no sobrepasase los límites convencionales y se convirtiera en otro Vietnam que duró 10 años, pues contaba con la prudencia de Moscú para que no llegara a un umbral nuclear.
Para Trump, la guerra de Ucrania fue agua bendita y parte de su campaña la basó precisamente en ese conflicto transmitiendo seguridad de que con él en la Casa Blanca este terminaría. Y no estaba diciendo mentiras, pues intuía que, a la larga, Moscú vencería y los resultados serían muy desfavorables no solamente para Europa, sino también para Estados Unidos, y consideró que había que concluirla mediante concesiones a Putin con quien se propuso dialogar y negociar seriamente.
Había muchos asuntos en juego en el caso de Ucrania de interés para la Casa Blanca, como la promesa de Trump de romper la alianza estratégica entre Rusia y China, mantener un gobierno proestadounidense en Kiev que podría desaparecer por las ambiciones y estupideces de Zelensky, y controlar las riquezas naturales ucranianas, sobre todo las denominadas tierras raras, con sus 17 minerales de altísimo valor material y científico, como el petróleo y el litio, y perder una posición geoestratégica euroasiática vital para Washington. En otras palabras, EE.UU. tenía más para ganar que para perder si la guerra terminaba.
A Trump no le ha temblado la lengua para admitir de forma elíptica y no directa tales ventajas si saca del juego a Zelensky, contra quien utilizó todos los epítetos de su abundante inventario coloquial para desacreditarlo, y exigió abiertamente pasarle factura a la ayuda militar que Kiev debe pagar transfiriendo el control de los minerales estratégicos en las tierras raras ucranianas a las empresas estadounidenses, lo cual rechazó en un inicio el comediante presidente que nunca ha dejado de ser un bufón, pero lo ratificó ahora al aceptar el nuevo contexto de las relaciones con Washington, las cuales pasan por la entrega de esos minerales en los términos impuestos por Washington.
El botín para Trump con la finalización de la guerra es grande, porque se garantiza no solamente una buena tajada de la riqueza y los recursos minerales en las tierras raras, que se calculan en una quinta parte de las que tiene el planeta, aun cuando todavía una buena cantidad de ellos son de dudosa explotación con la tecnología actual, pero esos momentos llegarán gracias al avance de la ciencia.
Ucrania ocupa el puesto 40 entre los países productores de minerales en todas las categorías (incluido el carbón), según la edición de 2024 de la publicación de referencia World Mining Data, mientras que la Oficina Francesa de Investigación Geológica y Minera enumeró más de un centenar de recursos, entre ellos hierro, manganeso, uranio, titanio, litio y grafito para las baterías eléctricas.
Para Trump, tales riquezas son más controlables mediante una paz con Rusia que con una guerra que puede alcanzar grandes dimensiones si Moscú insistiera en la vía militar. Mucha gente se asombró cuando Putin declaró al inicio de la invasión que el objetivo no era ni llegar a Kiev ni ocupar Ucrania, sino desnazificarla, regresar a los acuerdos de Minsk con un Dombáss libre de amenazas, y las fuerzas de la OTAN bien alejadas de sus fronteras. Fue un mensaje de que Rusia no apetecía las riquezas ucranianas que enloquecieron a Biden, que el senil mandatario interpretó esperanzador para sus planes de mantener viva la guerra y no negociar.
Finalmente, la otra gran ganancia de Trump es tratar de pasar a la historia como un pacifista –que está muy lejos de ser- y el hombre que terminó una guerra que mucha gente concibe de forma errónea origen de males actuales universalizados porque son sistémicos y el conflicto bélico es consecuencia y no causa, al igual que lo son las crisis económicas, financieras y energética actuales.
Acabar con esa guerra puede atemperar el repudio y rechazo que su egocentrismo provoca en todas partes, al tiempo que liberaría de ese obstáculo el camino hacia las metas del MAGA, que incluyen aislar y desacreditar a China a fin de perjudicar su prestigio mundial y en especial su papel de gran contrapeso frente a los intentos de la Casa Blanca de desequilibrar el mundo y hacer de Washington la gran capital del planeta.