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- 22/07/2012 02:00
- 22/07/2012 02:00
La India. Se dice que 500 familias llegan todos los días a Mumbai desde los rincones más pobres de la India. Son gotas en un océano de 60 millones de tercermundistas que cambian lo rural por lo urbano cada año, de São Paulo a Jakarta, y de Lagos a Karachi. Todas acaban en enormes barrios de barracas —o slums, en inglés— que no son más que los campos de concentración en donde el mundo globalizado encierra y esconde sus vergüenzas.
A día de hoy, hay más de 1000 millones de vergüenzas escondidas entre las barracas del orbe. Los slums, como sello de legitimidad de las megaciudades del siglo XXI, son el síntoma más claro del mundo que hemos construído y del que se nos viene encima. Por primera vez en la historia, más personas viven en ciudades que en zonas rurales, y la desproporción sigue en aumento. Las consecuencias de éste fenómeno son profundísimas, pero sus causas son simples: en términos económicos, el mundo ya puede entenderse como una red cuyos nodos son las megaurbes del planeta: Nueva York, Londres y Tokyo pero también El Cairo, Buenos Aires y Nairobi.
Lo rural sobra y su gente se ha vuelto invisible. Y como los invisibles no comen, sólo les queda apiñarse en barracas urbanas para ser explotados a cambio del privilegio de existir.
En la India, la megalópolis por excelencia es Mumbai. La capital del estado de Maharashtra, la más poblada del país, genera el 5% del PIB del país, un cuarto de la producción industrial, 70% del comercio marítimo y 70% de las transacciones de capital hacia la economía india. La ciudad más rica del subcontinente, además, tiene algo que la hace única: en un país con ciudades que son ‘más viejas que la historia, la tradición y la leyenda’, como Mark Twain célebremente describió a Varanasi, la Bom Bahia de los portugueses suena como un invento de ayer, más al estilo de las grandes urbes del Nuevo Mundo. ‘Esas ciudades están llenas de gente inquieta. Los que están aquí no estaban cómodos en otros sitios y decidieron irse. El problema es que cuando empiezas a moverte es difícil parar’, escribió Suketu Mehta en su fantástico libro Ciudad Total: Mumbai perdida y encontrada.
Mumbai, para los indios, es el sueño de una noche verano. Además de su importancia económica y financiera, aquí viven todas las estrellas del show-biz nacional, los que fueron, los que son y los que serán. Es una combinación de Nueva York y Los Ángeles, de París y Londres, o de todas juntas. Es la ciudad total. De hecho, la mejor manera de explicar en la India cómo es Nueva York es decir que es igual que Mumbai. No es de extrañar, entonces, que la densidad de población supere las 20,000 almas por kilómetro cuadrado. En comparación, la densidad de Ciudad de Panamá es de 2,750/km2 y la de Londres casi 5,000/km2. En éste país, Mumbai es el lugar dónde hay que estar para ser alguien.
LA REPÚBLICA
Para dos de cada tres habitantes de la ciudad, la frase anterior no se interpreta, se vive en carne y hueso. En el interior de la India, la futura potencia mundial, la gente sigue muriéndose de hambre.
En los tugurios, al menos se sobrevive. El apiñamiento, en realidad, es sólo para los pobres, ya que el tercio más rico de la ciudad controla el 95% del territorio. Por si no quedó claro, entre el 60 y 70% de Mumbai vive en slums. En Dharavi, el tugurio más famoso de Mumbai pero ya ni siquiera el más grande, la densidad de población supera los 660,000 personas/km2.
Mientras bajo las escaleras de una de las entradas de Dharavi, un colorido letrero de Welcome en una vieja y oxidada plancha de zinc—la pared de alguien—me confirma que, como escribió Mehta, en Mumbai todo está a la vista de todos y nada se esconde. Atrás quedan las vías del tren que separan el ghetto del mundo exterior. Acabo de entrar en la república de Dharavi, territorialmente más grande (2.27 km2) que Mónaco o el Vaticano y con más habitantes (1,500,000) que 50 países del mundo.
Me acompaña Shekar, un muchacho jóven que nació y creció aquí. Mientras nos adentramos en las entrañas del monstruo, los minaretes inundan el aire con la canción del rezo del mediodía. En Dharavi hay 28 templos hindúes, once mezquitas y seis iglesias. ‘Es un lugar interesante’, me dice Shekar, ‘aquí hay gente de todos lados, de todos los estados y de todas las religiones. ¡Todos mezclados!’ Además, agrega, ‘en una pequeña habitación, del tamaño de un baño en otros países, tienes viviendo a una familia entera’, y no anda muy lejos de la realidad. La ’casa’ promedio en Dharavi tiene un área de 14 m2 y carece de luz natural, ventilación, agua corriente o salubridad.
Seguimos caminando por las calles ruidosas, calurosas y asquerosas. La gente nos mira con curiosidad y extrañeza, pero no se detienen por mucho tiempo. Aquí todo el mundo está ocupado. Dharavi es, antes que un ghetto residencial, un área industrial. ‘Es la empresa personificada, porque fuerza a su gente a sobrevivir’, se lee en un panfleto introductorio de una ONG local. El 80% de la población de Dharavi trabaja ahí mismo, contribuyendo a una economía que genera entre 500 y 1,000 millones de dólares al año y que hace que las fronteras de la ’república’ sean más reales aún. ‘Un hombre puede pasar su vida entera en Dharavi’, me dice Shekar con una gran sonrisa, ‘no hay que salir afuera para nada’.
UNA SIMBIOSIS ENFERMIZA
Las palabras de Shekar confunden. Dharavi, se podría pensar, es un ente aparte, independiente de la superciudad que lo rodea por los cuatro costados. Sin embargo, una mirada más cuidadosa revela una delicada y trágica simbiosis: Dharavi y Mumbai se necesitan mutuamente. Pero, ¿quién necesita más de quién?
Estamos en medio del distrito de reciclaje, quizá la industria más desarrollada de Dharavi. Las estructuras son de dos pisos, el primero para trabajar y el segundo para dormir. Mientras camino por los callejones rociados de pedacitos de plástico como confetis, todo me recuerda a otra ciudad de la basura, el reino de los zabbaleen en Manshiyat Nasser, al sureste de El Cairo: los trabajadores flacos, sucios y descalzos, los camiones con toneladas de porquería, las bolsas llenas de plástico o aluminio o cobre o cartón y el ruido de las máquinas.
En Dharavi se recicla el 60% de las 10,000 toneladas de basura diarias que produce Mumbai. Seis mil toneladas de basura que son recogidas por toda la ciudad, transportadas aquí, y vendidas a precios ridículos--$0.50 por un kilo de plástico—para iniciar su proceso de reinserción en el mundo industrial. Seis mil toneladas de mierda que, de no ser por la baratísima mano de obra de éste y otros ghettos, terminarían en vertederos. Mumbai, por cierto, ya ha llenado y cerrado tres, y su inmundicia es tal que no se puede vivir a menos de 20 kilómetros a la redonda. El próximo vertedero estará a 40 kilómetros de la ciudad, lo que aumentará los costos de transporte. Dharavi, en otras palabras, subsidia con su miseria a la megaciudad que es el orgullo de la India.
Vea más sobre la India en el blog de A. R. Mártinez: www.laestrella.com.pa.
ENVIADO ESPECIAL DE LA ESTRELLA A LA INDIA