Las estructuras socio-históricas que Donald Trump representa

  • 15/01/2017 01:00
Las elecciones de noviembre no sólo han mostrado su vigencia sino también el apoyo del pueblo estadounidense en las urnas

El fundamentalismo occidental. El triunfo de Donald Trump en los EE.UU. se ha vivido entre los llamados sectores ‘progresistas' con pavura, como si en el siglo XXI, en la democracia norteamericana post Obama, la eficacia de los discursos nacionalistas basados en el odio racial y el supremacismo blanco fueran impensados.

Las elecciones de noviembre no sólo han mostrado su vigencia sino también el apoyo del pueblo estadounidense en las urnas.

MISIÓN Y VISIÓN DE FLACSO

La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) es un organismo regional, instituido por la UNESCO para impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de las Ciencias Sociales.

El Programa FLACSO-Panamá busca dotar a la población de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.

Si recurrimos a un breve análisis socio-histórico de las estructuras políticas norteamericanas, comprenderemos que Trump no es un mero exabrupto coyuntural, sino que representa un fundamentalismo raras veces reconocido y denunciado como tal, por su carácter de occidental.

CALVINISMO Y CAPITALISMO

En su libro ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo', el sociólogo Max Weber muestra cómo el calvinismo anida en las vísceras de Norteamérica. Los principios rectores de éste conformaron ‘la ética' que permitió el surgimiento del capitalismo. Para Juan Calvino existía una predestinación absoluta, es decir, grupos de personas que antes de nacer habían sido elegidos por Dios. El trabajo, el dinero, el ahorro y la inversión eran cualidades que aparecían únicamente en aquellos ‘elegidos'.

A EE.UU llegaron en el siglo XV dos corrientes calvinistas perseguidas en Europa: los ‘pilgrims', que se instalaron principalmente en el norte del país, convirtiéndose en los representantes del capitalismo financiero, y los ‘puritanos ortodoxos' que ocuparon el sur del país y se sirvieron de la esclavitud como mano de obra para la acumulación agro-capitalista.

Estas dos corrientes teológicas son las bases de los pensamientos demócratas y republicanos. Más allá de las diferencias, ambos llevan intrínsecamente la idea calvinista de superioridad y administradores de las riquezas materiales del mundo, y se basan en una idea de sujeto hegemónico que es el hombre blanco capitalista/protestante heterosexual norteamericano, conocido como WASP por sus siglas en inglés: White Anglo-Saxon and Protestant. Según estas concepciones blanco supremacistas y machistas, todo aquel que no se corresponda con estas categorías (afro-descendientes, latinos/as, indígenas, musulmanes/as, asiáticos/as, árabes, etc.) no es considerado un norteamericano de ‘bien'.

LA RELIGIÓN Y LA GUERRA

EE.UU. ha utilizado tradicionalmente la religión para justificar su posición política en el mundo. A diferencia de la imagen país que se suele tener de ‘melting pot' –cuya traducción sería crisol de razas-, se trata de un Estado donde el pensamiento político y social está basado en fundamentalismos religiosos.

Existe en EE.UU. una idea colectiva de ‘destino manifiesto' que en su momento usufructuó George W. Bush, y que quedó en evidencia con la guerra en Afganistán e Irak, cuyas terribles reminiscencias constituyen el sufrimiento de pueblos enteros hoy en día. Las bases religiosas de tales cruzadas pueden leerse en los nombres adjudicados a las intervenciones militares de la época: ‘justicia infinita' y ‘libertad duradera'.

La entonces invasión a Irak basada en supuestos motivos armamentistas, no sólo desoyó a los organismos internacionales, sino que mostró la impunidad de la que goza Norteamérica en el orden internacional y su posición en el sistema-mundo de potencia militar.

Durante el gobierno de George W. Bush, la Organización de las Naciones Unidas se limitó a vigilar impotente el proceso, denotando su debilidad en la evasión discursiva del término ‘guerra'.

Durante este período quedó al descubierto el problema de las organizaciones internacionales destacado por varios sociólogos e historiadores, entre ellos Ernesto Laclau, quien en reiteradas oportunidades señaló los límites de este tipo de organismos, pensados para una configuración del sistema-mundo de guerra fría, donde eran los encargados de equilibrar entre dos polos.

La situación con Donald Trump en el poder no dista demasiado de lo que hemos visto con George W. Bush. Nuevamente nos encontramos ante un ‘líder' que recurre al ‘destino manifiesto' como discurso.

En principio pareciera tratarse de un nacionalismo puertas adentro y cerradas, pero ante la situación en Siria, la crisis migratoria que azota al mundo y una Latinoamérica que ha perdido articulación, es necesario mantenerse atentos.

La declaración de ‘América para los americanos' que Trump levantó como bandera, no sólo se traduce en la imposibilidad de ingreso a los EE.UU para cualquier personas que escape al padrón WASP, sino en una acepción del orden internacional y regional al servicio de los intereses Norteamericanos.

AMÉRICA LATINA EN LA ERA TRUMP

Es altamente probable que en la era Trump las tentativas para América Latina vuelvan a ser las de conformación de una zona de libre comercio continental que beneficie un modelo extractivista de producción, donde nuestras materias primas circulan libres de impuestos, mientras el capital se concentra en el norte y los muros se levantan en las fronteras para detener a los inmigrantes que huyen de condiciones de vida paupérrimas.

Frente a la llegada de gobiernos neoliberales en las dos mayores economías de América del Sur: Argentina y Brasil, y el lema de ‘América para los americanos' evocado por Trump en los EE.UU., cabe preguntarse cuánto tardaremos hasta que se vuelva a proponer la vieja idea continental de un Área de Libre Comercio para América ALCA, aquella que en su momento Hugo Chavéz Fría supo frenar trazando alianzas estratégicas con los países del Mercosur.

Ante los precedentes de desobediencia a los organismos internacionales y opinión pública internacional de los EE.UU. para hacer nada más ni nada menos que la guerra, cabe preguntarse si será posible negociar ante un conflicto de intereses como el que genera el ALCA.

Con Trump Latinoamérica enfrenta un dilema: si bien queda eliminada la posibilidad de una intervención militar en el continente como existió en medio oriente durante la gestión Bush, o lo que representan Sria y Libia después de la gestión Obama, nos hallamos ante un imperialismo de características fundamentalistas que necesitan la creación de una zona de libre comercio para la preservación de sus intereses.

El problema es que con la llegada de gobiernos neoliberales como los inaugurados por Mauricio Macri en Argentina, el golpe en Brasil, y la debilidad político económica de la Venezuela de Maduro, es altamente probable que no exista margen de negociación, y volvamos a ser una región fértil para los designios fundamentalistas de los EE.UU.

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