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- 21/07/2021 00:00
20 de julio, independencia de Colombia y rememoración de la gesta panameña
En 1790, 20 años antes del grito de independencia de Colombia, Francisco de Miranda propuso a William Pitt, primer ministro británico, el tránsito de los buques ingleses por un futuro canal en Panamá, que uniría los dos océanos, si apoyaba la guerra de independencia en América del Sur. Miranda vislumbró el potencial geoestratégico del istmo para la actividad mercantil.
En su carta de Jamaica de septiembre de 1815, Simón Bolívar escribió:
“¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo”.
Este 20 de julio de 2021 se sumaron 211 años de vida republicana, desde aquel viernes 20 de julio de 1810, cuando a las 11:00 de la mañana, día de mercado en la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá, se trenzaron a puñetazos el chapetón José González Llorente y los criollos Francisco Morales y su hermano, por el florero que aquel no quiso prestar para que los criollos adornaran la mesa del visitador regio don Antonio Villavicencio. Ese fue el pretexto para la gritería y amotinamiento que enardeció a los americanos al punto de poner preso al mismísimo virrey del Virreinato de la Nueva Granada, don Antonio José Amar y Borbón e iniciar la lucha por la independencia.
Mientras Colombia se sublevaba por la opresión, la discriminación y la pobreza, en Panamá la economía boyaba luego de que el rey autorizó en 1808 el comercio con las islas del Caribe.
Florecía el contrabando y se enriquecían los comerciantes, que apoyaban con oro a España contra Napoleón y aportaban un “donativo patriótico” para detener a los revoltosos del sur de América. Por eso el grito de independencia de Colombia no fue bien visto en el istmo, hasta que en 1814 el rey canceló el libre comercio con sus colonias y los comerciantes se convirtieron en independentistas nacionalistas.
La organización colonial fue una estructura de sumisión, con encomiendas, mitas, resguardos para aprovechar al máximo la mano de obra del indígena.
La encomienda consolidó la dominación del espacio para la apropiación de riquezas, y organizó a la población indígena como mano de obra forzada. Fue, además, centro de culturización y evangelización para enterrar a los ídolos nativos con su lengua y su cultura y reemplazarlos por los hispanos.
Fueron muy mansos nuestros tatarabuelos, hasta que hastiados produjeron la insurrección de los comuneros que, en 1781, se dio como uno de los levantamientos anticoloniales importantes del siglo XVIII y puso en entredicho la autoridad española, abriendo el camino de las luchas que continuaron con la gesta libertadora emprendida por Simón Bolívar.
La mayoría de los insurrectos, junto a su líder José Antonio Galán, murieron despedazados. Pero no fue en vano su muerte.
Comenzaron a nacer en América hijos de españoles, que fueron llamados criollos con el estigma de la mancha de la tierra y sin los privilegios de los españoles de la península. Un americano no podía desempeñar un puesto de media importancia.
Los criollos señalaron a los 'chapetones' o 'gachupines', como responsables del atraso y la pobreza, y reclamaban los cargos y honores exclusivos de los peninsulares.
Estos descontentos evidenciaban la crisis de la dominación colonial en el siglo XVIII y para rematar, la corona aprobó las “reformas borbónicas”, que apretaron con impuestos a los criollos, y se rebosó la copa.
La Revolución francesa de 1789 que tumbó a la monarquía, bajo el lema “libertad, igualdad y fraternidad” entusiasmó a los jóvenes americanos, y mucho más cuando Napoleón apresó en 1808 al intocable Fernando VII, dejando un vacío de poder en Latinoamérica.
Francisco Miranda había traído noticias de la independencia de Estados Unidos con su implementación de una república democrática federal. También llegaban noticias de la Junta de Quito con su independencia.
Para controlar a Panamá y recuperar la Nueva Granada y Quito, llegó, comisionado por los reyes de España, en agosto de 1821 el mariscal Juan de la Cruz Mourgeón y Achet, quien traía carta del rey, que le ofrecía ser virrey de todos los territorios que lograra recobrar.
Luego de saquear el oro de las iglesias y conseguir donaciones, el mariscal salió hacia Ecuador con su ejército, el 22 de octubre de 1821, dejando a cargo al militar José de Fábrega, simpatizante de la independencia.
Rufina Alfaro, trabajadora del cuartel, dio el parte de ausencia de soldados, y comenzó la revuelta con Segundo Villarreal al mando, que culminó con el grito de independencia en La Villa de Los Santos el 10 de noviembre de 1821 y de otras proclamaciones más, como la de Panamá, el 28 del mismo mes. Fábrega le escribe a Bolívar:
Excelentísimo señor: “Tengo la alta complacencia de comunicar a V.E. la plausible nueva de haberse decidido el istmo por la independencia del dominio español. La Villa de Los Santos, de la compresión de esta provincia, fue el primer pueblo que pronunció con entusiasmo el sagrado nombre de libertad y enseguida casi todos los demás pueblos imitaron su glorioso ejemplo”.
Un mes antes, el 3 de octubre de 1821, había finalizado en Villa del Rosario de Cúcuta el Congreso Constituyente que aprobó la Ley fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia, la cual estableció el sistema centralista, con los departamentos de Venezuela, Cundinamarca y Quito, que se posesionaron solemnemente ante el Congreso el 2 de octubre de 1821.
Regresemos a la Plaza Mayor de Santafé, luego de entender que no fue el florero de Llorente, ni aquellos puñetazos los que incendiaron las luchas independentistas, sino las consecuencias y el cansancio del abuso, la pobreza y la discriminación.
Ese día, los hermanos Morales gritaron a voz en cuello que el chapetón González Llorente había ofendido a Villavicencio y a los americanos. Los conjurados se distribuyeron por la plaza: ¡Están insultando a los americanos! Gritaban; ¡Queremos junta! ¡Viva el cabildo! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!
“indios y blancos, patricios y plebeyos, comenzaron el desorden y cogieron a piedra las puertas. Los militares los secundaron y al virrey Amar y Borbón no le quedó otro remedio que convocar un cabildo extraordinario, y hacia las 6:00 de la tarde inició la república y el gobierno de los criollos en Colombia.
Cuando observemos la historia con el espejuelo del tiempo, es imperioso verla desde sus circunstancias y cuando hablamos de la sevicia de los españoles hablamos de aquellos españoles cuya codicia hizo desaparecer el 95% de los nativos de América en 100 años.
Aquellos españoles nada tienen que ver con los hispanos contemporáneos, pero, sí tienen que ver, y mucho, con los tiranuelos de ayer y de hoy que cometen salvajadas en nombre de la raza, de la religión, de la política, del nacionalismo, de la paz, de la verdad o de la patria.
Aquellos españoles que violaron a nuestras trastatarabuelas indígenas siguen hablando por nuestra boca, porque llevamos su sangre, son nuestros trastatarabuelos y es de supina imbecilidad que, luego de 42 lustros, queramos vengarnos con sus estatuas. Cada generación es responsable de sus cobardías, de sus audacias y de sus complicidades. Sus actos son nuestra herencia, buena o mala. Destruir las obras de arte que los representan es querer tapar el sol con la mano y atentar contra nuestros artistas, contra nuestra cultura y, en fin, contra quienes nos hicieron como somos.
Bolívar se enteró en enero de 1822 de la independencia de Panamá y envió a su edecán Daniel Florencio O'leary con una nota para los panameños.
“No me es posible expresar el sentimiento de gozo y admiración que he experimentado al saber que Panamá, el centro del Universo, es segregado por sí mismo, y libre por su propia virtud. El Acta de la Independencia de Panamá es el documento más glorioso que puede ofrecer a la historia ninguna provincia americana”.