Debí mirar más allá de las fotos

Actualizado
  • 30/01/2025 00:00
Creado
  • 29/01/2025 21:11

Es curioso cómo el verano parece ser siempre un refugio de nostalgia. Solemos regresar una y otra vez a los mismos sitios: los carnavales, las calles donde florecen los guayacanes, las postales de playas de arena blanca y atardeceres perfectos. Esas imágenes evocan romances, noches interminables y memorias llenas de alegría. Sin embargo, me pregunto: ¿de qué veranos estamos hablando? ¿Son esos los veranos de todos o solo los de algunos?

El título del último álbum de Bad Bunny, Debí tirar más fotos, abre una puerta interesante. Hay una melancolía en esas palabras que se sienten como un duelo, como un lamento por lo que no se pudo inmortalizar. Pero no todas las ausencias en las fotografías son accidentales. Algunas tienen que ver con aquello que preferimos no mirar: los veranos de quienes están demasiado ocupados sobreviviendo.

Mientras algunos posan para la cámara en un resort con vistas al mar, otros limpian mesas en los mismos hoteles, trabajan largas jornadas bajo el sol o recolectan frutas para llenar nuestras mesas. Mientras unos disfrutan de fiestas exclusivas, otros apenas logran llegar a fin de mes, viviendo en hogares precarios o desplazados de sus tierras. En esos recuerdos no hay fotos ni canciones de verano, solo el peso del calor en espacios mal ventilados y la incertidumbre de un trabajo temporal.

El verano también puede ser sinónimo de despojo. En Puerto Rico, por ejemplo, la gentrificación está transformando la isla en un paraíso para extranjeros ricos, mientras los locales son desplazados. Las playas, que deberían ser un bien común, se privatizan cada vez más, y el acceso público se convierte en un privilegio. Algo similar ocurre en Panamá: el país de los grandes edificios, los yates y los exclusivos paseos a la playa no es el Panamá de todos.

Detrás de las imágenes de lujo y comodidad, los locales tienen que abandonar sus estilos de vida para trabajar en hoteles o ver cómo se ceden sus tierras a cadenas multinacionales. De a poco, esos espacios que antes eran comunitarios se convierten en propiedad privada. Las playas, que deberían ser un espacio de encuentro para todos, son arrebatadas y se crean barreras invisibles que segregan.

Este despojo no solo roba espacio físico, sino también la posibilidad de construir recuerdos. Porque, ¿cómo tener veranos para recordar si cada vez hay menos lugares a los que acceder libremente? ¿Cómo capturar momentos de alegría si tu vida está marcada por la precariedad?

El álbum de Bad Bunny nos invita a reflexionar sobre las fotos que no tomamos, esas ausencias que dicen tanto como las imágenes. Pero también es un llamado a cuestionar qué historias dejamos fuera del encuadre. ¿Qué implica que nuestros recuerdos de verano estén llenos de privilegios, mientras invisibilizamos a quienes hacen posible esas postales idílicas?

La nostalgia del verano puede convertirse en una trampa si no somos capaces de mirar más allá. No se trata solo de lamentar las fotos que no se tomaron, sino de preguntarnos por qué esas fotos no existen en primer lugar. ¿Es por olvido? ¿Por elección? ¿O porque las estructuras de desigualdad han hecho imposible que algunos vivan esos veranos que nos venden como universales?

En última instancia, la pregunta no debería ser “¿Debí tomar más fotos?”, sino “¿A quién excluí de las que ya tomé?”. Porque el verano, como todo en la vida, también está marcado por la desigualdad y el no cuestionar la ausencia de fotos también perpetúa un mundo donde solo unos pocos tienen el privilegio de recordar.

Mientras unos disfrutan de fiestas exclusivas, otros apenas logran llegar a fin de mes, viviendo en hogares precarios o desplazados de sus tierras.
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