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El suplicio de la libertad o la obediencia autoritaria
- 25/03/2022 00:00
- 25/03/2022 00:00
Desde el inicio de la guerra de invasión, alrededor de 12.000 soldados chechenos, liderados personalmente por el presidente de la República de Chechenia, Ramzan Kadyrov, se movilizaron a territorio ucraniano en apoyo a las fuerzas del Kremlin. La presencia de Kadyrov en los suburbios de Kiev, tal y como fue reportado por sus simpatizantes en redes sociales, es un elemento clave para entender el objetivo y la metodología autoritaria de Moscú.
La primera guerra de Chechenia nos recuerda que el aparente fracaso militar de fuerzas rusas en combate, no es un signo de debilidad sino de barbarismo. El poder autoritario tiene objetivos totalitarios por naturaleza y ningún respeto por la libertad del individuo. Vladimir Putin revivió el terror de la Unión Soviética con el objetivo específico de evitar una amenaza existencial a largo plazo a su “nuevo imperio” y al proyecto mundial autoritario. A falta de un compromiso rotundo por parte de las naciones democráticas, la inmolación de los ucranianos se convertirá en la sumisión de los débiles y no en el martirio que avive la llama de la libertad en el mundo.
En septiembre de 1991, en pleno colapso de la Unión Soviética, militantes de la región rusa de Chechenia tomaron control de las instituciones de gobierno y se declararon independientes del gobierno de Moscú. Dos meses después, el Soviet Supremo de Ucrania votó a favor de la independencia de la Unión Soviética y certificó la disolución de la U.R.S.S.
Tras tres años de tensiones entre los separatistas chechenos y Moscú, en diciembre de 1994, el ejército ruso se movilizó en masa y rodeó Grozni, la capital de Chechenia. A pesar de que dos generales al mando de las fuerzas rusas y 800 soldados rehusaron acatar las órdenes del Kremlin (y luego fueron sentenciados), la noche de Año Nuevo, tres columnas de tanques rusos penetraron la capital chechena, por tres flancos, con el fin de tomar el palacio presidencial y derrocar al gobierno separatista.
La operación militar rusa fue un fracaso, a simple vista. Tras tres semanas de combate en las calles de Grozni, más de 2.000 soldados rusos habían sido abatidos. La Brigada Motorizada 131 Maikop fue completamente eliminada por lanzacohetes de los separatistas, y la capital se convirtió en un cementerio de tanques rusos. El general ruso Victor Vorobyov murió en combate. Y el Kremlin decidió replegar sus fuerzas.
La desmoralización de los conscriptos rusos no fue un factor a considerar para los lideres en Moscú. Tras la aparente retirada de los tanques rusos de las calles de Grozni, el Kremlin desató la furia de toda su artillería sobre la capital. Durante dos semanas, fuerzas rusas bombardearon apartamentos residenciales, teatros, centros culturales y comerciales, edificios de gobierno, museos, hospitales, escuelas, a una rata de 10 cañonazos por minuto. Ante el horror y la destrucción, los feroces combatientes chechenos, que con una fuerza de 1.500 soldados habían logrado frenar el avance de 12.000 conscriptos rusos, no tuvieron más opción que huir a las montañas y abandonar la sede de gobierno. Más de 27.000 civiles murieron en el asedio de Grozni.
El libreto del Kremlin se repitió en Ucrania. Durante tres meses, fuerzas rusas rodearon su objetivo por tres frentes: al norte en la frontera con Bielorrusia, al este en la frontera con el Donbás, y al sur desde Crimea (región anexada a la fuerza por Rusia en 2014). El 24 de febrero de 2022, columnas de tanques de guerra invadieron Ucrania, y tres semanas después, las calles de Jerson, Kharkiv y Mariúpol están repletas de corazas metálicas incineradas con solo la “Z” visible. Según estimados de la OTAN, alrededor de 1.600 vehículos militares fueron destruidos y entre 7.000 y 15.000 soldados rusos han muerto.
Y al igual que en enero de 1995, tras una corta y aparente derrota de las fuerzas rusas en combate urbano, los bombardeos iniciaron la destrucción de grandes ciudades, sin importar los daños a poblaciones civiles. El caso más noticioso es la ciudad de Mariúpol, en donde teatros, edificios residenciales, hospitales pediátricos y sedes de gobierno han sido destruidas.
La novedad en el guion del Kremlin este 2022 es que Vladimir Putin, como buen discípulo de la antigua KGB, decidió revivir la herramienta más efectiva de la era soviética para terminar de construir su U.R.S.S. 2.0: el gran terror.
Al igual que Stalin en los años 30, Putin apacigua su paranoia sometiendo a sus opositores con violencia psicológica extrema. Localmente ya son más de 15.000 personas que han sido arrestadas en Rusia por protestar por la guerra en Ucrania.
La censura de los medios de comunicación se totalizó. Las redes sociales de Meta (Facebook) fueron prohibidas en el país, al igual que la mención del término guerra en relación a Ucrania. En el campo de batalla, las fuerzas especiales rusas iniciaron la desaparición de líderes ucranianos.
Al menos cuatro alcaldes fueron secuestrados y dos periodistas internacionales asesinados, por órdenes directas del Kremlin, para sembrar miedo.
Municiones termobáricas, bombas de fósforo, y ataques a convoyes humanitarios y corredores de evacuación de civiles, están construyendo un infierno de terror en Ucrania.
El barbarismo autoritario no permitió que el imaginario postsoviético incluyese la independencia de territorios a través de las armas, como lo intentaron los chechenos en los años 90. De igual manera, el barbarismo autoritario no permitió la democratización de Ucrania y está en una misión por destruir la nación amarilla y azul del imaginario y la realidad material de sus habitantes.
Casi tres décadas después de que el actual presidente de la República de Chechenia luchó contra los soviéticos en pro de su propia independencia, Ramzan Kadyrov se encuentra liderando a 12.000 de sus compatriotas para someter a los ucranianos a la voluntad de Moscú.
Es cierto que Ucrania no es Chechenia. Ucrania es un país independiente con su propio ejército profesional y una población de 40 millones de personas vs. Chechenia, que solo contaba con milicias informales y una población de 1,5 millón. Ucrania, a diferencia de Chechenia, está recibiendo apoyo económico, militar y moral por parte de la OTAN. Y Ucrania además cuenta con un país vecino aliado, como es Polonia, para establecer corredores humanitarios, de envío de armamentos, y atención médica a combatientes heridos.
Estas diferencias se evidencian en el campo de batalla. La semana del 20 de marzo, fuerzas ucranianas lideraron exitosamente dos contraofensivas a las afueras de la capital, Kiev. Este jueves 24 de marzo, unidades especiales del ejército de Ucrania explotaron una embarcación rusa en el puerto de Mariúpol, a pesar del asedio a la ciudad. Y un mes después del inicio de la invasión, el Kremlin aún no consolida su superioridad en los cielos y ha perdido más de 95 aeronaves en combate.
El optimismo actual, sin embargo, debe ser compaginado con la realidad histórica. Rusia comprometió sus tropas al control de Chechenia durante 15 años. Desde la disolución de la U.R.S.S., ninguna otra de las 22 repúblicas que conforman la Federación Rusa ha buscado autonomía. Más bien lo contrario; Rusia incorporó a la fuerza territorios de Georgia en 2008, anexó Crimea de Ucrania en 2014, totalizó su control sobre el régimen bielorruso de Alexander Lukashenko y restauró al poder al líder autoritario de Kazajistán, Kassim Tokayev, en enero de 2022. El proyecto soviético persiste, no solo en el imaginario de Vladimir Putin, sino en el de sus consejeros y aliados. Tanto así que, conscientes de las sanciones y repercusiones por venir producto de la invasión rusa de Ucrania, los oligarcas rusos dieron su tácito apoyo a la operación militar.
El proyecto autoritario es barbárico. Tiene como objetivo totalitario destruir la libertad de pensamiento. Su fin es la sumisión absoluta del individuo y la atomización del colectivo alrededor del ideal del líder autoritario. Allí está Ramzan Kadyrov, cuya familia fue expulsada de Chechenia por Stalin y luego bombardeada por Yeltsin, luchando como perro obediente del Kremlin, junto a 12.000 de los más feroces combatientes del mundo (por lo menos por reputación) completamente domados por 15 años de terror y violencia.
El objetivo del Kremlin existe por encima y a pesar de los análisis de los expertos sobre las tácticas de combate de las fuerzas rusas y sus aparentes fracasos. El objetivo del Kremlin es eliminar la libertad y el paradigma liberal del imaginario de los habitantes del espacio exsoviético. Los elementos que a simple vista parecen mostrar las debilidades del régimen de Vladimir Putin e incluso presagian un fin de su gobierno, como son los más de 7.000 soldados rusos fallecidos desde el inicio de la guerra o las numerosas protestas en contra de la intervención militar, son distracciones a la terrible realidad: Putin continuará el asedio a Ucrania hasta que destruya todo símbolo de resistencia al poder autoritario del Kremlin.
Ante la destrucción de Mariúpol y el asesinato de más de 2.500 civiles, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky ya anunció que está dispuesto a conceder que Ucrania renuncie a sus aspiraciones de unirse a la OTAN y que estaría dispuesto a negociar la autonomía de los territorios del Donbás, ocupados por Rusia desde 2014, al igual que reconocer la anexión rusa de Crimea. Las sanciones de Occidente no detendrán la maquinaria de Vladimir Putin que elimina obstáculos con violencia pura. ¿El mundo democrático se unirá a los ucranianos en combate contra el autoritarismo y sufrirá el suplicio que exige la libertad? O, ¿acaso la inmolación de los valientes ucranianos se convertirá en el terror que someta a un país a la obediencia autoritaria?