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- 11/12/2019 00:00
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Es de noche en el casi invierno europeo. Son las 7:55 de la mañana en Madrid y un grupo de jóvenes pasa raudo entre las somnolientas escaleras del enorme predio del IFEMA, donde se realiza la cumbre de cambio climático COP25 de la ONU (en Madrid, con presidencia de Chile), que hace que los casi treinta mil acreditados parezcan hormigas en un bosque. Son los jóvenes activistas climáticos que van por su primera reunión del día.
Es la segunda semana de las dos de negociaciones entre países para bajar las emisiones contaminantes de la atmósfera (y que, de hecho, lleva más de veinticinco años).
Desde la irrupción de Greta Thunberg, hace exactamente un año en la COP24 de Katowice (Polonia), el movimiento juvenil se ha tornado mundial e inyecta vitalidad a un proceso que por momentos parece avanzar como el cangrejo.
La llegada a Madrid de Greta —el hecho de que se pueda prescindir del apellido ya habla de su universalidad— fue caótica: su figura desbordó las previsiones y las avalanchas de periodistas se suceden cada vez que aparece o se anuncia su presencia. Y tuvo que ser retirada por razones de seguridad de la marcha del viernes pasado, en la que hubo un número de personas a determinar entre las 15 mil que calculó la policía y las 500 mil de la organización. En bambalinas, es el show de la selfie.
En ese contexto, y si bien comenzó en la COP11 (2005, Montreal), la presión que ejercen los nuevos ambientalistas ha llevado a que se transformen en las figuras a seguir, con reuniones más o menos informales, performances, protestas y diálogos con la prensa durante esta cumbre eminentemente diplomática.
Una primera reunión tempranera fue con la ex presidente de Chile Michelle Bachelet, ahora Alta Comisionada de la ONU para Derechos Humanos, y representantes de sindicatos, indígenas y mujeres de distintas partes del mundo. Cada uno contó sus problemas particulares. Nicole Becker, la argentina miembro del equipo de Jóvenes por el Clima, explicó que en su país —por ahora— se siente que la crisis económica es prioritaria y no se advierte que la crisis es climática y sistemática también en el fondo.
Por su parte, Freddy Sebastián Medina, de Fridays for Future (FFF, la organización de Greta) en Chile, contó cómo los líderes son intimidados por la policía y los militares, sobre todo en las últimas seis semanas de protestas masivas en el país sudamericano. “Disculpen, pero esto es también emocional. Pido que se tome este asunto seriamente en la agenda 2020”, agregó, ante la mirada de Bachelet, que prefirió seguir con otro tema. Luego Medina se quejaría de que, como indígena, él no está incluido siquiera en la Constitución chilena.
La siguiente parada matutina fue la multitudinaria conferencia de prensa en la que estaba anunciada la presencia de Greta, y en la que se negoció hasta el final la inclusión de representantes de todas las regiones. Con todos los medios a la espera de su palabra, tras la presentación de la alemana Luisa Neubauer, Greta se limitó a señalar que quienes debían ser oídos eran sus compañeros. Y en verdad tenía razón: cada uno tuvo una historia de tragedia social y ambiental (lo ambiental es social) para desarrollar en breves y contundentes minutos, que dejaron espacio sólo para una pregunta periodística.
Un ejemplo fue el relato de la ugandesa Flavia Hilda Nakabuye, que se preguntaba “¿qué tipo de tormenta o inundación debemos sufrir para que se nos escuche? No emitimos nada (de gases de efecto invernadero), pero somos los que más lo padecemos”.
Mientras tanto, Greta observaba alternativamente a sus colegas, la boca con la comisura hacia abajo como el payaso triste, la trenza que recorría su oreja izquierda, cruzaba el hombro y bajaba por su torso. Aplaudió cuando el ruso Arshak Makichyan dijo: “please, act now” (actúen ahora, por favor). En cambio, cuando habló Rosa Whipple —que porta una camiseta que dice “detengan la supremacía blanca” y representa a una comunidad indígena norteamericana que luchó contra los gasoductos construidos en Minnesota en terrenos ancestrales y se refiere a que la crisis es también espiritual— dejó su mano izquierda sobre el mentón y la ceja izquierda levantada, como en señal de ira.
Detrás de escenas, y pese a que busca que las decisiones sean tomadas de manera horizontal y asamblearia, hubo algunas discusiones respecto del peso de cada región y de quién debía participar en la conferencia de prensa y quién no. “Hay que parar el eurocentrismo que puede llegar a tener este grupo. Si queremos terminar con la opresión de los adultos, no tenemos que repetir viejos esquemas, tenemos que ser más democráticas”, se quejó una representante del Sur Global, acompañada por colegas de otras regiones, que también se sintieron un poco de lado.
Más allá de rispideces, la estrategia de que Greta no hablara fue fructífera en el fondo: a la salida, el periodismo esperaba a cada uno de ellos para tener más detalles y la explicación en primera persona de las historias, apenas esbozadas antes. Y recién promediaba la mañana.
Al mediodía, los jóvenes se juntaron frente al hall seis del predio y en uno de los patios secos del IFEMA generaron una especie de intervención entre artística y política (al recatado estilo del Primer Mundo con cánticos suaves, sin redoblantes). ¿Qué queremos? 'Justicia climática'. ¿Cuándo la queremos? Ahora, decían. En un momento, Ángela Valenzuela, de Chile, se animó con un “el pueblo, unido, jamás será vencido” en un español que contagió a los parlantes de otras lenguas.
Por la tarde, tras apurar almuerzos más o menos improvisados, con mayoría de vegetarianos, continuaron las reuniones y charlas. Nicole Becker se reunió con negociadores y representantes de oenegés de Argentina para estar al tanto de cómo empezaba la segunda semana de negociaciones. El ya famoso artículo seis del reglamento del Acuerdo de París parece la principal traba: ¿conviene o no conviene una articulación débil de los mercados de carbono o quizá mejor dejar la solución técnica para más adelante?, ¿qué pasa con las cuestiones de género y los derechos humanos de las minorías?, ¿y qué de los mecanismos de reparación económica de daños y pérdidas? Todo está en discusión. En su país, el movimiento juvenil que representa Becker —pese a no ser tan multitudinario como en Europa— pudo hacer pesar su relativa fortaleza en el Congreso Nacional para lograr la histórica aprobación de la ley nacional de cambio climático, que establece presupuestos mínimos para tratar de detener la emergencia.
“Nuestra misión no es acercarnos a Greta sino, por el contrario, alejarla de la gente. Sobre todo, el día que llegó estaba muy cansada y un poco estresada por todo el movimiento”, dice Clara Rivero, una estudiante de relaciones internacionales de la Universidad de la República, en Montevideo, y miembro de la coordinación nacional uruguaya de FFF. Tenía sentido: Greta había tardado tres semanas en recorrer el Atlántico Norte en un velero que no usa combustible fósil.
Para Rivero, la organización interna del movimiento es óptima. “Hacemos todo de manera horizontal y las decisiones salen por consenso. Es cierto que en América Latina tenemos menos representantes que en Europa, pero hablamos y votamos por igual”, afirma.
Para todos ellos, el día continuó todavía con más reuniones con los demás sectores del anchísimo mundo climático, pero también entre ellos. Están decidiendo si harán alguna actividad el viernes (día en que supuestamente cierran las negociaciones y debería haber un documento final). Y los próximos pasos de Greta, cuya celebridad está garantizada.
Lo que no se sabe y todavía está en juego es el destino de su movimiento. Seguramente, mañana se levantarán y continuarán la seguidilla. Porque para ellos la lucha contra la emergencia climática es un interminable día de la marmota.