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La era de nuevas amenazas, negociaciones políticas y realidades alternas
- 15/07/2022 00:00
- 15/07/2022 00:00
En la madrugada del 31 de mayo de este año, las impresoras en los hospitales de Costa Rica comenzaron a imprimir cientos de documentos, la mayoría con caracteres sin sentido, otros con un mensaje bastante claro: un grupo ciber-criminal ruso había robado y encriptado los datos de toda la seguridad social que almacena el Gobierno costarricense. Un mes antes, el Estado costarricense había perdido el control de la información del Ministerio de Finanzas y el control de la recolección de impuestos en el país.
Irónicamente, el mismo mes de mayo, el gobierno ruso de Vladimir Putin inicio negociaciones en las Naciones Unidas para la creación y firma de un nuevo tratado internacional para atender las amenazas de seguridad y la soberanía del ciberespacio de cada país. Los principales signatarios de la nueva propuesta impulsada por Moscú son los gobiernos de China, Camboya, Bielorrusia, Corea del Norte, Myanmar, Irán, Venezuela y Nicaragua. Sumando a las ironías del nuevo entorno internacional, The New York Times reveló en julio que el gobierno de Joe Biden había dado apoyo a delegaciones secretas de contratistas de defensa de EE.UU. para adquirir el software de ciberespionaje israelí conocido como Pegasus (a pesar de que públicamente el Gobierno de EE.UU. tiene prohibido el uso de esa herramienta por parte de sus contratistas e instituciones).
Estamos iniciando una nueva era. Una era de nuevas amenazas, de negociaciones de poder y, sobre todo, una era de más mentiras, desinformación y realidades alternas.
El 8 de mayo, el nuevo gobierno costarricense de Rodrigo Chaves declaró un estado de emergencia nacional. La primera vez que un gobierno declara un ciberataque una emergencia nacional. Para entonces, unas 27 instituciones del Estado habían sido comprometidas por el software conocido como CONTI, creado por una pandilla de hackers rusos. Los portales de las instituciones mostraban mensajes en donde el grupo cibercriminal exigía $10 millones para la liberación de los caches (secuestros) de data encriptada. El grupo también divulgó que se encontraban en medio de una prueba de la versión beta de un ciberataque global en contra de un gobierno nacional.
El impacto del ataque parece ser sacado de las páginas de una novela sobre un futuro distócico no muy lejano. Durante la primera semana de los ataques hubo 35 mil incidentes con ataques de malware (software malicioso), 60 mil intentos de controlar remotamente sistemas del gobierno y 60 intentos de minar criptomonedas utilizando computadoras del Estado. Se perdieron más de $30 millones cada día desde el inicio de los ataques. Los empleados públicos no podían ser pagados, las aduanas dejaron de funcionar, y todo esto sucedió en medio de una transición de gobierno.
El nuevo gobierno de Costa Rica decidió no pagar el ransomware (rescate) y apagó sus servidores. El nuevo gobierno se vio obligado a acudir a compañías privadas y gobiernos extranjeros para solventar el problema y las vulnerabilidades tecnológicas. Bajo la asesoría extranjera, el presidente Rodrigo Chaves inició investigaciones a funcionarios del Estado que supuestamente estuvieron involucrados en asistir a la pandilla rusa durante los ataques.
Estamos entrando en una era de nuevas amenazas. Solo 7 de los 35 países de la región tienen planes de seguridad cibernética desarrollados a nivel institucional. Desde el inicio de la pandemia, grupos cibercriminales como CONTI y REvil de Rusia y NICKEL de China han atacado sistemas financieros, de salud y de gobierno en América Latina. Los bloques de poder tecnológico de EE.UU./Europa y China/Rusia compiten por ser los proveedores de seguridad de nuestros gobiernos, creando un ambiente de negociación política sumamente complejo y pírrico.
Las nuevas amenazas han generado un desbalance de poder a nivel global. Y las potencias mundiales han iniciado un ciclo de negociaciones políticas que desnudan a los poderosos de cualquier vestimenta ideológica. El objetivo claro de las negociaciones de los polos de poder mundial es obtener una cuota de control del sistema internacional mayor a la de sus adversarios.
El 28 de febrero de este año, tan solo 4 días después del inicio de la invasión de Ucrania, el gobierno de Putin presentó ante la ONU el referido tratado sobre cibercrímenes. Con el respaldo del Partido Comunista de China, Putin presentó un tratado que empodera a los Estados a controlar y regular el ciberespacio nacional, citando pretextos de soberanía y seguridad en contra de fuerzas extranjeras. En realidad, el tratado lo que establece es la prerrogativa de los gobiernos nacionales de censurar y vigilar las actividades que ocurren en el mundo virtual y, por lo tanto, facilita el control autoritario. Las intenciones de Rusia son evidentes y quedaron expuestas desde 2001, cuando se rehusaron a firmar la convención de Budapest en materia de ciberseguridad (firmada por 64 naciones del mundo, incluyendo, por supuesto, el bloque transatlántico de naciones de occidente).
Las negociaciones intensas por mayores cuotas de control y poder relativo son evidentes en el calendario diplomático internacional. En un período de 60 días, el presidente de EE.UU. convocó a los países de la región a la Cumbre de las Américas, viajó a Europa para reunirse con la Unión Europea, la OTAN y el G7, y luego visitó Asia, en donde se reunió con los líderes de Japón, Corea del Sur e India. Y esta semana, Biden visitó Israel y Arabia Saudita. Por su parte, en febrero, Vladimir Putin pactó una alianza “sin límites” con China y recibió a los presidentes de Argentina y Brasil (ambos se enfrentan a posibles derrotas electorales en 2023 y 2022, respectivamente). Desde el mes de junio, Putin se reunió con los jefes de Estado de Azerbaiyán, Kazajistán, Irán, Tayikistán, Turkmenistán e Indonesia, durante una gira por Asia central. Moscú, además, anunció el 12 de julio que Putin viajará a Teherán, a una reunión con los mandatarios de Irán y Turquía.
El baile de salón internacional es una mezcla de cortejo y provocaciones entre parejas inusuales. Biden coqueteando con el régimen de Maduro y el príncipe de la Corona Saudí, quien a su vez acaba de regresar de visitar a Erdogan en Turquía (la parte abusada en esa relación). El líder turco, quien se enfrenta a 80% de inflación en su país, cedió ante las peticiones de la OTAN para permitir la accesión de Finlandia y Suecia al bloque transatlántico. Y esta semana se anunció que Erdogan viajará a Caracas y quien sabe si es para hacer llegar cartas de amor de Irán, Rusia, la OTAN, o todos.
A nivel nacional estamos viviendo un fenómeno similar. Los gobiernos de las Américas se encuentran paralizados en un recurrente desgobierno y negociación intensa entre grupos de poder desvestidos de ideología. En Colombia, el candidato Rodolfo Hernández, quien perdió las elecciones presidenciales, inmediatamente buscó los favores del presidente electo, Gustavo Petro, a pesar de que el país está más polarizado que nunca. Petro ganó con tan solo el 50,4% de los votos a su favor. En Panamá, Ecuador, Perú y Chile el gobierno está en las mesas de negociación con sindicatos, grupos indígenas y gremios empresariales, para poder legitimar el funcionamiento de las instituciones del Estado ante nuevas amenazas sociales desestabilizadoras, siendo la principal la intencional creación de realidades alternas.
A nivel internacional y nacional, el ecosistema mediático permitió que actores iliberales abusaran del sistema democrático. Ya es notorio el uso y abuso de las redes sociales y nuevos medios de comunicación por actores iliberales para influenciar la opinión pública y afectar el sistema democrático. Lo que evidentemente no ha sido comprendido en la región es la enorme vulnerabilidad que tenemos actualmente, durante este período de negociaciones intensas sin ninguna sustancia ideológica, más allá de la meta de obtener una mayor cuota de poder.
Repasemos los resultados electorales de los últimos años en América Latina: En Perú, Pedro Castillo ganó con el 50,2%, apenas 44 mil votos más que Keiko Fujimori, de un total de cerca de 17 millones de votos, y hoy cuenta con solo 19% de apoyo nacional. En Ecuador, Guillermo Lasso ganó con el 52% de los votos, y hoy cuenta con menos del 27% de aprobación a nivel nacional.
En Chile, Piñera salió de La Moneda con 17% de aprobación, y Boric, quien llegó al poder hace menos de 3 meses, con 55% de los votos, hoy tiene solo el 36% del apoyo popular, y la nueva constitución chilena ya tiene 46%, sin ni siquiera haber iniciado de lleno la campaña para el referéndum. Inclusive el presidente Biden hoy cuenta con menos apoyo del que tuvo el presidente Trump en su momento más bajo. Estos resultados no son, ni exclusivamente ni siquiera mayoritariamente, producto de malas gestiones de gobierno. Son el resultado de la intencional construcción de realidades alternas para el abuso de los poderes del Estado democrático. Rusia y China lideran estos esfuerzos, pero también grupos criminales y actores políticos iliberales regionales y nacionales participan. Estas realidades alternas, construidas con discursos políticos absurdos, permiten que un guerrillero o un rondero comunista sean candidatos presidenciales viables en el siglo XXI. Realidades alternas en donde EE.UU. muestra varias caras en materia internacional y de derechos humanos. Que Biden hable de democracia, pero negocie con Maduro, que hable de derechos humanos, pero busque favores con los sauditas, y en el caso de la vulnerabilidad cibernética de la región, que permita la adquisición de softwares para espiar por parte de compañías privadas y políticos inescrupulosos (no olvidemos que fue EE.UU. quien facilitó las negociaciones para que Martinelli en Panamá obtuviese Pegasus), perturba.
Desde 2004 al presente la población regional que no cree en la democracia incrementó a 38%. Ante la posibilidad de que un grupo cibercriminal puede afectar el pago de empleados públicos o la agenda de citas de los sistemas de salud pública, ante la posibilidad de un EE.UU. sin preferencia democrática a nivel internacional, ante una Rusia y China decididas a reescribir las reglas del sistema mundial, debemos preguntarnos: ¿queremos una mayor cuota de poder con respecto a los “otros” o queremos vivir en paz y libertad? ¿Queremos la dura verdad o la mentira conveniente? ¿Queremos reglas y orden o privilegios y control? La falta de liderazgo y convicción ideológica es evidente y deberíamos darnos cuenta de que lo que vemos es una reflexión de en quienes nos hemos convertido.