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- 11/06/2017 02:00
- 11/06/2017 02:00
San Diego está ahora claro que James Comey es un abogado sumamente capaz con sólo un cliente: James Comey. El ex director del FBI quizás no precise un abogado. Pero le vendría bien una empresa de relaciones públicas para que le ayudara a rehabilitar su imagen.
Eso se debe a que, si uno presta atención al testimonio de Comey ante el Comité Judicial del Senado, se entera de que el presidente Trump no es el único que tiene un problema de credibilidad.
Los medios anti-Trump recalcan los errores de Trump, entre ellos la torpe decisión del presidente de despedir a Comey mientras el FBI investigaba la posible colusión entre la campaña de Trump y el gobierno ruso.
Sin embargo los medios —que parecen haber olvidado que intentaron destrozar a Comey cuando éste se interpuso en la elección 2016 en forma perjudicial para Hillary Clinton— no han indicado la forma en que el ex director del FBI metió la pata en su trato con Trump.
No me malentiendan. Nada de ello excusa a Trump. Según Comey, el presidente le preguntó si quería conservar su puesto, le preguntó si él estaba bajo investigación como parte de la indagación del FBI sobre la intromisión de Rusia en la elección, y expresó su ‘esperanza' de que el departamento abandonara su exploración de la conducta del ex asesor de seguridad nacional, Michael Flynn. Todo eso fue inapropiado.
Algunos republicanos en el panel del Senado intentaron pintar esos intercambios como conversaciones casuales.
Qué tontería. No hay nada ‘casual' cuando uno está en la Casa Blanca hablando con el presidente de los Estados Unidos--que tiene el poder de relevarlo de su cargo--y le dice lo que le gustaría que uno hiciera. Tal como dijo en su testimonio, Comey interpretó el comentario de Trump como ‘una dirección' —aunque no la siguiera.
Pero he aquí lo importante: ¿Cómo respondió Comey? Eso depende. ¿Estamos hablando de la imagen que Comey trata de construir ahora, o de lo que hizo en ese momento, cuando Trump fue donde él con sus inquietudes? Gran diferencia.
A la luz del día actual, Comey quiere que los senadores —y el resto del país—lo vean como un parangón de virtudes, un pilar de independencia y un modelo de integridad. En esa narrativa —Comey como mártir, que ustedes podrán leer algún día en unas memorias de millones de dólares— el ex director del FBI se enfrentó con el matón en jefe. Era lo correcto, y lo castigaron por hacerlo.
Según su relato de la historia, Trump acabó con más de lo que planeó. En un momento, invitó a Comey a la Casa Blanca para una comida y, ¿adivinen quién fue a la cena? Eliot Ness.
Pero eso no es lo que en realidad sucedió. El desafío no era parte del menú.
Comey escribió en sus notas, y lo dijo durante su testimonio, que Trump le dijo: ‘Necesito lealtad. Espero lealtad'.
¿Y qué hizo Comey? Debería haberse puesto de pie y marchado. O sonreído cortésmente sin decir nada. O cambiado de tema y comentado lo buena que estaba la sopa.
Pero el ex director del FBI no hizo nada de eso. Según sus propias notas, y su propio testimonio, dijo al presidente que todo lo que podía ofrecer era ‘lealtad honesta'.
Ay, ay, ay. Otra vez la palabra-L. Es probable que Trump pensara que ambos hombres habían llegado a un acuerdo. Además, cuando uno es director del FBI--y, si es realmente el Niño Guía que finge ser--no debe prometer lealtad a nadie ni nada, excepto la verdad.
Y cuando Trump pidió que Comey clarificara si estaba bajo investigación, ¿qué hizo Comey? Otra vez, debería haberse levantado y marchado. O cambiado de tema.
En lugar de eso, Comey hizo algo que ningún fiscal debería hacer. Mostró sus cartas. Una vez más, según sus propias palabras, Comey dijo a Trump que no estaba bajo investigación.
Es una persona que parece haberse sentido tan intimidada por Trump y la pompa de la Casa Blanca, y tan desesperada por conservar su puesto como uno de los más altos funcionarios del orden de la nación, que fue demasiado dócil, demasiado cortés y demasiado aquiescente. ¿Son esos realmente los actos de un héroe?
Invitaron a Comey a cenar a la Casa Blanca, pero la persona que se presentó —y cuyas rodillas se aflojaron— no fue Eliot Ness. Fue Barney Fife.
THE WASHINGTON POST WRITERS GROUP