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- 15/12/2023 14:51
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Una bandera de Guyana ondea en la cima de una inmensa formación rocosa conocida como Tepuy Pakaramba. A sus pies, el pequeño pueblo de Arau, donde sus habitantes sostienen que son guyaneses y no venezolanos, en medio de un reclamo centenario sobre el rico territorio Esequibo donde están ubicados.
”Esto es Guyana”, dice a la AFP Jacklyn Peters, una enfermera de 39 años y habitante de Arau, donde viven unas 280 personas en casas de madera y a menos de 10 km de la frontera con Venezuela.
”En esta montaña está nuestra bandera. Cada mañana la miramos y nos sentimos felices y orgullosos”, añade Peters, que es madre de seis niños. “Fue el propio presidente (Irfaan Ali) que la plantó ahí para demostrar que todos pertenecemos a Guyana”.
Lo hizo a finales de noviembre en medio del aumento de las tensiones entre Venezuela y Guyana por el diferendo de este territorio de 160.000 km2 con vastas reservas de petróleo. Ali llegó en helicóptero a este tepuy de 2.300 metros y acompañó a oficiales en el izado de la “Punta de la flecha dorada” y luego, mano en el pecho, recitó el “Juramento de lealtad” nacional.
En el pueblo hay una austera iglesia adventista blanca, sin esculturas ni pinturas, y una escuela con una bandera guyanesa a media asta en señal de luto por la muerte de cinco soldados en un accidente de helicóptero a principios de mes.
Casas de madera sobre pilotos, anacardos y hamacas por todas partes: en una, un padre duerme con su hija; En otra, cuatro niños juegan con teléfonos móviles.
”Tenemos miedo, estamos aterrorizados. Los soldados (venezolanos) nos maltratan impidiéndonos transitar por el río (fronterizo Cuyuni). No queremos guerra. Hay niños, mujeres embarazadas”, añade preocupada esta enfermera que habla en inglés y no español.
La disputa por el Esequibo se reavivó en 2015, cuando el gigante energético ExxonMobil anunció el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros, lo que dejó a Guyana con reservas de 11.000 millones de barriles de petróleo. En esa región viven unas 125.000 personas, una quinta parte de la población del país, y cubre dos tercios de su superficie.
”Aquí está la tierra de los Akawaio. Fue antes de la llegada de los españoles, desde tiempos inmemoriales. Para nosotros no hay fronteras, pero ahora con la política sí la hay”, dice Thomas Devroy, de 59 años, exjefe de la comunidad.
Los países vienen elevando el tono de la discusión desde que Guyana otorgó licencias para explotar crudo en la zona en disputa y Venezuela celebró un controvertido referendo para incluir el territorio en el país como provincia y no zona en reclamación, como se denominaba oficialmente hasta ahora.
El presidente venezolano Nicolás Maduro anunció que el país otorgaría también licencias petroleras para explotar la zona.
La situación ha generado temores ante una escalada de conflicto armado que ambos países han negado.
”Damos la bienvenida a los venezolanos”, sigue Devroy. “Somos hermanos en ambos lados de la frontera. Estamos tristes por ellos. Están huyendo de su país. Pero no queremos a Maduro, corrupción, pobreza. ¿Cómo puede pretender gobernar aquí?”.
Cerca de siete millones de venezolanos han abandonado su país huyendo de la crisis y millas han cruzado la frontera hacia Guyana. Muchos de ellos trabajan en las minas de oro de la región.
No es que Arau viva precisamente en riqueza. Mientras sus habitantes esperan por la bonanza petrolera, viven del lavado de oro y de la agricultura de “supervivencia”, explica Lindon Cheong, un descendiente chino de 53 años, al mostrar la casa que se “construyó con sus propias manos”.
”Mira cómo vivimos. No hay carreteras. En el comedor de la escuela, hay carne en la primera semana del mes, pero luego ¡es arroz blanco!», protesta Cheong, que llegó a Arau hace 17 años y tiene cinco hijos.
Cheong cree que el gobierno guyanés ha abandonado el Esequibo. “¿A dónde va el dinero?”, se pregunta al señalar también que el “oro se está volviendo escaso”. “Ayer apenas conseguí una pinta (medio litro) de oro en ocho horas de trabajo. ¡Son 1.000 dólares guyaneses (0,5 dólares estadounidenses)”.
Desde septiembre, los militares venezolanos también piden un diezmo a los barcos que abastecen al pueblo a través del Cuyuni y los precios se han disparado. Una botella de Coca-Cola, por ejemplo, cuesta 10 dólares estadounidenses y la gasolina pasó de 10 dólares por cinco galones (19 litros) a 350 dólares.
”Estamos luchando por vivir”, dice Cheong, que también instaló una pancarta guyanesa en su jardín. “Maduro puede hacer lo que quiera. Pero aquí está la bandera de Guyana. La de Venezuela nunca ondeará en Arau”.