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- 18/09/2019 00:00
- 18/09/2019 00:00
En los últimos meses un sueño hurtó mi descanso, uno donde solo había una imagen embelesada por el objetivo máximo del Liverpool: la Champions obtenida después de más de una década. El sueño se convirtió en realidad, no tengo duda, porque se pudo disfrutar, sufrir y gritar por todos los aficionados que idealizamos la travesía que empezó el año pasado.
La sección encantadora del torneo ha iniciado nuevamente y pondré en las nubes a los artífices que impulsaron una esperanza intacta durante la campaña anterior, a esos tenaces que devolvieron el color rojo a la camiseta, los mismos que regresaron al equipo a una órbita que no se recorría desde hace mucho. A todos los que formaron parte del grupo nunca se les olvidará.
Instituyeron un generación virtuosa dirigida por un científico de lo humano que unió estratégicamente a distintos elementos para consumar el fútbol que se presumió. Con eso me quedo, porque al pasar de estos últimos años vi a un conjunto desganado, sin actitud y un tanto incoloro hasta la llegada de Klopp. Por eso ovaciono lo justo y entrego méritos a la casta de Anfield.
Claro que no ha sido fácil asimilar que el sueño que tuviste empieza otra vez, tan repentino como la batalla emocional que ofrece el recuerdo, el mismo que vuelve agitado al corazón. Pero este es el sabor que tienen los equipos como el Liverpool, porque lo fácil es apoyar desde la cuna a bandos como el blaugrana, al de los bávaros de Múnich o al de los blanquinegros de Italia, plantillas que han ganado al menos una liga en 25 veranos.
Aunque es un histórico de Europa, los títulos no lo han acompañado con debido balance y por eso la ilusión creció con el pasó el tiempo. A mi modo de ver nada estuvo desproporcionado, sino todo lo contrario, fue una percepción colectiva donde los aficionados tuvimos el mismo sueño del que les hablo, aquel que le puso candado a los párpados.
Esa sensación hay que agradecerla por el simple hecho de que haya sucedido. Los grandes momentos del año no se podrán borrar con una goma cualquiera ni con señalamientos a determinados tropiezos individuales. Lo creo porque soy de esos seguidores flechados que prefieren aplaudir la voluntad que comer de reproches.
Los errores se cometen y simplemente se aprende de ellos, somos varios los humanos en el planeta y hasta ahora no conozco a nadie que haya librado una cruzada llana para alcanzar la cima de la montaña. Cuesta mucho, lo sé y lo entiendo, pero prefiero dejar los descalificativos para aquellos que se piensan perfectos.
Sin ser futbolista he visto como el fútbol te da revanchas y el Liverpool tuvo una reivindicación inmediata. Tal vez no se repita pronto, pero el momento aguardará con envoltura de regalo para recordarnos la anécdota con una dulce sonrisa. Los sueños también se viven y he de confesar que habité en él como pocas veces lo he hecho, tan intensamente que no dudaría vivirlo de nueva cuenta, porque no fue uno de noche pasajera, fue uno permanente donde comprobé que se puede soñar sin estar dormido.