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- 15/01/2020 00:00
- 15/01/2020 00:00
No importaron las últimas dos ligas ganadas. Ni mucho menos el haber obtenido una Copa del Rey. Tampoco interesó que el equipo sea líder actual en la Liga. El juego despersonalizado, los fracasos estruendosos y sucesivos en la Champions, y la actitud tibia y rutinaria del equipo, lanzaron por la ventana del Barça a Ernesto Valverde después de dos temporadas y media. Esto se veía venir. Desde la pasada semifinal de Champions, cuando el Barça desperdició una ventaja de tres goles y cayó por goleada estrepitosa en Anfield, muchos pidieron la cabeza de Valverde. El entrenador se mantuvo en su puesto de milagro. La confianza en él se fue diluyendo y el escrutinio se hizo filosamente insoportable. En nada ayudó un juego diluido y soso; ni la actitud apática y repetitiva de sus jugadores sobre el campo.
Valverde llegó al Barcelona en mayo de 2017. Consiguió el doblete de Liga y Copa en 2018 y una vez más la Liga en 2019. Pero en cuartos de final de la Champions de 2018, llegó el primer porrazo. Contra la Roma, el Barça ganó por 4-1 en la ida, pero perdió por 3-0 en la vuelta, desperdiciando una ventaja preciosa y quedando eliminado. El año siguiente, la historia volvió a repetirse en las semifinales. Derrotaron al Liverpool 3-0 en el Camp Nou, para caer después, en Anfield por un estrepitoso 4-0.
Hace unos meses intentaba dilucidar la situación del Barcelona y escribía en este mismo espacio:
“Creo que si tuviéramos que buscar un origen (del problema) tendríamos que retornar a la visita a Anfield, durante semifinales de la Champions, cuando un Barça con el espíritu roto fue destrozado por el Liverpool. La respuesta de la directiva fue tibia. Ningún cambio radical, apenas algunos toques de maquillaje, ciertas contrataciones que sumaban talento (Griezman, De Jong) pero no estremecían estructuras. Y quizás la estructura que mayores estremecimientos necesita, se llama Valverde. Su tibieza complaciente, su parca falta de ambiciones (al menos en apariencia) no es lo que un club como el Barcelona necesita. El plantel se nota desmotivado, lo que de por sí ya es pavoroso. Pero doblemente pavoroso es que Valverde no logre motivarlos. Es un plantel que parece diseñado para el goce futbolístico. Para la explosión de juego y placer. Y, en cambio, se empeña en aburrirnos, mientras se equivoca groseramente y deja puntos regados en el terreno de juego…
Empezaron como favoritos en todas las competencias y hoy se ven cojos y desmotivados. Se olvidaron de defender, y su potentísimo ataque no le alcanza ni para amenazar a un equipo de párvulos.”
Para reemplazar a Valverde, se pensó en Xavi, pero por una falta inexcusable de discreción, los contactos con la leyenda se descubrieron y quedaron expuestos, levantando una polvareda de críticas respecto a la forma de manejar la delicada situación por parte de la directiva del Barcelona. Como si fuera poco, Xavi se negó a asumir la dirección técnica, al igual que otro poderoso candidato, Ronald Koeman. Ambos exigieron un plan de trabajo serio, arrancando en junio próximo, que el club no estaba dispuesto a garantizar. Estas negativas ocurrieron gracias a la falta de un plan claro y de una adecuada dirección deportiva. Por estas mismas razones, la junta directiva tampoco consiguió a Carles Puyol o Jordi Cruyff para encabezar la Secretaría Técnica. Esta falta de claridad, esta fascinación por lo inmediato y el terror cerval a perder, han logrado crear un fenómeno muy curioso y paradójico en el F.C. Barcelona: un equipo rico, exitoso, plagado de talento, pero que no logra atraer a los candidatos deseados e idóneos para las labores técnicas y formativas.
En la reciente y absurda Supercopa española, jugada en Arabia Saudita y con equipos invitados (justamente, uno de los convidados, resultó campeón) se selló el destino anunciado de Valverde. Perdieron un partido que tenían en el bolsillo y los recuerdos de Anfield y Roma se materializaron como fantasmas pegajosos y temibles. Hace muchos años alguien dijo que es más fácil destituir a un técnico que despedir a veinticinco jugadores. No solo es más fácil, resulta mucho más coherente responsabilizar al técnico por las actitudes colectivas, aunque los jugadores sean los responsables finales. La falta de motivación, la incapacidad de manejar situaciones muy ventajosas, el difuso nivel de concentración en los momentos más decisivos, son responsabilidad de todos, incluido el técnico de turno.
Hoy el Barça necesita estabilidad, claridad y lucidez. Necesita un proyecto deportivo que vaya mucho más allá de un grupo dirigencial intentando ganar las próximas elecciones. Un proyecto que sepa apoyarse en una historia riquísima y una filosofía de juego que se está dejando peligrosamente a un lado.
Ahora le toca a Quique Setién. ¿Garantías? Ni una sola. O quizás sí. El nuevo técnico prometió que más allá de cualquier resultado, su equipo iba a “jugar bien”. Eso sería, al menos, un primer paso, una leve mejoría.