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- 10/07/2023 00:00
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Uno de los púgiles que contó con el talento para ser campeón mundial fue Orlando 'D'jango' Amores, pero no llegó a coronar las expectativas.
El boxeo es una carrera muy dura y si bien son muchos los llamados a disputar un título del mundo, son pocos los que llegan a alcanzarlo. Ese fue el caso del corajudo púgil colonense.
Invadió los cuadriláteros en una época en que, para ser bueno, había que probarlo y eso hizo en muchas ocasiones, pero no todos son invitados a la casa de los dioses del Olimpo.
El boxeo mundial vivió momentos interesantes entre las décadas de los '50 y '70, cuando un grupo de talentosos jóvenes de diversas nacionalidades y orígenes, hicieron de esta actividad una de las más aguerridas y emocionantes.
El boxeo no era como lo fue en sus inicios, de 'toma y daca', como dirían los mexicanos. Era el noble arte de pegar y evitar ser golpeado, utilizando las cualidades físicas para evitarlo y, en ciertas ocasiones, con el uso de técnica.
Hubo muchos con esas características antes de los años '50, y en Panamá se vieron algunos, pero con el tiempo se fueron agolpando muchos más en el mercado.
Es decir, no era sentarse en una butaca o en el ringside y ver a dos señores darse golpes por doquier, como en la época de las cavernas.
Más bien, era observar a dos profesionales en el centro de un ring, con movimientos rítmicos de piernas y cintura, para evitar los golpes de su contrario.
Esa fue la época en que desarrolló su carrera Orlando Amores, uno de los pupilos más queridos de la cuadra del empresario Isaac Kresh.
Fueron años en que era tan duro pelear en la profesional como en la amateur, porque no había gallo pequeño, todos estaban cortados con la misma tijera, en cuanto a estilo y distinción.
Amores tuvo aguerridos encuentros, entre ellos, con siete contrarios que llegaron a ser campeones del mundo, pero el que recordó como el más duro fue el que hizo con el capitalino Miguel Riasco.
“Fue una pelea amateur en Chitré. Él era un gallo para pluma y yo un mosca, pero me quise ir a los gallos porque me había ganado a (Roberto) Maynard, el mejor que ellos tenían”, sostuvo.
“Recuerdo que me desbarató toda la costilla y la quijada. Se acabó la pelea y viniendo de Chitré nos paramos en un restaurante y me compré una torta a la española, pero no pude comer, porque toda la quijada me dolía”, destacó.
Como señalé, Amores era de los bravos y desarrolló una carrera exitosa en el campo profesional.
Se mantuvo invicto en sus primeras ocho peleas hasta que se encontró con otro bravo, el capitalino Luis Carlos Urrunaga, quien lo despachó en siete, no sin antes derribarlo dos veces en el primer asalto.
No obstante, esto fue apenas un pequeño tropiezo, natural para quien se iniciaba en esa época, principalmente, en una categoría tan pesada como la división mosca.
“Siempre me consideré un buen boxeador, en las 112 libras. ¡Qué lástima que, en esos tiempos, no había pesos intermedios!”, me dijo una tarde en Colón.
Luego tuvo 19 triunfos al hilo, incluyendo dos con futuros campeones mundiales, su coterráneo Enrique Pinder y el venezolano Luis 'Lumumba' Estaba, y otra ante Urrunaga.
Todos esos triunfos lo llevaron a lo más alto de la clasificación mundial y a enfrentarse por el título de las 112 libras, a uno de los duros de verdad, el japonés Masao Oba.
Oba era un acorazado de 5'5 pies de estatura, con más de 35 peleas, y quien había defendido con éxito frente al venezolano Betulio González, el filipino Fernando Cabanela y su compatriota Susumu Hanagata.
Amores perdió por antes del límite en cinco rounds frente al guerrero oriental y así vio esfumarse su oportunidad titular.
Llegado a este punto, le mencioné que, en esa época, se habló mucho de que ese resultado fue producto de su indisciplina, pero lo negó.
“Siempre me preparé con disciplina para mis peleas y para esta mucho más, porque era mi sueño ser campeón mundial”, respondió.
“Pensé ser campeón mundial, lo soñé y lo creí, pero viendo después la pelea con Oba, me di cuenta que era un gran peleador. Lo tiré en el primero, lo abrí (corté), y él me tiró en el segundo y en el quinto”, recordó.
“El árbitro empezó a contarme y me paré antes de los ocho segundos, pero a éste le dio la gana de detener la pelea”, ahondó.
Pero, ¿Estabas en condiciones de seguir?, le pregunté.
“Seguro. Puedo decirte que sí, y el árbitro interpretó que no lo estaba, pero creo que podía, porque estuve en peores condiciones en otros pleitos”, añadió.
Amores, podría decirse, se retiró bastante joven. Apenas contaba con 29 años, cuando en 1977 tomó la decisión de irse del boxeo.
“Me retiré porque consideré que estaba muy viejo. Francamente no quería pelear más, tenía a mi familia, mi hogar, y pensaba que, si un golpe de estos me dejaba hecho leña, cómo iba a mantenerla”, reflexionó.
Venía de perder ante el mexicano Lupe Pintor en Culiacán. Antes, había vencido en el mismo escenario a Antonio Becerra, pero apenas había sido el primer triunfo en cinco pleitos.
¿Aceptaste pelear con Pintor porque pensaste que podías tener un segundo aire?, lo cuestioné.
“Por el dinero. Las últimas peleas mías, eran por la necesidad económica”, señaló.
“Eso no quiere decir que al principio pensaba de la misma manera. Lo mío era ganar y no solo por el dinero, sino porque entre más peleas ganabas, más plata te daban y mejorabas en el ranking”, matizó.
Esas mismas fueron las condiciones por las que aceptó pelear con el mexicano Carlos Zárate y el coreano Soo Hwang Hong, la primera en Los Ángeles y la segunda en Seúl, ambas en 1975.
La oferta para pelear con Zárate se dio a pocos días de su triunfo ante el mexicano Vicente Pool.
“Me estaban dando cinco mil dólares. En ese momento pensé que debía casa, carro y tenía una familia, y tomé la pelea que se realizaría en una semana”, dijo.
La pelea era la coestelar del choque por el título mundial gallo entre Bobby Chacón y Rubén Olivares y, en principio, Zárate iba a enfrentar a un púgil africano.
“Me enviaron a entrenar y al tercer día me llamaron, me dieron una visa diplomática y me fui. Llegué cinco días antes de la pelea, y en realidad no pensé que se realizaría”, sostuvo.
Lo demás es historia. Zárate lo noqueó en tres asaltos. A favor de Amores hay que decir, que fue a despachar a su rival desde temprano y, sin lugar a dudas, ganó el primer asalto con golpes muy sólidos al cuerpo y al rostro.
También que, hasta que llegó el fatídico nocaut, nunca pareció ser un sustituto con poco entrenamiento, pero la realidad lo alcanzó al final.
Después vino el encuentro con el coreano Hong, que favoreció al de casa tras los diez rounds pactados y donde ambos visitaron la lona.
Después, el colonense enfrentó a Eusebio Pedroza y un poco más tarde al dominicano José Peña, encajando sendas derrotas, y después hizo otros pleitos con que puso fin a su carrera.
Este artículo no tiene un final feliz en lo deportivo, aunque sí en lo humano.
Amores me contó toda la historia con una precisión casi milimétrica, en cuanto a fechas y rivales, que comprobé después con el libro de récords.
Es decir, que en ese momento hubiera dictado una charla sobre su carrera, sin la necesidad de un cuaderno de apuntes.