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- 08/05/2022 00:00
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En este periplo 'mensual' e inaugural de 2022, llegamos a la región central del Japón, Chubu, bañada tanto por el mar de Japón como por el océano Pacífico y formada por las prefecturas de Aichi, Gifu, Fukui, Ishikawa, Toyama, Niigata, Nagano, Yamanashi y Shizuoka. Es el lugar ideal para visitar castillos, templos, santuarios y más.
El representante por excelencia de Japón es el monte Fuji, volcán que es un icono y Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Mundial en 2013. Miles de personas lo escalan desde la quinta estación –en el poblado de Kawaguchi-ko– la subida a los 3.776 metros toma caminando entre cinco y seis horas. Aunque solo es posible hacerla en verano, se aprovechan además los festivales sintoístas. Al otro extremo de Chubu nos espera el Kenrokuen, uno de los tres grandes jardines japoneses construidos en el período Edo (1603-1868), que puede ser visitado todo el año y disfrutar sus cambios según la estación. De ahí, a escasas dos horas en transporte público, disfrutará de las villas históricas como Shirakawa-go nombrada Patrimonio Cultural Mundial en 1995. Muchas de estas construcciones del estilo Gassho –techo de paja empinado que cubre la casa– están habitadas a pesar de tener más de 300 años de antigüedad y algunas pueden visitarse e incluso pasar la noche en ellas. La más grande es conocida como Wada-ke. ¡En invierno, cuando la nieve las cubre, parecen salidas de un cuento de hadas!
El interés por la historia nos lleva al sitio de la batalla de Sekigahara, donde se enfrentaron las fuerzas de Ishida Mitsunari y Tokugawa Ieyasu que culminó en el shogunato de Tokugawa que se extendió más de 250 años. El campo cuenta con señalética de los lugares que ocuparon las tropas y en el Museo de Historia y Folclore de Sekigahara encontrará toda la información de lo acontecido.
En Chubu también se disfruta de los castillos. En la ciudad de Kofu está el Maizuru-jo Koen –Parque del castillo Maizuru–, el que supuestamente Hideyoshi Toyotomi ordenó su construcción a la muerte de Shingen Takeda, que en temporada de cerezos en flor es inimaginable. El castillo de Nagoya, construido por Tokugawa Ieyasu en 1615, famoso por su shachihoko –animal mítico con cuerpo de carpa y cabeza de tigre– dorado. , el castillo de Matsumoto designado como tesoro nacional, el de Inuyama, el de Kanazawa que está en la lista de los mejores cien de Japón y el castillo de Gifu cuya envidiable vista de los Alpes japoneses –formados por las montañas Hida, Kiso y Akaishi– y la bahía de Ise, son envidiables.
Pero hablemos de museos: el museo de Hokusai en Obuse, dedicado a Hokusai Katsushika, maestro del ukiyo-e –imágenes del mundo flotante–, en el que se exhiben también sus pinturas. En el museo del sake de Ponshu-kan enseñan al turista cómo se elabora la bebida y permiten catar algunas de las más de 90 variedades existentes y por si fuera poco, ¡puede bañarse en sake tibio! mezclado y añadido a aguas termales.
De los matsuri hay dos que no debemos perdernos, el Nozawa Onsen Dosojin Matsuri –festival del fuego de Dosojin– celebrado en enero y uno de los tres mejores de Japón. Los Dosojin son deidades protectoras contra los accidentes, calamidades, velan por la salud de los niños y ayudan con los embarazos. En el culmen del festival se prende fuego a un santuario de más de 20 metros de altura. Otro muy gratificante es el Setomono Matsuri –festival de la cerámica de Seto–, lugar en que elaboran cerámica desde el siglo VII. En septiembre durante el festival se pueden adquirir verdaderas bellezas en el estilo japonés más tradicional.
En cuanto a santuarios, el Atsuta-jingu sintoísta, fundado aproximadamente en el siglo II, la leyenda cuenta que la espada sagrada Kusanagi-no-tsurugi, uno de los tres símbolos de los emperadores, fue consagrada ahí. Se exhiben más de 4.000 piezas donadas por diversas familias, entre los que encontrará espadas, kimonos, máscaras o laqueados, desde la época del shogunato hasta nuestros días. Rodeado de un espectacular bosque en un terreno de 200.000 metros cuadrados, este lugar le hará sentir que hay algo místico y maravilloso en el ambiente.
Para concluir la visita nada mejor que probar todo lo que pueda de su enorme y deliciosa gastronomía, aunque por ahora solo una muestra: Si le gusta el miso –pasta de soja aromatizada, salada y fermentada con hongos koji– el miso-katsu –puerco frito con salsa roja de miso– es un manjar de dioses, ¿pescados?, elija el Unagi no Kabayaki –anguila deshuesada marinada en una salsa de soja, sake y azúcar que luego es asada a la parrilla– se sirve sobre arroz blanco, pero puede pedirlo separado, como “nagayaki”. Las botanas mientras se bebe son inigualables, el Ika no Kurozukuri –calamar en su salsa– un platillo de color negro, picante y salado que acompaña muy bien cualquier cerveza o el sake de su preferencia. Si no es de aventurarse con comidas desconocidas, el Gohei Mochi puede agradarle, arroz blanco glaseado con miso hecho a la parrilla, con forma de paleta –palito incluido– es una delicia que permite comer sin ensuciarse las manos, eso sí, si no se anda con cuidado puede volverse adicto a ellos.
Chubu es una región increíble a la que no hemos hecho suficiente justicia, así que le invitamos a una búsqueda en internet para que termine de ilustrarse en cuanto a los disfrutes que ofrece.
Masatoshi Watanabe, amigo y guía turístico en Tokyo, tuvo la delicadeza de revisar este artículo y ofrecernos valiosos detalles que de otra manera habríamos pasado por alto.
El autor es catedrático de la Universidad de Panamá y doctor en comunicación audiovisual y publicidad.