La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 01/06/2021 00:00
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“[El arco alegórico] muestra la Gloria coronando la estatua del emperador [...] mientras la Fama se sitúa encima del Mundo con su trompeta pregonando las victorias del César, figuras vestidas a la romana, a la española, a la alemana, a lo moro, y a lo indio, indican la pluralidad de las tierras que él rige, mientras la Fortuna clava con un martillo su rueda [...] al lado del letrero PLUS ULTRA sobre las columnas de Hércules” (descripción de 1526 sobre un homenaje a Carlos V en Sevilla, citada por F. Checa, 1983)
Ciudades como Panamá y Lima experimentaron metamorfosis temporales con la aparición de arcos conmemorativos de efemérides locales o de festividades instruidas por la Corona. Martín Alonso de Mesa Villavicencio fue el primero en construir un suntuoso arco triunfal en 1603, primera expresión cultural de arte efímero limeño, a la entrada de la ciudad siguiendo patrones retablistas (Estabridis, 1991). Le seguirá Luis Ortiz de Vargas, quien fue un destacado y activo artífice de la arquitectura efímera levantando arcos triunfales de madera y lienzo sobre calles adoquinadas con 300 barras de plata para cada ocasión, señal de la ostentación que Lima virreinal registraba en la primera mitad del siglo XVII (Mugaburu, 1975; Hart-Terre, 1977).
En los 50 años siguientes, habiéndose instalado el barroco, los alarifes Asensio de Salas y Cristóbal Caballero toman la posta en la arquitectura efímera destacándose con la construcción de carros alegóricos como los elaborados para las fiestas que –haciéndose eco de los festejos madrileños por el nacimiento del príncipe Felipe Próspero– se celebraron en 1659 en Lima y Panamá (Mugaburu, 1975) o los preparados con ocasión de la proclamación de Carlos II en 1666. A fray Cristóbal Caballero se le atribuye también la conceptualización y edificación de la portada de la iglesia de La Merced confeccionada con piedra panameña importada del istmo (San Cristóbal, 1988). Gracias a los grabados de fray Pedro Nolasco se conoce que en 1685 y 1687 se construyeron arcos triunfales, monumentos temporales sobre el puente del río Rímac para dar la bienvenida a los virreyes. En 1701, para honrar la memoria del fallecido rey Carlos II, se levantó en Lima un cenotafio (túmulo funerario) “lleno de gracia y talento” que fue llevado a la estampa por fray Miguel Adame (Vargas Ugarte, 1947). Como se puede inferir, en el siglo XVIII todos los arcos, túmulos y carros alegóricos cumplieron un propósito específico, fueron provisionales, no implicaron una transformación urbanística de la ciudad y gracias a los grabados en cobre o impresos en libros se sabe que existieron. En ellos llama particularmente la atención la tipología “[...] de columnas estriadas con paños colgantes con frutos en búsqueda de contrastes lumínicos y de diferentes tamaños para simular distancias” (León, 1666) que registran elementos decorativos inspirados en el istmo panameño. Un cenotafio particularmente hermoso –de acuerdo con las crónicas de la época– fue el levantado en 1731 en Lima virreinal para las exequias del papa Benedicto XIII en tres cuerpos, cuyo arquitecto aún no ha sido identificado (Araujo, 1954; Pouncey, 1985). En el primer cuerpo se colocó un altar con los símbolos papales; en el segundo, la figura orante del papa difunto flanqueado por ángeles y alegorías de las riquezas del nuevo continente; y en el tercero, las figuras de la Fortaleza y la Justicia con frutos y productos comunes al Perú y Panamá, es decir, una ornamentación que adapta los modelos centroeuropeos y los latinoamericaniza. Rastros de la flora y fauna panameñas –acompañados por ubérrimas cornucopias que quedarían en la pupila de los dibujantes de la época hasta colocarse una en el escudo nacional peruano una vez alcanzada la independencia– se registran en los cenotafios levantados en la capital peruana para la reina madre Isabel Farnesio en 1768, para el papa Clemente XIV y el arzobispo Pedro de Barroeta, ambos en 1776, para el arzobispo Diego de Parada en 1781, y por último para las exequias del rey Carlos III en 1789 (Ripa, 1987). Cumplido su cometido, todas las piezas eran recicladas.
El grabador José Vásquez consigna que en el túmulo erigido para Isabel Farnesio se colocó como alegoría de América a una dama indígena con faldellín y penacho de plumas que llevaba en las manos arco y flecha, además de un carcaj adornado con diseños de las comarcas panameñas (Borda y Orosco, 1768). La influencia tardía del rococó en los cenotafios no alteró la tendencia a seguir usando elementos ornamentales de inspiración panameña e inca, aunque lo distintivo de los monumentos temporales próximos al inicio del siglo XIX fue la alegoría de “La Patria”, reflejo de las aspiraciones sociopolíticas nacidas con la ilustración (Ramos, 1992).
Así, la idea enciclopedista europea va a transformar la vida intelectual de las capitales virreinales hispanoamericanas. En el campo de la arquitectura luctuosa, el sobrio gusto neoclásico se impondrá como signo de adelanto y el epílogo de este período será el último cenotafio que verá Lima, en 1805, con ocasión de las exequias del arzobispo Juan Domingo Gonzáles de la Reguera (Bermúdez, 1805). Con la República, las naciones latinoamericanas modificarán su repertorio artístico transmitiendo una ideología de poder y representatividad distintas.