La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 26/10/2024 00:00
- 25/10/2024 19:03
Platicando con mi mamá y mi papá con un café, hacíamos una reflexión sobre la vida y sobre cómo, para algunos habitantes de este planeta, ellos o ellas nunca son los culpables de nada; son los otros.
A través de los años, épocas, días o contextos, la mayoría de nosotros sufrimos o nos preocupamos por alguna razón, sea por temas personales o profesionales. ¿Le recuerdo la frase magistral de Albus Dumbledore?: “Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades”. Y yo agregaría: “también son las que determinan, además, las consecuencias”.
Queremos vivir entre el bien y el mal, y no, no se puede vivir en esa dualidad porque estamos creando una disonancia cognitiva y, a la larga, no sabríamos diferenciarlas; para ejemplo: la crisis de valores actual en el país. Si en la sociedad hablamos de maldades “leves” hablamos de las nuestras, pero cuando hablamos de maldades “graves” hablamos de los otros.
No queremos reflexionar abiertamente de esto porque es la verdad, no la suya ni la mía; es la verdad pura, desnuda, clara y directa y, aunque lo neguemos, hay cierta maldad tolerada, porque si el corrupto es “exitoso” solemos, o quedarnos callados o justificarlo, incluso si somos nosotros; pero si es Perico de los Palotes hablamos hasta que la garganta se nos seca.
Para algunos, los otros son los culpables de todo lo que pasa en el mundo, los otros son los que agotan la boletería hacia el infierno, lo malo que nos pasa es por la culpa del Estado, del funcionario, del abuelo, padre o madre porque no nos entiende, del maestro o profesor(a) que nos la tiene velada, del jefe que me tiene la puntería... Ah, pero culpa mía ¡jamás!
Los otros son los que nos odian, critican, abusan, quitan el habla, nos miran mal, nos envidian, censuran lo que hacemos; los otros no nos dejan crecer, volar o alcanzar nuestras metas, son los que contaminan el planeta, los que no saben educar a sus hijos y, si el mundo va mal, obviamente, los culpables son los otros. Así como leyó, los otros, ¡Vaya pensamiento mágico pendejo!
Para algunos, los otros son los que hacen burlas de cosas serias, los otros son los que eligen a corruptos comprobados para el país o empresas, son los otros los que votaron mal y sin conciencia, los otros son los borregos y siguen la ola de la moda y la banalidad... sí, los otros.
Ahora, le hago una pregunta directa, amigo lector, ¿quiénes son los otros? Porque, para esos otros, ¡nosotros somos los otros! Sí, aunque parezca un trabalenguas y filosofía de Platón, no se lo puedo plantear más claro. Para la otra mitad del mundo el culpable es usted o yo, no ellos.
¿Qué hacemos? Si nosotros pensamos que somos los ángeles, los buenos amigos y perfectos, también deberíamos considerar que los otros, tampoco son el infierno. ¿Será que queremos que los demás actúen y piensen como nosotros? ¿Será que medimos al mundo con nuestra propia vara y con nuestra verdad y no con la verdad?
La solución más práctica está en aceptar, en la tolerancia, en la escucha activa y en la inteligencia emocional aplicada ¡a mi vida, no a la vida de los demás!
Aceptar es avanzar, es darle un giro a su opinión o criterio y todo cambia; aceptar es convencerse de que ha llegado el momento de moverse hacia adelante y seguir. Aceptar, amigo lector, es ganar, no bajar los alerones y ser pusilánime o conformista ante cosas que no podemos ni debemos quedarnos indiferentes o callados.
Solo usted, igual que yo, somos dueños de nuestras emociones y nosotros somos quienes damos permiso para caer en el abismo de la envidia, mediocridad o en la sombra de la maledicencia, corrupción y bochinche.
Somos nosotros quienes, con las mismas herramientas que otros usan para crecer, decidimos consumir banalidad o contenido basura; somos nosotros quienes ponemos el canal en la TV o escuchamos a ciertos personajes en la radio, los otros no nos obligan. Es usted, igual que yo, quienes tenemos el control.
Aceptar y reconocer es ganar. Sí, es duro, pero muchas veces se gana perdiendo. Para ello, lo invito a que deje de pensar en los otros y ponga atención a sus acciones, pensamientos, decisiones y consecuencias.
Lo más importante no es el tiempo que durará en la Tierra ni cuánto dinero, poder o fama acumule... ¡no! Lo más importante es lo que deje como legado, porque lo que haga en vida resonará en la eternidad.
Lo invito a hacer una pequeña prueba... cierre los ojos, deje de leer por un ratito este artículo; sonría en su mente, sonría con sus ojos cerrados, sonría con su boca y, por último, sonría con su corazón y mente; ahora, siga con esa sonrisa a donde vaya y me echará un cuento sobre la diferencia que hubo en su semana al sonreír, al dar buenos días y no pasarle por encima a nadie sin saludar, responder correos que nunca ha respondido, abrirle la puerta a los demás, ser gente con la gente (que no cuesta nada).
Le recuerdo, por más títulos y grados que usted tenga, en el camino a la cima, si nunca le dio la mano a nadie, puede que, cuando le toque bajar de esa cúpula, sea por la razón que sea, no encontrará ninguna mano para frenar su caída.
En la vida hay dos formas de ser: o es usted es ola o es la playa, y le garantizo, todas las olas van a morir a la playa de alguien tarde o temprano. Le recuerdo, el mayor día de su vida y la mía es cuando tomamos responsabilidad total de nuestras actitudes. Ese es el día en que realmente crecemos.
¡El precio de la grandeza es aceptar su responsabilidad... se lo dejo de tarea!