Restauración de ecosistemas marinos

Actualizado
  • 06/09/2024 00:00
Creado
  • 05/09/2024 19:10
La adaptación a los cambios costeros y oceánicos debe incluir la ciencia, educación, financiación, gobernanza efectiva y cooperación internacional

¿Es posible recuperar los ecosistemas marinos degradados o dañados y, a futuro, garantizar la conservación y el uso sostenible de los océanos, mares y los recursos marinos, como lo plantea el Objetivo de Desarrollo Sostenible #14?

En la Tierra todo está conectado. Las corrientes, los fenómenos atmosféricos y los ciclos de la naturaleza. Los océanos regulan el clima del planeta, absorben al menos el 25 % del dióxido de carbono (CO2), y alrededor del 50 % del oxígeno que respiramos es producido por organismos marinos, como el fitoplancton.

Además, los mares y océanos contribuyen a la seguridad alimentaria mediante la pesca y acuicultura. Han sido esenciales para la navegación y el intercambio entre pueblos a lo largo de la historia y para el comercio mundial, el turismo, deportes, paisajismo, recreación y para obtener sustancias de la biodiversidad marina para tratar enfermedades. Sin embargo, enfrentan un clima cambiante, contaminación, alteraciones en la química de las aguas, sobrepesca y eutrofización, entre otras.

El Informe Especial del IPCC sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante ¿Qué significa para América Latina? menciona que los ecosistemas costeros se ven afectados por el calentamiento de los océanos, la intensificación de las olas de calor marinas, la acidificación, la pérdida de oxígeno y la intrusión salina. Estas variables pueden cambiar la composición de especies y la diversidad de los arrecifes de coral poco profundos. El documento aborda la adaptación basada en el ecosistema, que consiste en conservar o restaurar ecosistemas costeros como los arrecifes de coral y los humedales.

Adaptación y restauración

La restauración de los hábitats terrestres y marinos puede ser eficaz a escala local para la adaptación. Esfuerzos como estos son respaldados por la comunidad cuando se tiene una base científica y se integra a las poblaciones originarias.

Restaurar un ecosistema alterado, degradado o dañado involucra volver al estado inicial, o por lo menos, a un estado cercano a como era antes. Los datos a lo largo del tiempo son importantes. Hay ecólogos especializados en restauración.

“En los ecosistemas hay flujos de energía, constituidos por múltiples poblaciones de diferentes especies que forman una comunidad, a esto se le llama la ‘estructura de la comunidad’. Cuando todos los componentes del ecosistema están presentes y funcionan en ese flujo energético entre redes tróficas, gremios, etc., se mantiene un punto de estabilidad y clímax. Si se cambia la estructura de los ecosistemas, removiendo uno o varios de sus elementos, o si hay un estresor o varios, el ecosistema ya no es estable y, al estar debilitado, es susceptible a más daños”, explica el doctor Edgardo Díaz Ferguson, director ejecutivo y coordinador científico de la Estación Científica Coiba AIP.

El doctor Díaz Ferguson pone el ejemplo de las ballenas. Si el avistamiento se ha triplicado y si no se siguen las normas, las ballenas perciben ese estresor y se pueden asustar, encallar o alejarse, y no solo se pierde la actividad turística. Las ballenas tienen un papel importante en la dinámica de nutrientes y en el ciclo del carbono. “Su aleteo es como revolver una taza de café. Ese movimiento es una ‘bomba biológica’. Eso nos lleva a reflexionar ¿qué pasa con las reacciones químicas en un océano sin peces?”.

Antes de implementar una restauración, se debe hacer un diagnóstico de cuáles son los cambios y los estresores del ecosistema.

La restauración puede ser pasiva o natural, cuando los ecosistemas se regeneran por sí mismos sin intervención humana, cuando no existen estresores o se eliminan los elementos que no permiten la recuperación. La restauración activa involucra la intervención del ser humano, para ayudar a incorporar las mismas especies que estuvieron en ese ecosistema antes, y evaluando y monitoreando durante un tiempo, para apoyar el crecimiento de las especies y que estas puedan colonizar el espacio propio de ese ecosistema, ya sea un arrecife de coral, manglar o un bosque. Si no se toman en cuenta las especies nativas del lugar, entonces se crearía un ecosistema artificial.

Es importante caracterizar genéticamente los individuos que se van a utilizar para la restauración, para garantizar la variabilidad genética en los cultivos y que tengan mayor capacidad de resistir enfermedades.

Proyecto en Colón

Tanto en arrecifes de aguas cálidas y de aguas frías, los corales vivos con frecuencia crecen sobre material viejo y muerto, principalmente, de carbonato de calcio. Además, mantienen una alta biodiversidad de peces y otros grupos de especies.

La bahía de Portobelo está dentro del Parque Nacional Portobelo, en el mar Caribe de Panamá. Estudios de 20 a 25 años documentan cómo eran las coberturas de corales y de manglares en esta área.

En esta zona se encuentran unas ocho especies de corales blandos y duros: Coral cerebro (Pseudodiploria strigosa), Coral de dedos (Porites furcata), Coral lechuga (Agaricia sp.), Coral cuerno de alce (Acropora palmata), Coral de fuego (Milliepora striata), Coral estrella masivo (Siderastea sidérea), Coral cuerno de ciervo (Acropora cervicornis) y Coral mostaza (Parites asteroides).

La profesora Yessenia González, investigadora de la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad Marítima Internacional de Panamá (UMIP), explica que las zooxantelas son organismos que viven asociados al pólipo de coral y le brindan alimentación y mantenimiento al pólipo (un animal), pero con los cambios ambientales, las zooxantelas se van o mueren. Entonces, el coral va perdiendo su coloración”.

En 2018, a partir de una conversación entre colegas con una empresa de buceo, surgió un proyecto para hacer una restauración de corales en Portobelo.

“Países como Estados Unidos, Filipinas y la isla Fiji estaban usando estructuras para reproducir fragmentos de coral para que obtuvieran fuerza y resiliencia para hacer la restauración. Nuestro proyecto arrancó como una tesis. Participamos cinco personas de la UMIT: yo era la asesora; la profesora Beatriz Medina, colaboradora; el estudiante de tesis, Luis Bernal, y dos colaboradores de pasantías”.

El equipo buscó información y definieron el anteproyecto de investigación. Con recursos propios y una parte costeada por la UMIT, instalaron las primeras cuatro estructuras de PVC con hilo de pescar y sembraron la especie más abundante, Acropora cervicornis, la cual se reproduce asexualmente. A los 40 días empezaron a ver peces damiselas, a los 60-65 días, camarones, y después, otras especies pequeñas.

La empresa Scuba Panamá y otras personas se involucraron en el proyecto. “Sembramos 120 fragmentos que se tomaron de colonias sanas, en buen estado, de la bahía de Huerta y la bahía de Buenaventura. Cada 15 días monitoreamos los fragmentos sembrados y cuatro meses después seguían vivos y habían doblado su tamaño. A los ocho meses parecían un rosetón inmenso, muy ramificado y fortalecido. Los resultados fueron publicados en un artículo científico en la Revista de Biología Tropical de la Universidad de Costa Rica”.

“Hoy día en total hay 16 estructuras, incluyendo dos de metal y dos de concreto hidráulico. Es un ecosistema solo, con rayas, damiselas, peces globo y una morena que vive en un ‘reefball’, que es un domo de concreto con un hueco. Tenemos una buena diversidad de ictiofauna e invertebrados marinos que viven en la zona y que no existían hace seis años cuando no estaban estas estructuras”, detalla la Prof. González.

A través de la educación ambiental, las personas de Portobelo se interesaron en el proyecto. Colocaron boyas y las embarcaciones de turismo que van a playa Huerta ya no pasan por encima del coral. No anclan allí porque saben que están las estructuras y que es para beneficio de todos.

“Actualmente, el proyecto consta de unos 5 mil fragmentos reproducidos, han estado colaborando y aprendiendo unos 20 estudiantes en pasantías y unos 200 voluntarios han trabajado en los últimos seis años, entre nacionales y extranjeros. Hemos llevado tres proyectos de tesis de grado de la UMIP y uno de la Universidad de Panamá, además, cuatro proyectos de tesis de maestría y doctorado de universidades extranjeras. Tenemos colaboración del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales a través de diferentes investigaciones, y las intenciones sonseguir creciendo en pro de la conservación de los arrecifes y nuestros océanos”.

En octubre se planea hacer una replantación de los fragmentos que ya tenemos fortalecidos y resilientes. La pregunta es ¿qué va a pasar después de replantar? ¿Van a continuar su desarrollo y crecimiento? Es un reto.

Yessenia González,
Investigadora de la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad Marítima Internacional de Panamá.
Hoy día, en total, hay 16 estructuras, incluyendo dos de metal y dos de concreto hidráulico. Es un ecosistema solo, con rayas, damiselas, peces globo y una morena que vive en un ‘reefball’, que es un domo de concreto con un hueco. Tenemos una buena diversidad de ictiofauna e invertebrados marinos que viven en la zona y que no existían hace seis años cuando no estaban estas estructuras”,
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