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- 16/06/2024 01:00
- 15/06/2024 16:59
No tienen nada que ver ni con alfareros modelando al ritmo de un tamborito ni con anuncios de mujeres sonrientes vestidas con molas en aeropuertos, revistas o plataformas del Instagram. Al contrario. Los artesanos se rebelan ante lo que ven como una falta de respeto y comprensión acerca de su trabajo y como una competencia desleal. Y es que este sector ha sido uno de los que más ha cambiado tras la pandemia. Por décadas fue una actividad regulada por el Ministerio de Comercio e Industrias, pero hace dos años la artesanía pasó a ser administrada por el nuevo Ministerio de Cultura (MiCultura), que, obviamente, no tiene experiencia en este campo. La acreditación para ejercer la artesanía también se ha ampliado para incluir “lo artesanal” y otras manualidades que forman parte de la nueva política de industrias creativas y culturales que promueve MiCultura, pero que, según el Sindicato Nacional de Artesanos de Panamá, son prácticas no identitarias. ¿A qué se deben estos lineamientos, que podrían llegar a reestructurar, redefinir o cambiar por completo este sector creativo, histórico y económico? ¿Cuál es nuestra apreciación de la artesanía y de los artesanos dentro del mundo de la cultura, de nuestras comunidades, de las identidades nacionales y de los llamados arte “culto” y arte “popular”?
Para rastrear algunas pistas que nos lleven a encontrar una respuesta a esta pregunta hay que plantear la injusta comparación entre artesanía y arte. Hace unos siglos, en Europa, se establecieron categorías de superioridad e inferioridad entre la artesanía y el arte que todavía siguen influyendo en la manera como los apreciamos. Aunque la artesanía y el arte son esferas de creación diferentes, no son contradictorias: un objeto artesanal bien puede ser arte y una obra de arte bien puede haber sido creada con un método artesanal. De la misma manera, una escultura o una pintura, por ejemplo, no tiene por qué ser arte, sino una mera pieza producida con las manos.
Las artesanías provienen de prácticas realizadas con materiales y técnicas elementales, en un proceso que involucra las manualidades. El arte actual, por otra parte, tiene que ver con la posibilidad de que una obra (aparte de su método de producción) genere sorpresa y nuevos significados o sentidos que van más allá de la destreza manual con la que se realizó. Es decir, que sea más de lo que vemos físicamente.
El origen de esta discrepancia entre arte y artesanía tiene un origen filosófico y, por lo tanto, ideológico y político. Se remonta al siglo XVIII con el filósofo alemán Emmanuel Kant, quien elaboró una distinción entre la belleza pura y la impura. El arte verdadero, según Kant, no está contaminado ni por su uso ni por una justificación o concepto. No tiene función alguna. No sirve para nada, sino que tiene valor por sí mismo, por su existir. Por lo tanto, lo que no es independiente de su uso o función no es arte: lo estético, la belleza, no tiene función. El arte existe solo por el arte. Por lo tanto, la artesanía queda excluida del arte por su cualidad funcional. Este concepto es engañoso porque el arte nunca ha dejado históricamente de tener funciones religiosas, políticas y económicas que van más allá de su presentación, en apariencia pura, ingenua, y desprendida de referencias y contextos. Kant creó esta escisión entre lo útil y lo “puro”. Así, las artesanías son impuras porque tienen funciones.
También hay otras diferencias de valor que le damos a una obra según lo se considere arte erudito frente al arte popular, ya que lo popular se identifica con lo artesanal. Sin embargo, hay muchos artistas que hacen artesanía en su obra, porque manipulan materiales y técnicas elementales. Por ejemplo, un escultor puede tallar la madera o trabajar el textil, por lo que sería discriminador y exclusivista denigrar lo popular por su manualidad. En mi experiencia artística, hace unos años realice una performance en el Museo de Arte Carrillo-Gil de Ciudad de México que reinventaba en clave artística y contemporánea el juego de pelota precolombina, o más específicamente, el juego de pelota mixteca de la región de Oaxaca. Para la performance trabajé con artesanos de Oaxaca que crearon manillas especialmente para el evento y que usaron los jugadores en una cancha adaptada en lo que era el aparcamiento del museo. Las manillas artesanas fueron adquiridas después de la performance por una colección de arte latinoamericano que no distinguió entre arte y artesanía sino atendió la relevancia del significado de la acción y de sus participantes, todos jugadores de la pelota mixteca, heredera del juego precolombino.
Lo que ahora se debate en el mundo de la cultura es la llamada presunción de la pureza en un arte sin compromiso con la realidad. A la idea de que el arte es una línea recta y progresiva que va de superación en superación, se oponen las ideas del componente temporal en el arte, ya que este se produce siempre en un momento determinado y en un lugar específico y único, así como la exigencia de incluir a culturas que han estado fuera de los ámbitos de poder o influencia.
Por eso, otro elemento nuevo en el panorama cultural es la fuerza con que las clases populares han irrumpido en las artes y en la cultura dominante, en especial las comunidades indígenas, como explica Ticio Escobar, crítico de arte y antiguo ministro de Cultura del Paraguay. Esta irrupción conlleva el riesgo de fetichizar, manipular o exotizar estas culturas, pero también ayuda a presentar más ampliamente sus posiciones políticas, mejorar las condiciones de vida de los creadores y abrir espacios para que sus obras dejen de ser vistas como simples artesanías. Para esto se requiere la participación de curadores, gestores, críticos, académicos, y, especialmente, la de los propios indígenas y artesanos criollos. En cuanto al MiCultura, debe generar políticas públicas que equiparen las artesanías a otras creaciones consideradas superiores.
La semana pasada, el Sindicato Nacional de Artesanos, agrupación que aboga por la lucha de los derechos de este gremio, protestó afuera de MiCultura debido a “la organización tardía de la Feria Nacional de Artesanías”, que “le niega la participación a artesanos de amplia trayectoria y experiencia”, y a la “total falta de compresión del sector artesanal y su importancia” por parte de la actual directora nacional de Artesanías, según reza el comunicado emitido. Los artesanos fueron recibidos por la ministra de Cultura, con quien tuvieron una reunión extensa, acalorada y franca.
Uno de los puntos fundamentales de los artesanos para justificar su especialidad frente a otras producciones culturales es la identidad; es decir, la producción de elementos distintivos de la identidad o identidades panameñas. La identidad es un concepto delicado que se mueve entre lo real y lo simbólico, entre el mito y la historia. De acuerdo con el antropólogo Carlos Fitzgerald, el uso de los diseños actuales en la artesanía contemporánea apareció en la década de 1970, durante el proceso de promoción del Instituto Panameño de Turismo (IPAT), fundado durante la dictadura militar. Estos diseños se inspiraron en artefactos arqueológicos encontrados en el Sitio Conte durante los años treinta del siglo XX, y cuyo imaginario se difundió en los cuarenta y cincuenta con las publicaciones de la Universidad de Harvard, creando en nuestro imaginario nacional, identitario y colectivo la idea de un pasado romántico y glorioso, pero sin vinculación alguna a las actuales culturas indígenas.
También explica Fitzgerald que el tallado en tagua –la semilla llamada el “marfil vegetal”– es de creación reciente y por la misma época. Los emberá también tallan la madera de cocobolo y los wounaan se destacan por su cestería. Antes de los setenta, las artesanías más reconocidas eran creaciones indígenas como la mola y la chaquira. Esto demuestra lo cambiantes que son las ideas en torno a la identidad, la influencia de la comercialización en la artesanía y la aparición de la artesanía criolla o mestiza. Es importante mencionar que el mayor mercado de artesanías panameñas a lo largo del siglo XX fue la Zona del Canal. Los estadounidenses acantonados en nuestro istmo solicitaban objetos de carácter exótico y hasta kitsch, como la muñequita empollerada. Y aquí debemos recordar la valoración pública e institucional de creaciones artesanales injustamente consagradas como superiores por su región y cultura, como lo es, por ejemplo, la pollera frente a otros trajes nacionales.
En suma, el sector artesanal ha mostrado su capacidad de rebelarse contra reglamentaciones que discriminan, ingenua o intencionalmente, sus procesos de creación y sus complejidades, a las comunidades que representan, y sus luchas y logros históricos frente a imposiciones institucionales. En otras palabras, la fortaleza y resistencia de estos grupos humanos y culturales forman parte constitutiva de nuestra diversidad cultural. La idea del progreso de la cultura tiende a discriminar a quienes no se adaptan a cambios impuestos por la economía global. De una u otra manera, los artesanos, así como varios artistas y gestores culturales, van rebelándose contra lo que llamo “el aburguesamiento de la cultura”, mediante la cual ciertas inversiones y leyes se toman espacios de creación y comercialización de sectores establecidos y tradicionales bajo la excusa de la innovación y el desarrollo. Lo importante es que los nuevos funcionarios de MiCultura sepan escuchar y entender las realidades de los grupos artesanales y los incluyan activamente en las discusiones sobre su quehacer en torno a la construcción de nuestra cultura compartida.