Ballenas y delfines: animales marinos que custodian el ecosistema

Actualizado
  • 29/07/2020 00:00
Creado
  • 29/07/2020 00:00
De julio a octubre estos cetáceos engalanan las costas panameñas, atrayendo de esta manera el turismo al país. Para reducir el riesgo de lesiones y mortalidad de los mamíferos marinos, sobre todo de las ballenas y los delfines, el pasado 6 de enero se aprobó el decreto ejecutivo No. 6-A

Panamá es considerada sitio de refugio de una gran diversidad de fauna marina, por ejemplo de ballenas y delfines. Y es que desde el mes de julio y octubre de cada año, el Pacífico panameño recibe a estos cetáceos que viajan más de 6,000 kilómetros desde los polos Norte y Sur hasta el litoral pacífico panameño para aparearse, parir y alimentar a sus crías. Aquí permanecen durante el proceso de lactancia, hasta los dos meses del nacimiento de estos mamíferos marinos.

La observación de ballenas data de la década de 1950 y se ha incrementado con gran fuerza en los últimos años.

Para estos meses, las costas panameñas reciben un número considerable de ballenas y delfines que recorren el lado Pacífico desde el golfo de Chiriquí, pasan por el sur de la provincia de Veraguas, península de Azuero, archipiélago de las Perlas, hasta isla Taboga, considerados sitios ideales para el avistamiento de estos gigantes marinos, atrayendo de esta manera el turismo al país.

Aunque no se sabe aún la cantidad exacta de cetáceos que pasan por nuestras costas, se han reportado cerca de cuatro especies de ballenas, entre las que destacan la ballena azul (Balaenoptera musculus), ballena de aleta (Balaenoptera physalus), la ballena de brydei o tropical (Balaenoptera brydei) y la jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae). De estas especies la que más se observa en esta época es la ballena jorobada, que viaja desde aguas antárticas hasta las cálidas aguas tropicales tanto de Panamá como de Costa Rica.

En cuanto a los delfines, se pueden visualizar dos tipos en ambas costas panameñas, el nariz de botella y el manchado tropical, de los cuales hay una gran población residente en el Caribe panameño, específicamente en el archipiélago de Bocas del Toro y San Blas por lo que se pueden contemplar todo el año, así mismo en el lado Pacífico. Además, están las poblaciones transeúntes, que son los delfines oceánicos, pero estos pasan por aguas más abiertas.

Las ballenas jorobadas se trasladan todos los años desde las aguas antárticas hasta las aguas tropicales del Pacífico panameño y de Costa Rica.

Betzi Pérez Ortega, presidenta de la Fundación Panacetácea Panamá, organización sin fines de lucro que se dedica a promover la investigación y conservación de los mamíferos marinos, explica que tanto las ballenas como los delfines deben protegerse y cuidarse, porque son depredadores tope en el océano, es decir, ayudan a mantener la salud de los ecosistemas marinos.

“Por ejemplo, especies como las orcas, las más grandes del mundo, se alimentan de otros mamíferos y peces. En el caso de las ballenas jorobadas, se alimentan de pequeños crustáceos llamados krill. La importancia de esto radica en que las ballenas al morir aportan una gran cantidad de nutrientes al medio marino, los que son utilizados por el fitoplancton (pequeñas algas marinas, parte de la cadena alimenticia de los peces, crustáceos y ballenas)”, resalta Pérez Ortega.

Igualmente, admite que estos cetáceos representan una gran importancia para el turismo ecológico en el país, una actividad que se realiza en todas las costas de Panamá, tanto en el Pacífico como en el Caribe. “Es un gran aporte el que realizan las ballenas a la economía local”, dice Pérez Ortega.

En ese sentido, Iván Eskildsen, administrador de la Autoridad de Turismo (ATP), confirma que la observación de cetáceos es una actividad que ha venido creciendo en los últimos años. “El avistamiento de ballenas es uno de nuestros productos turísticos prioritarios para impulsar la industria sin chimenea. Sin embargo, este año la observación de cetáceos se ha visto opacada debido a los efectos de las restricciones de la pandemia a causa de la enfermedad de la covid-19”. lamenta Eskildsen.

Obstáculos y desafíos en las aguas

El 23 de julio es conocido, desde 1986, como el Día Mundial de las Ballenas y los Delfines, cuyo propósito es frenar la caza indiscriminada de estos gigantes marinos.

En ese sentido, Pérez Ortega reconoce que los mares panameños son seguros tanto para la madre y la cría, como para el avistamiento de ballenas, porque están alejados de los cazadores furtivos. “En Panamá muchos pescadores han dejado los trasmallos para dedicarse al turismo de avistamiento de cetáceos, además existe una ley que no permite la caza de mamíferos marinos, y en Panacetácea, como organización, hemos estado suministrando datos de gran utilidad a las autoridades competentes para el desarrollo de los reglamentos de conservación”, añade.

Pérez Ortega explica que también están trabajando con las comunidades, dándoles charlas, capacitaciones tanto a los capitanes de barco como a los guías turísticos y en las escuelas. “De hecho, estamos desarrollando en conjunto con el Ministerio de Ambiente en isla Secas un proyecto de conservación de mamíferos marinos, en el cual aportamos información científica y apoyo técnico en la actualización del reglamento y hacer valer la ley sobre avistamiento de cetáceos”, menciona.

Pese a ello, reconoce que las ballenas y los delfines durante la migración enfrentan otros obstáculos, como la pesca o mallado incidental. “Tenemos reportes de mallados que no sabemos si ocurren en el país o si las ballenas adquieren esas redes por las zonas donde pasan, así como también se enfrentan a la contaminación acústica y de las aguas (basura, desechos químicos, orgánicos) y a las colisiones de embarcaciones durante su recorrido”, subraya Pérez Ortega.

En Panamá se pueden observar desde la ballena jorobada, hasta el delfín manchado del Pacífico y el nariz de botella.

Para reducir el riesgo de lesiones y mortalidad de los mamíferos marinos, principalmente las ballenas y los delfines, el pasado 6 de enero se aprobó el decreto ejecutivo No. 6-A, que establece los criterios claros para que en las actividades pesqueras, en el inicio de la faena (cuando tiran los trasmallos), se actúe con precaución evitando así el hostigamiento, caza, retención a bordo y muerte de los mamíferos marinos, así como los procedimientos que deben seguirse en caso de que sean capturados por accidente.

Flor Torrijos, administradora de la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (ARAP), resaltó en un comunicado que este decreto era necesario para evitar que Panamá estuviese descertificado por la Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA -USA) lo que conlleva la restricción de productos marinos (que Panamá no pudiera exportar) a partir de junio de 2020, perjudicando no solo la industria pesquera, sino también la acuicultura, sectores generadores de empleo para los panameños y de gran importancia por su contribución en la economía del país.

“Estas medidas son necesarias para homologar las reglamentaciones internacionales en cuanto a tener un buen ordenamiento que permita reducir la mortalidad o daño a los mamíferos marinos en las pesquerías; es así como se estableció en el decreto la prohibición de perseguir, interponerse entre hembras y sus crías, así como utilizar armas de fuego, pirotecnia u otro tipo para ahuyentarlos”, destacó Torrijos en ese documento.

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