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- 19/12/2013 01:00
- 19/12/2013 01:00
PANAMÁ. En los primeros minutos de La Desolación de Smaug, la segunda parte de la trilogía cinematográfica basada en El Hobbit, de J.R.R. Tolkien, Peter Jackson, se permite algo que nunca se había hecho: un breve cameo, como los que solía hacer el director Alfred Hitchcock. Y esa aparición, que podría tomarse sólo como una broma, sintetiza gran parte de lo que estamos por ver.
Después de la trilogía de El Señor de los Anillos y la primera entrega de El Hobbit, ésta es la quinta película basada en libros de Tolkien que cuenta con Jackson en la dirección. El de Tolkien es ahora también el universo de Jackson, quien, consciente de esto, se toma las libertades para contarlo sin necesidad de seguir los textos línea por línea.
La Desolación de Smaug continúa la historia que comenzó en la casa del hobbit Bilbo Bolsón (Martin Freeman), cuando el mago Gandalf (el ya vitalicio de las sagas de Tolkien, Ian McKellen) reunió a los 13 enanos para comenzar la gran aventura. Como los personajes ya habían sido presentados en la primera entrega, ahora la acción se coloca en el centro desde el comienzo.
Mientras el grupo de enanos liderado por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) enfrenta a los orcos y recorre bosques encantados y ríos para llegar a la Montaña Solitaria y recuperar el perdido Reino Enano de Erebor, conquistado hace muchos años por un enorme y avaro dragón llamado Smaug (con la voz de Benedict Cumberbatch), paralelamente las fuerzas de lo oscuro ganan poder y amenazan con conquistar la Tierra Media.
Agiliza mucho la trama la irrupción de los elfos, aunque no figuran en el texto original de Tolkien. Nos volvemos a encontrar con el Rey Elfo Thranduil (Lee Pace), con su hijo Legolas (Orlando Bloom); y además se agrega un personaje especialmente creado para la versión cinematográfica ante la falta de una figura femenina en la trama: la pelirroja Tauriel, comandante de la guardia élfica, interpretada por una excelente Evangeline Lily (la chica de ‘Lost’).
El triángulo amoroso que se establece entre Legolas, Tauriel y el enano Kili (Aidan Turner) es sutil pero completa un hueco amoroso que de otra forma faltaría. Además se hace fácil sentir empatía con las tensiones que se generan entre ellos. Sobre todo entre el enano y la pelirroja.
Martin Freeman, por su parte, confirma el gran actor que demostró ser en la entrega anterior. No sólo no le pesa el protagónico, sino que siempre parece pedir más. Sobre todo cuando enfrenta al dragón o cuando su personaje, Bilbo, demuestra su creciente fascinación por el anillo que le arrebató a Gollum.
Quienes conozcan la historia original, notarán que son muchos los cambios, y algunos de ellos muy interesantes. Jackson ya había logrado impregnar la leyenda con su propio estilo. Pero ahora hace explícita como nunca esa apropiación y deja en claro su intención: construir una precuela de El Señor de los Anillos antes que una adaptación literal del libro. Como era de esperar, vuelve a darnos una de las grandes películas del año.
Aunque por momentos sus casi tres horas se nos hagan largas, al final del filme nos quedamos con ganas de que ya sea diciembre de 2014 para ver la tercera parte. A diferencia de la trilogía anterior o de la primera de El Hobbit, en esta segunda parte no hay ni asomo de un cierre. El final es tan abierto como el que hace poco nos dejó la segunda parte de Los Juegos del Hambre. La Desolación de Smaug es recién el nudo de la historia, y falta mucho para el próximo y último episodio.