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- 28/01/2025 00:00
- 27/01/2025 18:50
Portobelo, pueblo ancestral, se asoma a una pequeña bahía sobre el Caribe panameño. Sus casas, sus empedradas callejuelas, el bosque que se cierne sobre sus límites y las ruinas de emplazamientos militares, cañones y atmósfera, encierran un pasado de un intenso movimiento marino. Las cargas, las pedrerías, el oro eran intercambiados aquí con provisiones para los pueblos y ciudades que en el sur del continente eran puertos de llegada.
De un ruidoso e histórico mercadeo se ha pasado a una tranquila actividad turística que se desplaza sobre las aguas tranquilas que reciben los desechos de la población. La gente rememora un tiempo de intensos movimientos y vive su vida cotidiana con los recuerdos que en ocasiones se refleja en el baile de los grupos de congos que amenizan las noches de fines de semana y los días de fiesta.
En 2019 se inició una tarea para rescatar la memoria de Portobelo en un proyecto impulsado por el Archivo de la Memoria del País Vasco y la Agencia Española de Cooperación Internacional. Para tal efecto, se invitó a Pilar Pérez-Fuentes Hernández y a David Beorlegui, ambos del Grupo de Investigación Experiencia Moderna, de la Universidad del País Vasco. Luego de cinco años, han concluido con un libro denominado Voces de Portobelo, que recoge la experiencia.
Pilar Pérez Fuentes estudió Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Deusto y posteriormente se doctoró en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad del País Vasco. Es autora de los libros Ganadores de pan y Amas de casa otra mirada sobre la industrialización vasca, Vivir y morir en las minas: estrategias familiares y relaciones de género en la primera industrialización vizcaína (1877–1913) y Entre dos orillas, las mujeres en la historia de España y América Latina.
Esta investigadora vasca ha realizado una interpretación y crítica feminista de la economía; también se especializa en la investigación sobre la industrialización del País Vasco. Le pedimos que nos hablara de la experiencia del libro Voces de Portobelo con la finalidad de conocer en detalle sobre este proceso de reconstrucción de la memoria de los habitantes de este pueblo costero. Accedió y conversamos durante la presentación de la obra en el Centro de Arte y Cultura en la ciudad de Colón.
El proyecto de Voces de Portobelo, lo que es el libro ahora, comienza con un sueño, que era poder construir un archivo de fuentes orales. Un archivo de memoria, sobre todo vinculado a la memoria de los afrodescendientes. Pensábamos que era un mandato del Decenio de Naciones Unidas que cierra ahora a comienzos del 25 y muy vinculado también a todas las consideraciones que Unesco hace sobre la fragilidad de los patrimonios inmateriales con los que tiene que ver la memoria.
Poco a poco conseguimos 23 entrevistas, vimos que era muy difícil esta tarea, si no hay voluntad institucional, si no hay deseo de dotar infraestructura a los archivos de la memoria, que ahora en muchos lugares del mundo están cobrando mucha fuerza. Eso fue imposible; no respondía ni siquiera a la institución inicial que era la Agencia de Cooperación Española, pero, sobre todo, a las instituciones panameñas.
Nos encontramos con que teníamos un material maravilloso. Y entonces decidimos que podíamos hacer un libro y decidimos algo muy importante: que nuestra vocación como historiadores e historiadoras era no ser extractivos, eso es muy de la academia, sino devolver ese esfuerzo de rememoración y de recuerdos a las gentes que habían trabajado con nosotros y que nos había depositado la confianza.
Nosotros lo que nos encontramos fueron unas personas, que dijimos que fueran de edad, para que tuviesen una mirada hacia atrás de largo, mayores de 60 años, que yo creo que es muy interesante, porque primero, son patrimonios inmateriales; la memoria, la experiencia histórica de estas personas que puede desaparecer rápidamente. De hecho, de las 23 personas, tres ya han fallecido.
Lo que encontramos es que había una identidad colectiva muy potente: un nosotros. Por eso el libro arranca en sus resultados con la idea fuerte de la construcción de los orígenes de la comunidad. De ese nosotros potente, que se expresa en términos culturales, a través de la concepción del congo y que es además el sostén de un orgullo muy potente de la herencia africana.
Eso nos emocionó y nos dimos cuenta de hasta qué punto Naciones Unidas había estado insertado en abrir el reto del decenio y el llamamiento a la preservación del patrimonio inmaterial.
También nos pareció de destacar cómo las personas mayores, en todos los hogares del mundo, cuando hablan de sus vidas, siempre hay un elemento de narrar las pérdidas; las pérdidas que se han tenido a lo largo de la vida, que tienen que ver muchas veces con vivencias y con sueños que se han tenido. El sentimiento de pérdida era potentísimo. Porque desde el momento de pérdida de un paraíso que se perdió. Es decir, hay una vinculación, un agarre que diríamos, de la memoria al paisaje, que es impresionante; es decir esos manglares, esa bahía, esa vegetación, esos frutos están profundamente interiorizados. Son personajes estrechamente vinculados a la naturaleza.
Yo creo que la pérdida va vinculada en este caso, a lo que he dicho: la pérdida del entorno vinculado a la infancia idílica, donde uno tomaba los frutos de los árboles, donde la bahía estaba limpia, donde los manglares eran bellos, donde se cultivaba. Porque es gente que está vinculada a una economía de subsistencia y al sector primario, la pesca, la agricultura. Y tanto de eso está desaparecido; entonces ellos se quejan, ya no hay frutos, viene una furgoneta, un camión y trae las cosas hacia aquí. Se compra todo y aquí se ha perdido.
Esa identidad se relaciona muy fuertemente con la actividad del sector primario y la pérdida de lo que fue la comunidad: todo se compartía, y de la inseguridad. Todo el tema de la inseguridad, del narcotráfico, esto ha impactado mucho en sus vidas. Se sienten con un nivel de precariedad tremendo; es verdad que ha habido progreso, pero este ¿qué nos ha traído? Ha traído precariedad, deterioro del paisaje, ruptura de los lazos comunitarios.
Ellos lo viven así. Ellos cuando transmiten a generaciones más jóvenes lo que es el congo, están relatando esto. La base fundacional del “nosotros” fue la diáspora, fue la esclavización de la población, fue la lucha por la libertad, la lucha por la vida. Y entonces, bueno, yo creo que eso sigue allí. El problema, que las generaciones mayores se quejan, es hasta qué punto los jóvenes en este momento, están viendo solamente una fiesta como cualquiera otra.
Al menos la voluntad nuestra y la de ellos ha sido que son recuerdos, que es una experiencia histórica que quieren transmitir a las generaciones jóvenes con la idea de que sigamos defendiendo el “nosotros”, pero sabiendo lo que estamos haciendo. Da igual que la ‘performatividad’ cambie, da igual que las polleras sean de un color o del otro, da igual de los cambios que va habiendo dentro de la celebración de los rituales del baile congo. Se puede cambiar porque las tradiciones tienen que cambiar para adaptarse. Pero no nos olvidemos de explicar a los jóvenes el significado que tiene detrás y eso es lo importante.
Por ejemplo, me ha llamado la atención que las mujeres están apoyando que sus nietas están educadas en una cultura más igualitaria entre hombres y mujeres. La propia evolución de las tradiciones; siempre y cuando no perdamos el sentido radical que tienen de la construcción de sostenibilidad de la identidad de nosotros: resistencia, libertad y no olvidar los orígenes.