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- 22/06/2024 00:00
- 21/06/2024 21:10
La crisis de la democracia tiene diversas causas de igual categoría. Entre éstas se encuentran, sin duda, los problemas acumulados. El principal de ellos es el relativo al desempleo, sin opacar la corrupción, la seguridad social y la negación de la igualdad. No existe gobernante panameño que no haya prometido acabar con el desempleo. Lamentablemente, como país subdesarrollado, Panamá carece de las actividades económicas que puedan garantizar el pleno empleo. Los grandes países industriales no han logrado, ni lograrán, el cero desempleo.
Lo que le ocurre a la democracia es que sus adalides prometen trabajo para los desocupados y luego de todo cambio de gobierno, a los pocos meses, el pueblo logra advertir que todo sigue igual. El problema de la igualdad, a su vez, como principio fundamental, no supera su crisis ni en la democracia, ni mucho en la dictadura, porque siguen existiendo los “desfavorecidos y los privilegiados”. Esta realidad indica que la democracia no se perfecciona globalmente, sino por partes, priorizando lo que más interesa al pueblo.
La frustración, crónica, por cierto, ha hecho posible que algunas encuestas mal orientadas estén dirigidas a dar algún tipo de oxígeno a las dictaduras. Los encuestadores se preguntan si acaso los totalitarios son alternativa de gobierno. La pregunta es irresponsable, por no decir torpe, porque al formularse no se sugiere ninguna clase de reflexión sobre las experiencias vividas bajo la férula de las tiranías. En los momentos en que los marginados conviven con el desengaño, el encuestador aprovecha la oportunidad para hacer una pregunta sugerente, de por sí impertinente, por descansar en perspectivas ficticias: ¿Si la dictadura le ofrece pan, techo, seguridad social, trabajo, la prefiere a la democracia? ¿Prefiere la seguridad a la libertad?
La pregunta, en caso de haberse formulado así, es malévola porque encarna la utopía en el despotismo y degrada a la libertad al pintarla sin colores, sin expresión real y vital, sin los elementos espirituales que son propios de ella. Se ignora que la seguridad es el tuétano de la libertad. Salvo que los encuestadores presuman que la libertad es una entelequia fría, ajena a la naturaleza del ser humano.
Es lógico que, si a un sediento le advierten que sólo hay un trago amargo totalitario para sobrevivir, éste no vacilaría en escanciarlo. Pero se trata de un ejemplo extremo, de laboratorio, porque siempre existe como posible el trago dulce de la democracia que nunca deja de estar al alcance de los pueblos como realidad o como posibilidad digna. El trago amargo totalitario es como el trago engañoso de vinagre proporcionado a Cristo en su hora de martirio.
Dentro de tales parámetros, de significados muy extraños, la ONU llevó a cabo una reciente encuesta en algunos pueblos latinoamericanos y se dijo que ciertos sectores prefieren la seguridad a la libertad y que, si una dictadura ofrece lo esencial para vivir, nada importa vivir bajo el sistema dictatorial. Todo es engañoso y antihistórico, porque desde que cesó la esclavitud el ser humano no puede concebir como propio de su condición saborear el pan sin libertad.
Una encuesta en beneficio de la democracia, con sus respectivos consejos didácticos, debería enfocar la interrogante de modo que la libertad siempre salga airosa. Sugerir hipótesis falsas que hagan atractiva la dictadura porque, según se dice, da pan, aunque condicionalmente, es vergonzoso porque consagra la exaltación de lo ventral como ideal humano. En estos días recordé a Benjamín Franklin, al afirmar que aquellos que prefieren la seguridad a la libertad no se merecen ni la libertad ni la seguridad.
A los pigmeos que se identifican con la dictadura se les debe ignorar a la hora de precisar el perfil ideológico de un pueblo. Como igualmente se debe ignorar a los sátiros y demás sabandijas del crematorio humano a la hora de precisar las estructuras morales de una sociedad.
El resto del informe de las Naciones Unidas, llevado de la mano por Dante Caputo, es académicamente perfecto como todo lo que fabrican los expertos talentosos de los organismos internacionales.
La crisis de la democracia se debe entre otras cosas a que la clase política no tiene la fortaleza ni la voluntad para resistir las embestidas de la opinión pública. Suplen la polémica por el desdén. Quienes representan la democracia carecen de argumentos persuasivos para triunfar en toda polémica que tenga por objeto el encuentro de la verdad. No se logra diferenciar la defensa del gobierno de la defensa de la democracia. Estos fenómenos no se dan en la dictadura, porque en ella sólo existe su verdad y no se advierte una reflexión contraria. En la dictadura la opinión pública tiene un bozal bañado de adrenalina.
En la democracia la disputa hasta encontrar el fin último o la causa remota de una tesis es confrontación de gladiadores y en los sistemas políticos democráticos débiles el único gladiador vigoroso es la opinión pública. Por eso hoy el cuarto poder del Estado es la opinión del pueblo y ante ella el político contemporáneo suele encontrar con cierto recato el aplauso por sus virtudes y la censura sin freno por sus vicios notorios.
El gobierno que se iniciará dentro de pocos días, y que será el timonel de la democracia que aún corre en pañales, advertirá pronto que no habrá voluntarios para defenderla en su esencia, pero sí sobrarán los espontáneos para destruirla en el habitual festín de los intereses. Lo importante es advertir y truncar a tiempo ese maldito festín que tiene en crisis a la democracia latinoamericana.