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- 31/08/2024 00:00
- 30/08/2024 19:10
Durante todo mi ejercicio como rector, con sus innumerables giras en el interior o en el exterior, jamás financié tales viajes con viáticos del Estado; todo lo sufragaba con mis gastos de representación, porque, a mi juicio, para esas misiones es que se destina esa partida. El 90 % de mis giras las hacía en el automóvil particular, nunca pedí un galón de diésel para mi auto y siempre me trasladé de mi domicilio a mi despacho en mi transporte privado. En mi carácter de rector, di el ejemplo con la asistencia puntual. Cotidianamente, entregué a la universidad una jornada de 4:00 a.m. a 8:00 p.m., que era la hora en que abandonaba el despacho.
Los estudiantes que siguen las acciones y omisiones del rector para, al primer descuido, hacer caer sobre él los rayos y truenos de la crítica severa y hasta despiadada, jamás cuestionaron mi administración, y atribuyo a esa transparencia el hecho de que mientras fui rector no hubo una sola huelga universitaria en todo el territorio nacional y ni un solo tranque del transporte perjudicó los derechos de terceros. La Ciudad de Panamá vivió en paz porque cuando en la universidad hay paz, también hay paz en la ciudad. En todo caso, por axioma debemos tener que la probidad es el presupuesto de la paz.
Una universidad dirigida con austeridad es lo que reclama el pueblo y es lo que debe defender el pueblo. Es la universidad que deber ser defendida por los egresados. Los egresados son parte permanente de la familia universitaria. Donde quiera que se encuentre un egresado, allí debe tener la universidad a un legítimo defensor. Y, sobre todo, en los días actuales, en que las universidades oficiales de la América Latina se enfrentan al peligro del cierre como la imposición de la globalización y para que proliferen las universidades privadas que, para mi concepto, muchas de ellas están sometidas a un pronóstico reservado.
Los egresados no deben dar la espalda a la Universidad de Panamá y a la Universidad Autónoma de Chiriquí, como viene ocurriendo actualmente. Las universidades oficiales tienen muchos adversarios; el principal, el que simboliza los intereses creados y que ve en la universidad a la fuente de la transformación integral de las estructuras sociales del país. Este país descansa ya en la garantía que ofrecen los millares de universitarios egresados que hoy laboran en los distintos campos del quehacer nacional. La universidad ha transformado a la sociedad, ha liberado a la mujer panameña, la que es hoy líder en el aprovechamiento de la cultura universitaria.
Solo la universidad como institución nacional prepara a los pueblos para enfrentar los retos de la Nación y para dar avenida de solución a la sed de educación que tiene la juventud actual. Solo la escuela, la universidad, puede dar el agua viva de la ciencia y del humanismo, de la tecnología que asombra al mundo, a la juventud humilde y a todos los sectores sociales de la República.
Es por lo expuesto que debemos defender a las universidades oficiales, porque es la apertura del pueblo para adquirir alguna vez una buena calidad de vida, porque es la entidad que puede ofrecer sin mayores costos la oportunidad de la superación humana, y porque ella debe resolver, y sólo ella, los ímpetus insospechados de los pueblos por educarse. En estos días acompañé a mi esposa, la poetisa Sydia Candanedo de Zúñiga, al Colegio Comercial de Tolé, donde iba a dar una conferencia sobre su poesía. ¿Cuántos jóvenes de Tolé estudian comercio? Novecientos. De los cuales un tercio es de la población indígena y ese tercio está integrado por excelentes alumnos. Una cifra maravillosa, increíble y que corrobora plenamente lo que vengo exponiendo: Panamá vive una revolución del conocimiento, del espíritu, que se alienta en el hogar, que se fortalece en los institutos y en las escuelas y se perfecciona en las universidades. De allí el imperativo moral que surge del hondón responsable de nuestra sociedad de defender a las universidades del Estado.
La educación es la primera alternativa, es la prioridad insoslayable, es la inversión más útil. Para otros sectores que habitan las cuevas del infierno, es un gasto improductivo. El día que la Corte Suprema, con razón o sin ella, declaró inconstitucional la disposición legal que garantizaba siempre un presupuesto igual o mayor cada año, dio una estocada grave al desarrollo planificado de las universidades oficiales. Felizmente, el gobierno que preside la presidenta Moscoso desactivó los efectos negativos del fallo al declarar que durante su gobierno, el presupuesto de la universidad siempre será igual o mayor, pero nunca menor con relación al existente durante el año anterior.
Otra estocada a la universidad le puede dar el alud globalizador, que tiene la misión de arrasar con todo lo que suene a intervención estatal, incluso en la esfera educativa o en la esfera de la salud. Lo que no debe ocurrir nunca, porque la educación y la salud corresponden a los servicios que debe brindar el Estado, libre de todo espíritu de lucro, que es precisamente lo que motiva la inversión del sector privado. Hacer negocio con la salud o con la educación es un crimen en perjuicio de las mayorías nacionales que ya orillan la extrema pobreza.
Un enemigo mayor, pero no menos grave en cuanto a sus efectos en la formación del estudiante, es la desatención del rigor académico de los docentes; en otras palabras, el no brindar un seguimiento adecuado a la excelencia académica. Es lo primordial para garantizar el buen producto, la buena cosecha de profesionales y para prestigiar el papel de la universidad.
Para obtener resultados positivos en el campo de la eficiencia académica, me propuse actualizar al docente porque nada se logra efectivamente con modernizar los programas de estudio, si paralelamente no se actualiza al docente. Mi primera medida fue aumentar las maestrías. De cinco que encontré, dejé a la universidad con veinte maestrías y un número plural de cursos de perfeccionamiento, seminarios múltiples, talleres, conferencias, congresos, todos de profundización docente. La segunda medida fue autorizar cuanta licencia me solicitaban docentes y administrativos para perfeccionarse en el exterior, para obtener el doctorado o maestría. Alrededor de trescientos docentes fueron autorizados con licencias con sueldo en el corto período de mi rectoría. Esa política debe ser permanente en la Universidad de Panamá y en la Universidad Autónoma de Chiriquí. La tercera medida fue abrir a concurso 500 plazas de docentes que se habían llenado con el dedo selectivo, caprichoso y antiuniversitario que imperó muchos años en la universidad. El concurso es el cedazo para que los más idóneos sean los catedráticos y los que por su sabiduría puedan erigirse en garantes de la excelencia académica.
Estas son las medidas universitarias para defender a la universidad. Hacerla más eficiente, garantizar así el buen uso del presupuesto, el ingente gasto del fisco en las universidades. Sólo la idoneidad de los docentes y el espíritu académico de sus rectores salvarán a la universidad, la apartarán de todos los peligros. La perseverancia, la tenacidad y la consagración de los estudiantes justificarán el esfuerzo del Estado para mantener las universidades oficiales.
No existe mayor lesión al buen nombre de la universidad y a los fines de la cultura superior, que el rector se convierta en un dispensador de canonjías o en pactos politiqueros. Los rectores deben estar marginados de la política partidaria y sólo deben estar comprometidos con la política académica. Por eso, siempre he creído en las bondades de la no reelección, en nuestro medio aún inmaduro y oportunista. Un rector que tiene conocimiento de que por disposición legal no puede reelegirse, se consagra por entero al desarrollo institucional y académico de la universidad, pero cuando existe la alternativa de la reelección, el accionar subalterno es el motivo de su gestión y el presupuesto es la palanca sobornadora, en todos los estamentos, y logra así, con el debido cálculo, la continuidad en el cargo.
La universidad tampoco debe convertirse en trampolín para saltar a otras posiciones burocráticas, porque se pierde la esencia pedagógica del ejercicio rectoral, que enseña las bondades de la transparencia y del renunciamiento, y se diluye el voto de humildad que significa ser rector. También se disuelve en el perjurio el juramento de lealtad a la institución durante el término de su período.
Durante el ejercicio de mi papel como rector, el presidente Guillermo Endara me ofreció el cargo de magistrado de la Corte Suprema de Justicia y decliné tan honrosa distinción porque, dentro del mundo de mi conciencia, yo adquirí un compromiso insoslayable con la universidad hasta el final de mi mandato.
Un rector debe ser una especie de presidente moral del país y entiendo, por sus ejecutorias, que tal era el pensamiento de Octavio Méndez Pereira. El juramento universitario nos compromete con la ciencia, con la cultura, con la paz, la verdad y la democracia. El juramento de la universidad chiricana nos debe comprometer a luchar por los pobres y a ser solidarios con quienes no andan de la mano de la fortuna.
Es la hora de la solidaridad, no es la hora del individualismo. Es la hora de otear el horizonte de la patria, acechada por una globalización no humana y por una competencia de mercado para la cual no estamos preparados. Sin que tengamos que convertirnos en islas desvinculadas de la realidad mundial, como universitarios, no permitamos que se petrifique un sistema que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.
La universidad, con el dominio del conocimiento y con su palabra, debe postular un equilibrio que se concrete en el reparto justo de la riqueza. Esta es la proclama de las universidades contemporáneas del mundo entero. Ser cultos para ser libres y ser libres para ser justos.
Levanto la copa de mis sueños realizados para brindar por todos los padres de los que hoy se gradúan, por todos los padres de los que aquí estudian y por toda la familia universitaria del Barú, para que, en conjunto, todos, cumplamos el reto de transformar esta región en un emporio material y espiritual bajo la égida del Centro Regional del Barú y de la Universidad Autónoma de Chiriquí.
Dejo en sus corazones mis felicitaciones y mis esperanzas.
Publicado en Testimonio de una Época, Volumen IV, 6 de octubre de 2000, págs. 168-174, parte 2