Explorar la muerte como territorio: una conversación con Mauro Colombo

  • 10/04/2025 00:00
El cineasta italiano visitó Panamá en el marco del IFF, presentando la cinta “Luminoso espacio salvaje”, un documental que nos lleva a una exploración sobre la muerte desde lo intrínseco y las tradiciones alrededor del mundo

Hablar de la muerte nunca es sencillo. Menos aún cuando esa reflexión nace de una experiencia profundamente personal y dolorosa. Sin embargo, hay quienes logran transformar ese enfrentamiento íntimo con lo inevitable en una obra artística que interpela, emociona y cuestiona. Tal es el caso del director italiano afincado en Panamá Mauro Colombo, quien nos abre las puertas a una exploración fílmica de la muerte como un territorio geográfico en su documental Luminoso espacio salvaje.

El filme estrenó el festival de documentales Hot Docs en Canadá en 2024, con una historia que parte desde una vivencia extrema: encontrar el cuerpo sin vida de su propio padre y, poco después, el de un joven desconocido. Ambas situaciones, unidas por la misma mirada vacía que dejan los ojos de quien ha partido, dieron pie a una profunda meditación sobre la existencia, el vacío y la continuidad de la vida pese a la ausencia.

En la cinta, Colombo destapa una botella de pensamientos que saltan en todo momento como confeti. Nos hace reflexionar a medida que vemos las tradiciones emberá o escuchamos la música como terapia para quienes esperan una muerte inminente. Además, Colombo nos adentra en la confrontación de la muerte como posibilidad y una realidad para muchas personas, incluso aquellas que han pasado por experiencias cercanas a ella y viven para contarlas, no como víctimas, sino con una gratitud trascendental.

En una conversación íntima con La Decana, el cineasta reflexiona sobre el impacto de la muerte, el impulso de filmar lo inexplicable, y su búsqueda por representar lo invisible a través de lo tangible. Su aproximación, profundamente filosófica y visualmente poética, convierte la muerte en un espacio simbólico: un territorio no conquistado, salvaje y libre de estructuras humanas. Desde viajes en barco, pasando por colegios en Panamá, hasta escenas conmovedoras en territorios europeos, indígenas y remotos, el documental no solo muestra una travesía física, sino también espiritual.

¿Cómo fue para usted enfrentarse a la muerte y cómo ese momento inspiró la creación de esta película?

El tema de la muerte es, sin duda, extraño y complejo. En mi caso, tuve dos experiencias muy impactantes: una fue encontrar a mi padre fallecido, alguien muy cercano, y la otra, encontrar a un joven muerto, una persona que no conocía. Lo que más me marcó fue observar en ambos casos una mirada vacía, sin vida. Esa mirada es la misma, sin importar quién era la persona. Ese vacío fue profundamente perturbador. Lo que me impactó aún más fue la indiferencia del entorno.

El mundo seguía como si nada hubiese pasado. La realidad no cambiaba aunque esa persona ya no existiera. Esa aparente continuidad de la vida fue un choque muy fuerte para mí y generó muchas preguntas. ¿Qué es, realmente, la vida? ¿Y qué es la muerte? Son interrogantes universales que solemos evitar, como si no fueran parte de nuestro día a día.

¿Qué lo llevó a explorar el tema como si se tratara de un espacio geográfico?

Estaba trabajando en un documental que parte de una exploración espacial. Me interesaba representar ese “espacio” entre la vida y la muerte como algo concreto, casi territorial. La muerte, aunque no la comprendamos del todo, es un hecho. Así que comencé a imaginarla como un lugar salvaje, virgen, primitivo, como una selva. Un territorio aún no cartografiado. Y ahí encontré un paralelismo interesante: lo salvaje es también lo libre, lo que no está contaminado por estructuras ni símbolos humanos. Es luminoso precisamente porque no tiene límites. Ese territorio sin espacio ni tiempo me parecía una imagen poderosa para abordar lo que significa la muerte. Es más que infinito.

Menciona que ese espacio es “luminoso”. ¿Podría explicarlo un poco más?

Claro. Me gusta esa idea porque, por ejemplo, en la tradición budista se habla de la mente iluminada como un cielo claro y luminoso. Ellos usan expresiones como “claro luminoso” para describir ese estado de conciencia y apertura. Esa asociación me parece hermosa: la claridad como conciencia, la luz como símbolo de amplitud. Todo esto está profundamente conectado con la película. Desde su base conceptual hasta su estructura narrativa, todo gira en torno a esta búsqueda del significado de la vida y la muerte como un espacio, una dimensión que podemos explorar aunque no podamos definir completamente.

¿Hay un mensaje que le gustaría que el público se lleve después de ver la película?

Sí, definitivamente. Creo que la reflexión sobre la vida y la muerte está mucho más cerca de nuestro día a día de lo que creemos. Si comenzamos a hacernos estas preguntas de manera honesta, abriremos un espacio más amplio en nuestras vidas. Muchas veces vivimos en mundos muy pequeños, limitados por lo inmediato. Pero, al abrirnos a estas preguntas, abrimos también la posibilidad de vivir con más profundidad y conciencia.

¿Cuál fue su momento favorito durante la realización del documental?

Sin duda, uno de los momentos más memorables fue con Suria, un amigo y uno de los personajes principales del documental. Él estuvo en coma durante un mes. Hicimos juntos un viaje en barco desde Panamá hasta Guatemala, y luego hasta Veracruz. Durante ese trayecto, hablamos profundamente sobre su experiencia. Fue una filmación muy poderosa porque fue la primera, y empezó con algo físico, real y personal. Recuerdo ese momento con mucho cariño. Fue intenso y, a la vez, lleno de aprendizaje. Además, la travesía fue dura: el mar, la navegación, el clima... Todo eso sumó al impacto de la experiencia.

¿Cuál fue el mayor reto al filmar este documental?

Hubo varios retos. Uno de ellos fue enfrentarme a situaciones humanas muy difíciles y tratar de abordarlas desde un lugar de respeto y sensibilidad. Quería evitar la distancia emocional, mantenerme cerca de la experiencia sin invadirla. Fue un proceso muy íntimo y delicado. Otro gran desafío fue el entorno mismo. Estábamos en lugares complejos, muchas veces incómodos o peligrosos, y aun así era necesario mantener la concentración y la conexión con el propósito del documental. Pero, a pesar de todo, lo viví de forma muy espontánea y auténtica.

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