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- 25/05/2024 00:00
- 24/05/2024 19:30
Son 336.000 casos de bullying, ciberbullying y acoso que se dan en las escuelas de Panamá, según la Organización Global de Prevención ante el Bullying (Ogpab).
Para 2023, Panamá ya lideraba la incidencia de acoso escolar en la región pues, a diario, se presentan entre 10 y 12 denuncias de estudiantes en la plataforma digital de ogpag.org en todo el territorio nacional, siendo, San Miguelito, Colón, Panamá, Chiriquí y Panamá Oeste las zonas con más casos.
Como experto en violencia de género puedo decir que, erróneamente, la sociedad en su mayoría cree que al hablar de violencia hablamos solo de ataques físicos, pero el bullying al igual que la violencia de género inicia de forma verbal y psicológica, es decir, con bromas, burlas, devaluaciones, insultos, desacreditación social, aislamientos y hasta actos xenofóbicos; posteriormente va escalando con agresiones físicas e incluso hasta la muerte.
Para ponerle cifras y hechos más alarmantes, cuando hablamos de consecuencias, a nivel global, uno de cada cuatro niños sufre de este tipo de acoso y se producen 200.000 suicidios al año en el mundo. En Panamá, durante 2023 y por dos semanas consecutivas, se registraron cinco suicidios a consecuencia del bullying.
Es aquí donde los adultos deben tener un rol más activo y asertivo en cuanto a educación e inyección de valores se refiere desde el núcleo social que es la familia y el hogar, sin embargo, si estos núcleos están en crisis, poco o nada se puede hacer. Por ello le hago un llamado a la conciencia, amigo lector, cuando titulo este artículo como “El silencio le hace cómplice”, y esto se lo tenemos que transmitir a nuestra niñez y juventud de forma inmediata y urgente.
Para ello tenemos que entender un fenómeno social llamado “el espectador desinhibido” el cual se produce, por ejemplo, cuando una persona está con amigos y, sin darse cuenta, empieza a hacer cosas que por regla general no haría si estuviese solo o en compañía de una persona con criterio formado.
Esto sucede porque cuando se está en manada, los integrantes de los círculos sociales sienten menos responsabilidad y muestran más valentía que estando solos. Imagine esto en el colegio cuando empieza un niño(a) a hacerle bromas pesadas a su compañero(a), a ello se unen otros sin que un adulto o, una persona con “poder o injerencia social” intervenga para frenar en seco dicho acto, este irá escalando hora tras hora, día tras día, mes tras mes e, incluso, año tras año.
¿En qué se fundamenta el fenómeno del espectador desinhibido? Básicamente en tres hechos: la des-individualización, la difusión de la responsabilidad y la influencia de una autoridad o persona Alfa.
Des-individualización: esta teoría propuesta por los psicólogos sociales Leon Festinger, Albert Pepitone y Theodore Newcomb sugiere que, al estar en un grupo, una persona Beta (que no es Alfa o líder) reduce la conciencia de su yo interno y aumenta su anonimato, ello conduce a una disminución de las inhibiciones y un aumento de comportamientos que, por lo regular, serían reprimidos en solitario.
La difusión de la responsabilidad: en un grupo, los individuos tienden a sentir menos responsabilidad personal por sus acciones. Este concepto desarrollado por John Darley y Bibb Latané en 1968 en la Universidad de Columbia sugiere que, en presencia de otros, las personas se sienten menos impedidas a actuar o a asumir responsabilidades y consecuencias directas por sus actos. O sea que, que cuanto mayor es el número de personas que presencia una situación de emergencia, acoso, ataque, violencia, asesinato, etc., menor es la probabilidad de recibir auxilio y, en estos tiempos, se aumenta la probabilidad de sacar un celular y captar, como un simple espectador, un acto que va en contra de las normas sociales, éticas y valores.
La influencia de una autoridad o persona Alfa: La obediencia a la autoridad, estudiada por el psicólogo Stanley Milgram en los años 60, demuestra cómo la presencia y las directrices de una figura de poder puede empujar a personas a actuar y a contradecir sus valores y ética personal.
Ejemplo de ello es cuando hay bromas grupales, disturbios o linchamientos puesto que, al ser guiados por un Alfa al que le da igual violar las normas sociales, apagan su conciencia por miedo a su integridad y realizan actos violentos en contra de otros. Este efecto en particular se ve en cárceles, oficinas y aulas educativas por igual, sobre todo cuando hay una ausencia de una autoridad mayor, y esta no necesariamente debe ser un adulto.
Ahora bien, no todos somos iguales, sobre todo si usted es una persona que, por su educación en el hogar, sabe diferenciar entre el bien y el mal, lo ético o no, lo inmoral y lo socialmente correcto.
La constante exposición y normalización de la violencia, los abusos (sean físicos, psicológicos, verbales o sexuales), el consumo de drogas lícitas o no es, en gran medida, lo que provoca la permisibilidad a que otros comentan graves delitos como el bullying y que seamos espectadores desinhibidos o cómplices silentes.
El bullying no es normal y es una muestra de lo delicado y retorcido que puede llegar a ser el abuso hacia otra persona y, sucede de una forma tan gradual, que ni los perpetradores ni las víctimas son conscientes del daño irreparable que se está provocando. Asimismo, es un indicativo de que lo que sucede en nuestro núcleo más cerrado como la familia y, nuestro entorno social, puede conducirnos por el camino del mal y ello, sin duda, es un llamado de atención sobre lo importante que es estar al tanto de lo que pasa en nuestra comunidad, aula, casa, trabajo e, incluso, bus escolar.
No hay excusa posible para quedarse de brazos cruzados ni argumento alguno que impida convertirlo, amigo lector, en cómplice silente al no actuar como se debe para proteger a las víctimas de este tipo de delitos.