La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 30/12/2023 00:00
- 29/12/2023 18:29
Si para algunos, los años de la pandemia no fueron una escuela de cambio y reflexión, tanto 2023 como 2024 deberían ser años más aleccionadores, pero primero, muchos de nosotros debemos quitarnos el papel de víctimas y jueces para comenzar a ser autocríticos de nuestros propios actos y sus respectivas consecuencias.
Sí, docentes somos todos, porque el primer objetivo de la enseñanza debería ser el de provocar mentes, ya que el día que un docente deje de provocar la mente de un alumno o de quien lo escuche y no consiga estimularlo para pensar y analizar críticamente, ese día, estará listo para ser reemplazado por una computadora, app o inteligencia artificial.
Sí, docentes somos todos, porque la verdadera educación empieza en el hogar, ya que los colegios y universidades solo son centros que brindan lecciones basadas en sistemas creados durante el siglo XIX con herramientas del siglo XX que pretenden guiar a jóvenes del siglo XXI.
Ante los acontecimientos tan atroces y a veces sin sentido que el mundo nos ha dejado como legado en nuestra sociedad, país o ciudad, debemos reflexionar y dejar de ser hijos del sistema cartesiano en el cual, como consecuencia, en la mayoría de los casos somos más rápidos para juzgar y lentos para abrazar y ser empáticos.
Se preguntará usted, amigo lector, ¿qué significa ser hijo del sistema cartesiano? René Descartes, el filósofo francés, exaltó formalmente las matemáticas y las posicionó como fuente de las ciencias. El sistema cartesiano expandió los horizontes de la física, química, ingeniería, computación y, muchas otras materias, en las cuales los números son la base del pensamiento.
Sin que nos demos cuenta, la tecnología ha pulsado nuestro entorno, sin embargo, esos mismos sistemas lógico matemáticos nos hicieron consumidores de productos, secuestraron nuestras emociones, prostituyeron nuestra sensibilidad, asfixiaron la manera en que encarnamos e interpretamos el sufrimiento humano y nos alejaron a los unos de los otros; si no me cree, tan solo observe esas reuniones familiares en las que casi todos están pegados a un celular y no al corazón, palabras, sufrimientos, alegrías o pensamientos de la persona más cercana.
Si comenzamos a analizar la mayoría de la información que nos llega, esta está basada en números, porcentajes, cálculos y cifras; como consecuencia, esto ha hecho que ya no veamos con nuestros propios ojos los dolores y angustias de la humanidad, sino que lo hagamos a través de cifras.
Lamentablemente, aún no ha habido una generación que no haya producido locuras como tampoco pueblo alguno que no haya formado monstruos, que luego suelen voltearse en contra de sí mismos. Monstruos como: Hitler, Mussolini, Hussein, Noriega, Pinochet, Pol Pot, Bin Laden, Ortega, Maduro, y muchos otros.
Estas figuras llamadas “monstruos de cuello blanco” son el resultado de un hecho simple, pero doloroso: los justos, íntegros, pensantes y entes de cambio, en muchos, muchísimos casos, apostaron por la indiferencia y silencio pusilánime dándole paso libre a la maldad y al cáncer humano.
Le pregunto, ¿cuántos casos vimos durante 2023 que impactaron duramente nuestra conciencia al momento de saberlos y que múltiples medios cerraron el bloque de noticias con la ya gastada frase: “daremos seguimiento”, o “llevaremos esto hasta las últimas consecuencias” y, al final, no pasa nada?
La frialdad de los números ha dejado indiferente el corazón de muchos; si le doy cifras como: aproximadamente 330.000 migrantes han cruzado Darién, más de 4.000 personas se quedaron sin empleo en pleno diciembre, niñas de entre 8 y 10 años son vacunadas contra el virus del papiloma, enfermedad de transmisión sexual; 22.283 personas viven con VIH: 15.580 hombres y 6.703 mujeres en Panamá..., ¿se le movió el corazón?
Puede que algún lector no esté de acuerdo con la siguiente afirmación, pero, todo nuestro sistema educativo se ha moldeado de tal forma que los exámenes solo miden nuestro conocimiento y no nuestra humanidad, invocan datos archivados en nuestro córtex, pero no nuestro altruismo, evalúan nuestra capacidad de recitar la información que nos acuñan, pero no para crear ideas, ser disruptivos o emprendedores y líderes auténticos que buscan un cambio radical para el bien común y, le cuento, un líder emocionalmente enfermo contaminará a quienes le sigan.
Esa insensibilidad, sordera y ceguera por inatención social voluntaria es la que ha creado monstruos y la que, en algunos, casos hemos permitido que nos guíe y sea modelo a seguir.
¿Podemos cambiar? Sí, siempre y cuando queramos, Es por ello, amigo lector, que le invito a detenerse y hacer una reflexión de lo que usted desea para sí mismo, para su familia o país.
Para cerrar, le comparto este relato: en Japón, el emperador no se inclina ante nadie, salvo ante su maestro. Este gesto, según el contexto, es un signo de respeto, saludo, admiración, reverencia, gratitud o disculpa, sin embargo, todos se inclinan ante todos, no solo por alguna de las razones anteriores, sino porque todos, de una u otra forma, se consideran guías y maestros los unos de los otros por sus acciones, palabras y pensamientos.
Sí, docentes somos todos, y si queremos una sociedad creíble, veraz, auténtica, íntegra y de respeto, tenemos que comenzar por comprender ¿qué es lo que enseñamos al mundo con nuestros actos?, ¿qué legado estamos dejando a las nuevas generaciones?
¿Nuestro pensamiento es cónsono con nuestras palabras y acciones?, ¿somos una fuente de referencia positiva para los demás o, nos hemos transformado en lo que criticamos? Se los dejo de tarea... ¡Feliz año, amigo lector!