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- 27/10/2018 02:00
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- ¿Qué desea? - le pregunté.
Llegó al módulo y me miró. Fijó sus ojos en mí como queriendo hipnotizarme. También lo miré y duro. No me dejé amedrentar. Su mirada era escrutadora. Quería revelaciones de mi vida que yo no podía divulgar. Sentía el ambiente sofocante y caldeado. Fue cuando me di cuenta de que aquellos ojos destilaban un fuego que comenzó a consumir todo a nuestro alrededor. A pesar del peligro ni me inmuté. Confieso que me dio miedo, pero eso él no lo sabía. Me preocupaba más su presencia y lo que quería.
HÉCTOR AQUILES GONZÁLEZ
Administrador y autor
Panamá, 1963. Licenciado en Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras por la UIP y educador en Docencia Media Diversificada por la UP. Ha cursado el diplomados de creación literaria en la Universidad Latina y la UTP. Además ha tomado talleres de cuento con Enrique Jaramillo Levi.
Libros de cuentos: El espejo burlón y otros relatos… (2012); La última carcajada y otras minificciones (2013) y El sabor del barrio y la calle (2017), los dos últimos publicados por Foro/taller Sagitario Ediciones.
Un tic nervioso comenzó a moverle la mejilla izquierda al lado de la boca. Seguía estático y si tenía miedo al igual que yo, tampoco lo supe. El fuego seguía crepitando alrededor nuestro y había reducido el mundo a cenizas. Solo los dos en una situación bastante absurda. Uno frente al otro cual dos pistoleros a punto de batirse a duelo. Su mano se movía nerviosamente dentro de su pantalón.
¿Definitivamente vino a joder?, pensé.
En mi vida lo había visto: alto, de complexión recia y cabello acholado. Nada en especial. Un ciudadano común y corriente de esos que deambulan de aquí para allá. ¿Sería algún marido celoso? ¿Algún cobrador desesperado? ¿Alguien a quién le debía algún favor? Escudriñé rápidamente mi vida hasta donde recordaba, pero no encontré nada que me diera pistas de su identidad hasta que un movimiento en falso me alertó, un amague de su parte.
La gente seguía aglomerándose en el lugar a ver qué era lo que había ocurrido. Un cuerpo yacía en el suelo. Seguíamos en esa actitud desafiante porque no queríamos saber quién de los dos era el muerto.
ADMINISTRADOR Y AUTOR