El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 08/05/2016 02:00
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Es muy temprano en esta playa. Estoy frente al mar y amanece. El sol, como en otros encuentros, como en otras sangres y melodías, es amigo y golpe, es luz, es canción de garra y camino, el sol, como en otras pieles y sonidos, es mensajero y grano de arena que brilla.
Me toma tiempo escribir estas palabras que pretenden estar llenas de poesía y ritmo. Me toma tiempo porque el recuerdo es un resplandor que ciega y enmudece. Es difícil pero estoy aquí para hacerlo sin arrepentimientos, sin remordimientos.
Esta es la cosa: hay cuerpos desnudos regados por toda la playa. Mujeres. Infantes. Esta visión de mundo derrotado. No tengo preguntas. Usted que lee, lector empedernido, tampoco pregunte. Lea. Tan solo lea y de vez en cuando cierre los ojos y respire. Quiero que cierre los ojos ahora. Pausa. Abrace la oportunidad de imaginar lo que escribo. Playa. Olor a playa. Amanecer. Repito: cuerpos desnudos regados por toda la playa. Cuerpos de mujeres. Cuerpos de infantes.
Salgo de las sombras y camino entre los cuerpos. Los cuerpos están boca abajo. Los cuerpos están intactos y respiran. Voy y les toco, les acaricio, les paso la mano lentamente a los cuerpos, de nuca a parte lumbar de la espalda. Y los cuerpos tiemblan. Algunos dejar escapar una risa traviesa. Y el sol los ilumina. El sol se alza sobre el mar y las horas avanzan. Hay luz. Viene la luz toda con su carga de melancolía y pena. Y yo caminando entre cuerpos. Son miles.
Esta playa se extiende hasta donde no alcanza la vista y los cuerpos la ocupan toda. Los cuerpos se empiezan a poner rojos bajo la fuerza del sol que sigue avanzando hacia su cenit. Sigo avanzando. Tengo conocimiento pleno de la razón que me hace caminar entre estos cuerpos. Me busco, busco mi alma y mi origen en el cuerpo de alguna de estas mujeres, en el cuerpo de alguno de estos infantes. Soy un hombre que ya se acerca a los cuarenta, he perdido a la mujer que palpitaba en mi interior, he perdido mi infancia y mi inocencia.
Por eso duermo y veo estas cosas de locos. Una pesadilla, podría decir otro, ver cuerpos y cuerpos. No es pesadilla. Es aviso. Es premonición. Me busco. Tal vez nunca me encuentre, pero mientras suenen las olas hay esperanza, pienso. Las olas cantan. La marea sube y lame los pies de algunos cuerpos. El mar va acariciando los cuerpos. Y los cuerpos no se hunden, sino que flotan como tiernas hojas de carne y hueso. Y juego con los cuerpos que ahora no pesan nada.
La marea crece y crece. Todo los cuerpos son alcanzados. Voy y camino dentro del agua, las olas me llegan hasta el cuello y voy entre cuerpos flotantes y dormidos que ahora ya no necesitan respirar. El mar es un gran placenta. Los cuerpos lo saben porque ahora todos sin excepción se acurrucan en posición fetal. Flotan. Flotan los cuerpos de mujeres e infantes. Y siento que voy a despertar. No quiero despertar. Quiero ser un cuerpo que flota. Pero voy a despertar y esta vida es cruel. No quiero despertar.
POETA Y MÚSICO