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- 08/06/2020 00:00
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La década de 1970 es la antecámara a la trasformación de las artes, que pasa del dominio prolífero del arte moderno, a la fascinación experimental de las artes contemporáneas.
Así es como en nuestro Panamá se abrió, para muchos artistas, la inquietud por participar –de manera inequívoca– en dicha corriente.
Bajo esta premisa, hoy podemos hacer lectura de los trabajos de Emilio Torres, Richards, Aguilar Ponce, Ceville. De aquellos que forjaron sus estudios en el continente europeo (primera mitad de 1970) ... hasta el filón que participaba en EE.UU., los neoyorquinos Brooke Alfaro, Tabo Toral, Rodney Zelenka y otros que nos han dejado –con sus obras– huellas de esos inquietos pasajes, escribiendo con probada certeza parte de nuestra historia de las artes nacionales.
Fueron los primeros años de la década de 1980, los que nos brindaron esa oportunidad, en el intento por tener una visión artística internacionalizada y que, sobre todo, experimentaba nuevas posibilidades dentro de las expresiones artísticas. Queda como ejemplo irrepetible, tal vez comparativo a la crisis creativa actual.
Entre ellos, el más inquieto y bizarro, por no aceptar dictamen por dogmas, ni reglas convencionales dentro de las expresiones artísticas, se encuentra Rodney Zelenka. Él posee un deslumbrante currículo artístico, una hoja de vida impecable que denota su brillante carrera artística.
Pero quién mejor que Rodney para darse a conocer. Aquí, hoy, nos hablará de muchas cosas en esta entrevista que nos ha concedido para el deleite de nuestros lectores... Vamos a leerlo.
Es el que aún reside en mi interior. Curioso, aventurero, a veces contrario, dispuesto a enfrentar sus pesadillas y corregir sus errores. Fuerte y frágil a la vez. Rodney nació panameño, de padres de origen europeo, que llegaron a Panamá huyendo del holocausto, a fin de hacer nueva vida y encontrar su nuevo hogar en esta nación. Es un niño igualmente producto del mundo.
Al momento en que sentí nacer y lloré.
Aquí y allá. Siempre me acuerdo de mi maestro Botticelli. A los ocho años de edad me paré frente a su obra: mujer desnuda sobre una concha, de cuyo seno salían gotas de leche que se convirtieron en estrellas de una galaxia. En ese momento comprendí que “el arte era una forma de magia, y mago quería ser”.
Gracias a Marisel Pascual por mi primera exposición en Arte/80; luego Arrocha, Sosa, Alemán, Kupfer, Karpio, y muchos más, que apoyaron mi carrera y me abrieron la oportunidad de exhibir en las bienales de Venecia, Sao Paolo, Cuenca, Buenos Aires, muchos museos y galerías.
Todos y de todas las artes. Desde las pinturas de Altamira, Da Vinci, Goya, Rembrandt, Dalí, Miró, Calder, Pollock, Tamayo, Matta, Keiffer, Toral, Sinclair, Trujillo y más. Así como los escritos de Cortázar, Cervantes, Neruda, La Biblia de Moisés y Cristo, y las ideas de Buda, Krishna y la Pacha Mama; Milton Friedman, Joseph Stiglitz, Marx, Galileo, Einstein y Hawking.
Los diseños de Le Corbusier; Así como las técnicas de Bruce Lee y las aventuras de Jack Cousteau. Sin menospreciar la influencia del Diablo, así como Hitler y otros parecidos. Todos influyen al artista. Las fuentes de inspiración son infinitas.
La exposición se llamó “Canto a la guerra y el fuego”.
Me conmueve la experiencia humana de la migración para huir del sufrimiento.
Mi obra atiende, en diferentes estilos, esta realidad de la vida, llena de formas y colores.
Las guerras, hambrunas, plagas, pobreza, desastres naturales y presiones sociales, hacen sufrir a la humanidad y la desubican.
Se crean orates, desamparados, migrantes y esperanzados, soñadores y frustrados. Hay de todo. Inclusive, la vida nos demuestra que, después del fuego y la ceniza, hay el renacer y la calma.
Eso me conmociona y a veces lloro y a veces encuentro paz a lo interior, inclusive sonrío, lo que me refuerza el deseo de crear la obra de arte que desarrollo.
Esos colchones los carga a sus espaldas la gente cuando huye de un desastre.
De un lado pinté llamas de fuego y del otro, con periódicos, dibujé figuras humanas en estado de shock. Los colgué entre los cuadros, para que el observador se sintiera acosado a su derecha por la llama y a su izquierda por la gente, mientras observa la obra. Así veo muchas veces al mundo, como un observador que no quiere involucrarse, pero se siente incómodo.
Mi obra de arte no busca ser placentera. Por el contrario, con seriedad y compromiso, quiero estremecer esa paz que gira alrededor de una vida normal, por vías del color y la plástica.
Quiero experimentar con el arte, esa magia que nos hace viajar a lugares desconocidos, a veces infames y a veces bellos.
La que aún tengo en la mente por hacer. Obviamente lo que ya he creado, es para mí también fuente de orgullo. Es una prueba más de lo que los grandes maestros siempre repiten: “Pinta, crea y sigue pintando y haciendo arte. Solo así puedes reconocer tu propio ser y tu logro, y pasar a la próxima obra y descubrir lo que aún no has hecho y te queda por hacer”.
Es por eso que siempre estoy en guardia. Haciendo nuevas propuestas. Expandiendo los límites y, quizás, rompiendo el molde. Investigando la luz, el color, la forma, el sonido, el sabor, los olores, las ideas y los sentimientos. De tal manera encuentro inspiración en esa nueva aventura que implica cada nueva obra.
Llena de oportunidades que dependen de cada uno de nosotros.
Rodney es intensidad al cien por ciento; poseedor de esa febril fuerza personal que lo conduce en solitarios delirios creativos. Él busca complementarse con su otra esencia... regalándonos obras que vibran con energía propia, sin repetirse, sin retorcerse en cómodas verdades. Por eso, siempre está en perenne búsqueda.
La vida y obra de Rodney Zelenka surge como un ejemplo para muchos jóvenes talentos que incursionan en el mundo del arte en Panamá, por servir como plataforma de la justa inquietud que el artista debe tener. Sobre todo, en momentos en que las expresiones artísticas han abandonado la primordial regla que marca la genialidad en las artes, que en resumidas cuentas es: la experimentación y superación de lo ya establecido.
Aquí es donde encaja el justo reconocimiento a la trayectoria artística de Rodney Zelenka, y de los talentosos muchachos panameños que no sucumbieron al ambiente neoyorquino de la década de 1970.
Quedo con la esperanza de seguir apreciando pronto una nueva presentación de sus obras, la bizarra energía de un maestro de las plásticas contemporáneas panameñas, que nunca ha dejado de soñar nuevos horizontes.