La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
Con sus propias alas, Edilia Camargo supo volar alto
- 22/05/2020 00:00
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De niña, Edilia Camargo vivió en un lugar conocido como Paja, hoy Nuevo Emperador, fundado el 2 de enero de 1910, tiempo en el que enfrentó las primeras discriminaciones. El sitio hoy cuenta con una población de unos 3 mil 187 habitantes, muchísimo menor que la que llegó a tener, casi el doble. Se trata de una historia compendiada de expulsiones, exilios, desplazamientos de obreros silver rollers de la entonces Zona del Canal, mayoritariamente españoles, colombianos, panameños y uno que otro puertorriqueño, antillano y martiniqueño.
Los pocos datos recogidos hablan de silver rollers del tercer orden de la división administrativa del Canal y una subdivisión, incluso. Procedían del desmantelamiento por la administración estadounidense del Canal de la ciudad de Emperador, distrito fundado en el departamento colombiano de Panamá, luego provincia de Panamá, por Ley 46 de 1882. Llegó a tener 5 mil 740 habitantes y la moneda que circulaba era el peso colombiano, hasta 1903.
Las tierras de Maquenque y Carabalí, escenario desde donde aparece el abuelo paterno de Edilia Camargo, fueron ya experimentos transitorios de reconversión de porciones pequeñas del silver rollers en agricultores bananeros, expulsados más tarde como todo el grueso de los otros, no necesariamente antillanos, a parir de 1910, casi una década anterior a los movimientos sindicalistas que se intentan articular con esta otra historia de zonians no deseados. Estamos en la antesala de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Edilia aprendió a contar cuentos en su primera infancia para distraer a su madre, exresidente “de adentro” de San Felipe y aterrizada por amor en la finca de su abuelo, El Serrano, la cual quedaba más de una hora a pie, desde Nuevo Emperador. Eran cinco hectáreas de tierras cultivadas de naranjales, café, caña de azúcar y potreros, orgullo de su abuelo, pero indiferente para su padre, pues, como dice Edilia, “no era la suyo”. Muy solitaria siempre, Edilia aprendió a hablarle al agua de su quebrada, a los pájaros, a las nubes; y a caminar entre las rocas detrás de las ranas y los merachos. Se imaginaba otros mundos y se los contaba a su madre, mezclados con el Ratoncito Pérez, para borrar sus tristezas y llantos.
Cuando Edilia tenía 3 años, se cerró el telón de El Serrano y se fueron a vivir en “la casa”, armada con los tablones de una iglesia demolida durante las expulsiones firmadas por el presidente de Estados Unidos, William H. Taft, a partir de 1910, ya casi al final de su mandato. La niñez y el “destino” de Edilia fueron modulados por órdenes que partían de la Casa Blanca. Nadie se opuso, nadie los defendió y para coronar la cereza, sus padres, extranjeros en su propia tierra y desplazados por otras razones, se separan. “Aterrizamos, mis dos hermanos y yo, en aquel pueblo oscuro, de extranjeros tristes, cazadores, agricultores forzados, de chupatas de la soldadesca, acampada no muy lejos, en espera de ir a matar”, rememora Edilia, al tiempo que deja notar en sus ojos, cierta melancolía.
La fuerza de las propias palabras es un arma increíble. Apenas supe leer me interesé por la poesía, me las aprendía de memoria, con una rapidez increíble, y luego los cuentos, algunos crueles y muy duros, como aquel del Medio Pollito.
Nuevo Emperador es mi patria, esa que se escribe con minúscula. Allí aprendí a caminar, a hablar, supe de la existencia de un Dios y me dieron una lengua matriz para aprender todas las otras. La abuela cachaca no le tenía grande aprecio a Panamá, ni mi abuelo. Su experiencia de silver rollers no lo ayudó, al contrario. La otra Patria, la grande, que es el mundo, la fui descubriendo en los libros y luego en mi vida de funcionaria internacional, apátrida, en principio. Mi identidad panameña es una fuerza que me mueve, me alimenta. La llevo conmigo: mi tierra pajeña, mi mar. Cuando la copa queda vacía regreso a llenarla. Estoy y no estoy, entro y salgo. No es lo mismo ser o no ser.
No puedo decir que correr sea una afición. El atletismo es parte de mi vida, mi respiración. Si la que fuera mi finca, El Serrano y su tierra, sostuvo mis pies para aprender a caminar, Francia y mis colegas corredores del equipo de atletismo de Unesco me enseñaron a correr, ya no tras la pila agobiante de papeles que tenía que leer para hacer propuestas con deadlines. Ahora corro para sentirme viva. Cuando mis 3 hijos fueron volando con sus propias alas, era insoportable el silencio de una casa vacía.
No tener miedo. “Anda dime, dónde está el miedo, preséntamelo, quiero conocerlo”. Emilio Camargo, mi padre, dixit.
Hay una confusión terrible entre los “gestores” políticos y los técnicos. Idem en el servicio exterior y en la cultura. ¿Cómo no van a ponernos malas notas, cuando los “gestores” de la educación se permiten manipular, mutilar acuerdos y decisiones de conferencias gubernamentales de Unesco, y de la Agencia Especializada del Sistema de la ONU para Educación, Ciencia y Cultura? Aquí no es la cereza del pastel, sino la harina misma la que espera ser trabajada: pequeña infancia, niños, adolescentes, adultos, adultos mayores, discapacitados, originarios, etc. Si la educación es un bien público, tanto como el conocimiento, no podemos seguir como si fuéramos aprendices de brujas...
Más que pereza en sentido estricto, te amplío el término, muy cercano a alteridad mezclada con lasitud y relajo. Lo digo como una actitud de mirar por lo que dice el otro. Me refiero a pedirle a otro que arbitre en nuestros asuntos, porque sí, porque no tenemos el valor para hacerlo nosotros o, sencillamente, porque no nos da la gana. Es el país de “otros”: ladrones, piratas, bucaneros, corruptos, militares de la dictadura 'que un día soñaron con nuestros tesoros en noches calladas'. Compáralo con las mujeres de Cúa, de Ernesto Cardenal, o con los “callados ausentes”, en “melancolía”, de Pablo Neruda.
Le escuché afirmar a René Despestres, el poeta haitiano, el día de su jubilación, que no deseaba regresar a su país por temor a enfrentarse con su infancia, y que se secara el río de su inspiración. Al regresar acá, luego de 20 años fuera del país, lo primero que hice fue tomar el camino de El Serrano para volver a ver mi finca, ese lugar donde aprendí a hablar y a caminar. Al verla, recordé, llorando, los versos de Amelia Denis de Icaza. Aquello se hundió en el “abismo del no ser”: monte puro, ni huellas de aquella joya de naranjales, orgullo de mi abuelo. Me sentí mutilada, humillada, huérfana, de verdad. Sin embargo, no he dejado de escribir...lo he hecho desde siempre.
Panamá le carga todo al coronavirus, incluyendo las muertes por enfermedades subyacentes. Es cierto que quienes tienen más de 60 años arrastran esas enfermedades subyacentes. Los golpea la crisis producida por el virus con un sistema inmunológico no “envejecido”, sino pobre y debilitado. No podrán dar la pelea con sus propios anticuerpos...morirán. Los deportistas y atletas de más de 60 años, de alto rendimiento, con la producción de endomorfinas, controlan sus tasas de colesterol malo, al igual que triglicéridos, sin contar el mantener la presión sanguínea en niveles deseables para cualquier sedentario. Es, pues, una decisión de vida pelear por tu salud a cualquier edad, o aceptar la enfermedad y la muerte como un “destino”... ¡Absurdo!
Hasta soltar el último aliento que me regale la vida. “No olviden, hijos, la vida es bella...”