Para difuntos de cuatro patas

Sin poder contener el llanto, Juan Lucas, un joven con 15 años, conectó la refrigeradora desocupada y a punto de ser desechada, y guardó...

Sin poder contener el llanto, Juan Lucas, un joven con 15 años, conectó la refrigeradora desocupada y a punto de ser desechada, y guardó el cuerpo de Hykel que permaneció allí dos o tres días. La pequeña y cariñosa chihuahua que había estado con la familia por aproximadamente 10 años, murió sin que sus amos pudieran hacer nada por ella al supuestamente haber ingerido cemento sobrante de una construcción. Cuando llegó el fin de semana, Juan Lucas, acompañado por sus hermanos, pudo llevar a Hykel a la casa de su abuela y enterrarla en el jardín.

Hoy en día, Juan Lucas Denis, propietario y gerente de “Pets Funeral”, la única empresa que brinda este servicio en Panamá, asegura que fue ése el acicate para iniciar su negocio. “Es un trabajo que está ligado a los sentimientos de las personas y hay que manejarlo con cuidado”, dice este joven emprendedor, que a sus 22 años tiene ya 4 en el mercado. “Al principio fue muy difícil”, cuenta. “Pero con el tiempo el nivel de aceptación ha ido en aumento y hoy la gente lo ve como algo necesario y no como algo excéntrico”, agrega.

Juan Lucas empezó a investigar y a asistir a encuentros y a cuanta feria se realizaba en Panamá sobre mascotas. Con el apoyo incondicional de sus padres, sus hermanos y todo el resto de la familia, quienes también aman y disfrutan de la compañía de una mascota, “en una acción familiar”, dice su gerente, inició el negocio en el año 2006. A veces lo invadía el desánimo, especialmente cuando algunos de sus amigos lo molestaban por esta afición, para ellos, extraña. Su padre le decía que más adelante vería los resultados y “hoy es ese más adelante”, dice este joven empresario.

La empresa brinda el servicio de incineración y entierro las 24 horas del día. El proceso se inicia con la notificación sobre el fallecimiento de la mascota. De inmediato en una pequeña camioneta Susuki de color rojo, que funge como carroza fúnebre, se trasladan los restos a la morgue de “Pets Funeral” donde permanecen hasta que se proceda a la incineración o al entierro.

En la mayoría de los casos los clientes prefieren la incineración. Pese a que el procedimiento dura entre 2 y 4 horas, dependiendo del tamaño de la mascota, las cenizas son entregadas a los amos o familiares, como muchos desean ser llamados, 48 horas después de haberse recibido los restos. Estas cenizas son colocadas en un recipiente plástico debidamente sellado y éste a su vez, envuelto en un paño de color dorado, pasa a una urna de madera.

Las urnas, elaboradas por un ebanista para este propósito específico, vienen en la forma de un recipiente circular (que es más tradicional) o de una caseta para perros con ventanas y puerta simuladas, y llevan una pequeña placa metálica con el nombre de la mascota y las fechas de nacimiento y muerte. Una vez incinerados y entregados a los dolientes, éstos deciden si se quedan con las cenizas en la casa, como muchos lo hacen o las entierran en el cementerio que tiene la empresa en el área de Rodman.

Es el primer cementerio propiamente dicho, para mascotas, que existe en Panamá. Allí “Pets Funeral” organiza una despedida, “no una misa” aclara Juan Lucas, en una capilla contigua donde los familiares dicen algunas palabras para recordar el difunto. También es posible enterrar a la mascota sin incinerarla y para eso la empresa ofrece ataúdes de madera que se mandan a hacer de acuerdo al tamaño requerido. Y también se ofrecen los servicios de embalsamamiento o disecado, en caso de ser solicitado por los propietarios de las mascotas. “Hace un tiempo, cuando todavía no teníamos este servicio”, recuerda Juan Lucas, “llegó una persona que quería disecar a su perro para tenerlo en la casa. ¿Un poco espeluznante, no?”, puntualiza.

Hasta ahora “Pets Funeral” solo ha trabajado con perros, – que son la gran mayoría –, gatos, conejos, ratones, pericos y “puede hacerlo con cualquier otra mascota que quepa en una casa” especifica su gerente, cuando se le pregunta sobre la posibilidad de que algún cliente quisiera enterrar un caballo. por ejemplo. Con un promedio de 15 trabajos, entre incineraciones y entierros, por mes, Juan Lucas considera que el negocio funciona. “No para hacerse rico, más bien es para llenar un vacío y darle el servicio a la gente”, dice el empresario.

Entre los casos más inusuales con los que se topó Juan Lucas en este negocio menciona el caso de un galgo que pesaba aproximadamente 150 libras, casi –igual que una persona–, al que tuvo que incinerar. También recuerda el de una perrita cuya ama llevó a la despedida las fotos y toda la ropa con la que solía vestir a la mascota. Pero el más extraño para él ha sido el de un dálmata cuyo dueño pidió que antes de incinerarlo se le extrajera un pedazo de tejido que todavía es preservado a temperatura bajo cero, con un procedimiento muy costoso en base a hidrógeno, con la esperanza de clonarlo algún día.

En el cementerio jardín de Rodman, bajo el cielo de verano se observan algunos túmulos de tierra que ya están empezando a ser cubiertos por los brazos amigables de las enredaderas. En una de ellas se alza una pequeña lápida con el nombre de “Perla García”. Es una labrador que desde hace algunos meses yace en este lugar y donde probablemente crecerá un árbol cuyas ramas intentarán llegar al cielo llevando algo de esa fiel compañera a las alturas.

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