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Pasos, cruces y rezos en el peregrinaje de las siete iglesias del Casco Antiguo
- 01/04/2023 00:00
- 01/04/2023 00:00
Muchos son los atractivos del Casco Antiguo de la ciudad de Panamá, pero ninguno se compara con la riqueza histórica y arquitectónica de sus iglesias. El llamado a los servicios colma al barrio con una sinfonía de campanadas; los rayos del sol se cuelan a través de sus vivos vitrales y sus altares llaman a la asistencia de los devotos.
Desde que fue concebida en el siglo XVII, la nueva ciudad tuvo presente los edificios religiosos para atender las necesidades de fe. Hoy, las que aún siguen en pie, son testigo de las muestras espontáneas de religiosidad popular que encuentran su momento culminante en la Semana Santa.
Este camino de oración y meditación es una de las expresiones más fervientes de fe que tiene lugar el Jueves Santo. Caída la noche, las estrechas calles de adoquines se llenan de fieles católicos que recorren en cada templo los pasos de Jesús durante su pasión.
Escondida entre los frondosos árboles de la plaza que lleva el mismo nombre, la iglesia de Santa Ana nos introduce al recorrido de las siete iglesias. Inicialmente establecida como una ermita, construida con madera, que atendía las necesidades de los habitantes del arrabal de Malambo, su estructura de mampostería, con tres naves, fue consagrada en 1764. Sus exteriores, centro de luchas políticas y sociales, dan paso a la fe y a la oración. Desde allí los visitantes emprenden camino hacia el barrio de San Felipe.
La segunda iglesia es la de Nuestra Señora de la Merced. Su fachada de piedra traída desde la antigua ciudad de Panamá destaca la riqueza del acervo histórico que su estructura conserva. Al entrar por las grandes puertas del recinto, se impregna en nosotros el frescor y la tranquilidad del lugar. El silencio que ahí habita nos permite escuchar nuestros propios pasos a medida que avanzamos por la nave central.
La iglesia está prácticamente vacía, con solo un feligrés sentado en la primera banca. El hombre, vestido con camisa a rayas y pantalón oscuro, no se voltea para mirar atrás al escuchar el rechinar de la gran puerta de entrada. En cambio, parece estar completamente absorto en sus oraciones, murmurando palabras mientras sus labios se mueven en un rezo silencioso.
Dejando atrás a la Merced seguimos los pasos acompañando con fe y oración al Salvador injustamente arrestado, según profesan sus fieles. En silencio, avanzamos hasta la iglesia de San José, conocida como la iglesia del altar de oro. El mito sobre cómo el retablo del altar fue salvado del ataque del pirata Henry Morgan, acompañará por siempre la historia del templo. Cubierto con hojas de pan de oro oxidadas por el paso del tiempo, la estructura, que mantiene una iluminación cálida, inunda las miradas de fieles y visitantes. Concluimos la segunda estación.
El recorrido sigue hacia la madre de todas las iglesias. En pleno corazón del Casco Antiguo de la ciudad de Panamá, se alza majestuosa la fachada de la Catedral Santa María la Antigua, uno de los monumentos más emblemáticos y representativos de la ciudad. Al entrar en la Catedral se puede percibir de inmediato un fuerte olor a cedro, que emana de los detalles de su mobiliario realizado con este material. Un aroma que se mezcla con la fragancia de las flores. La majestuosidad del lugar es impresionante.
En el altar dedicado a la virgen María destaca una gran rosa de plata, coronada por el escudo de Panamá con detalles dorados. Nos encontramos frente a la imagen de Santa María la Antigua, primera advocación mariana en tierras americanas e istmeñas por lo cual goza de una especial devoción. Un grupo de turistas y locales se encuentra parado frente a este espacio dedicado a María. Sus rostros reflejan asombro mientras observan detenidamente cada detalle del lugar, como si estuvieran observando la imagen viva de la virgen.
El altar mayor proviene de un único bloque de mármol italiano de Carrara, un material noble y valioso. Pero es el retablo mayor el que se lleva toda la atención. Tallado de forma delicada y casi perfecta, muestra figuras que cuentan pasajes e historias bíblicas. La atención al detalle es evidente en cada uno de los elementos.
A medida que se acercan al santísimo, los visitantes se sumen en un silencio profundo, interrumpido solo por el suave sonido de las pisadas de los feligreses. El aroma de las flores que decoran el lugar se hace más intenso. Algunos de los visitantes se persignan en silencio mientras otros se arrodillan y mantienen una profunda oración.
En el camino final de este recorrido nos encontramos con el oratorio de San Felipe Neri, pequeña iglesia que muchas veces pasa desapercibida. Quien llega al templo por su entrada a orilla de calle, encuentra en el interior una riqueza y belleza inigualables a cualquier otro recinto religioso en Panamá. Sus techos abovedados con pequeños detalles de estrellas y símbolos religiosos nos arrancan por unos momentos del istmo y nos llevan a cualquier otro templo de Roma, España o Portugal.
San Felipe, el templo más pequeño de este recorrido, es la conexión más directa a los orígenes de esta tradición de fe. El santo a quien está dedicado este lugar de culto, fue quien hace casi 500 años inició esta tradición en Roma. Hoy el recorrido, con mayor fuerza en América Latina, sigue vigente entre las muestras de fe y devoción.
Esta peregrinación cada Jueves Santo continúa en la capilla del Palacio de las Garzas. La casa presidencial se une a esta tradición dejando el espacio abierto para que los feligreses acudan ahora a uno de los accesos más restringidos de todo el país.
La iglesia de San Francisco de Asís es la última estación de este andar. Sus imponentes paredes blancas contrastan con sus vitrales que reflejan el arcoíris con los rayos del sol en el interior del templo.
En el penitente devoto que ha hecho el camino hay cansancio físico, pero regocijo espiritual. La felicidad del deber cumplido se transmite a través de las últimas muestras de fe y devoción. La iglesia de San Francisco despide a quienes han meditado con pasos y rezos la agonía de Jesús antes de su pasión. Agonía amarga y dolorosa que se hace una con las angustias terrenales de quienes rezan. Ellos cargan sus cruces en esta andadura, grandes o pequeñas, emocionales o físicas, propias e incluso ajenas. Ellos visitan siete iglesias con pasos, rezos y cruces, con la promesa de recibir el bálsamo de la esperanza y el consuelo.
Con profundo recogimiento, quienes han hecho las visitas, por piedad o curiosidad, regresan a sus hogares absortos por la profundidad y sencillez de realizar el recorrido en el corazón histórico de la ciudad. De esta manera, el Casco Antiguo se envuelve en una atmósfera que solo pueden lograr las muestras de devoción en los templos y calles, donde procesiones de representaciones de la Pasión y elaboradas ceremonias litúrgicas se entretejen con las tradiciones religiosas heredadas de nuestro pasado.
Terminada la romería de las siete iglesias y pasada la noche del Jueves Santo, se da paso a la conmemoración de mayor recogimiento de todo el año cristiano. Los fieles, que se han unido con Jesucristo durante el recorrido, se unen ahora en la memoria de la muerte de su Salvador durante el Viernes Santo. De esta manera lo terreno y lo divino se unen de manera especial durante la celebración de Semana Santa a través de manifestaciones visibles del profundo arraigo religioso en nuestra nación.