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- 16/10/2016 02:00
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Probablemente una de las piezas corales del repertorio clásico más reconocibles e interpretadas a nivel mundial sea la cantata escénica Carmina Burana del compositor alemán Carl Orff (1895 – 1982). Si alguien piensa: ‘yo nunca la he oído' o ‘no tengo idea quién es Orff', los reto a reconsiderar, confiada que saldré victoriosa.
La primera vez que la escuché fue en la banda sonora de la película Excalibur (1984). Su urgencia y misterio, las letras en latín y esa riqueza rítmica que va in crescendo, me atraparon. Pero ya los publicistas habían reconocido su potencial para captar la atención del público, utilizándola en un comercial de Old Spice en 1974.
‘THEATRUM MUNDI'
Orff buscaba crear la ‘síntesis de todas las artes' en la que se unifican el movimiento y la danza, la canción, el sonido y el encanto mágico, una metáfora escénica de nuestra existencia.
Esta composición, especialmente su estrofa ‘O Fortuna' (intensa en la percusión y coros), se ha convertido en sinónimo de drama, acción o suspenso en trailers y películas como The Last of the Mohicans , The Doors o Speed , entre muchas otras. También en programas de televisión tan diversos como ‘Los Simpsons', ‘How I met your mother' o la serie documental de Neil deGrasse Tyson ‘Cosmos: a Spacetime Odyssey'.
Desde su estreno en Frankfurt (1937) bajo la dirección de Oskar Waelterlin, Carmina Burana ha sido dirigida por los grandes e interpretada por solistas de primera línea, o arreglada y adaptada por artistas tan variados como Michael Jackson, Lil'Kim, Evanescence, DJ Paul, Trans Siberian Orchestra & Savage, Ray Manzarek y Philip Glass, Busta Rhymes y Ozzy Ozburne, por mencionar unos cuantos. En el 2008, el Ballet Flamenco de Madrid llevó al escenario a una Carmina Burana que por, primera vez, se contaba a través del flamenco.
Mientras escribo esta nota vuelvo a emocionarme cada vez que la escucho. Sus melodías me llevan a los cuadros de El Bosco y de Bruegel, a la atmósfera misteriosa de El nombre de la rosa o los placeres y excesos del Decamerón de Passolini.
EL DESCUBRIMIENTO DE LOS TEXTOS
A raíz de la secularización de los monasterios en la región alemana de Baviera, en 1803 se encontró una serie de poemas en el Monasterio de Benediktbeuren. Las investigaciones más recientes indican que estos textos no fueron escritos allí, sino que datan de principios del siglo XIII y que, muy probablemente, provienen de la Abadía de Seckau en Austria.
Anónimos, el contenido de este cancionero popular se le atribuye a los goliardos, ‘altos dignatarios de la Iglesia, clérigos y estudiantes atiborrados de retórica latina y lecturas de clásicos, que ponen toda su preparación literaria y su agudo ingenio al servicio de una creación poética que satiriza su entorno, parodia la majestad de los himnos eclesiásticos, canta alegremente al vino o al amor y da rienda suelta a la malicia estudiantil.' (Julián Naranjo).
Los manuscritos originales se encuentran en la Biblioteca Estatal de Bavaria (Munich) y contienen aproximadamente doscientas piezas líricas. Estos poemas, en su gran mayoría, fueron escritos en latín y en alemán medieval y, con excepción de algunas piezas sacras, la mayoría de la poesía es secular.
Carmina Burana es una colección llena de contrastes: junto a piezas críticas de la época o de agudo y craso sentido del humor en las que se canta a la bebida, la holgazanería, la lujuria, el juego y las orgías, también encontramos pasajes de gran lirismo y profundidad sobre el amor y los altibajos de la vida. Algunas melodías son sencillas y populares; otras son mucho más complejas y de un elevado valor artístico. La influencia del canto gregoriano, de las danzas populares y del canto de los trovadores medievales se hace sentir a lo largo de la colección.
CARL ORFF Y SU CANTATA ESCÉNICA
En 1847, el filólogo alemán Johann Andreas Schmeller publica por primera vez los manuscritos titulándolos Carmina Burana (Canciones de Beuren). En 1934 el compositor alemán Carl Orff los encuentra y, con la ayuda de Michael Hofmann (estudiante de derecho y apasionado por el latín y el griego), Orff selecciona veinticuatro poemas de esta heterogénea compilación para crear su cantata escénica Carmina Burana , subtitulada por su autor ‘Cantiones profanae cantoribus et choris cantandae comitantibus instrumentis atque imaginibus magicis ' (Canciones profanas para solistas y coros acompañadas por instrumentos e imágenes mágicas). Mucho más que una simple musicalización de los textos, Orff opta por una composición musical que evoque el éxtasis y el ambiente de los originales.
Estructurada en un prólogo y tres secciones (la llegada de la primavera, la bebida y el amor), la acción va acompañada de una música compuesta por una serie de estrofas cantadas en forma repetitiva y con una abundante y espléndida percusión que, en ocasiones, evoca danzas populares y, en otras, letanías medievales. Su estructura compositiva está basada en los giros existenciales de la rueda de la fortuna.
A pesar de ser una obra compuesta en 1936, su estilo tonal de líneas melódicas sencillas, sin armonías complejas y un ritmo de influencia primitiva, la alejan de las corrientes modernas adoptadas por los contemporáneos de Orff como Paul Hindemith y Arnold Schoenberg.
‘THEATRUM MUNDI'
Para Orff, al igual que para Stravinsky, el ritmo era un elemento esencial. Si bien puede parecer directo y simple, la métrica de Carmina Burana va cambiando para lograr los efectos deseados. Su puesta en escena requiere una orquesta sinfónica con una sección de percusión muy rica integrada por tres glockenspiels (liras), una celesta, un xilófono, castañuelas, un bloque de madera, campanitas, campanas afinadas, un triángulo, seis timbales, platillos de varios tamaños y dos o tres pianos.
Además, incluye un coro, un coro de niños y tres solistas: una soprano, un tenor y un barítono. En varias estrofas, las arias de los solistas exigen un gran reto para los cantantes. Su montaje debe tener fantasía escénica y mímica. Todo este aparato instrumental busca producir un material sonoro lleno de primitivismo y resonancia bien calculados que evoquen imágenes mágicas.
Carmina Burana revive antiguos símbolos como la rueda de la fortuna, el poder mágico de la primavera, el efecto embriagador del amor y todos aquellos elementos que incitan al hombre al goce de los placeres terrenales. Nos presenta, además, una parábola de la vida humana expuesta a altibajos constantes que van del éxtasis y el triunfo, al fracaso y la desesperación.
Esta universalidad temática en la que el hombre es presentado como un ser sujeto a innumerables fuerzas superiores como actor en su teatro, responde a la idea de Orff de crear la ‘síntesis de todas las artes' en la que se unifican el movimiento y la danza, la canción, el sonido y el encanto mágico, un ‘Theatrum Mundi', metáfora escénica de nuestra existencia.