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- 07/08/2022 00:00
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Nuestro peregrinaje por el Mar Adriático continuó con una parada en Bari, Italia, pero nos concentramos en Matera, primera ciudad de la región de Basilicata que está ubicada en un ángulo oblicuo de un cañón, erosionado a lo largo de los años por una pequeña corriente hídrica llamada Gravina. Su casco antiguo es muy especial y es como si fuera amurallado, porque se entra allí por entreverados vericuetos sobre piedra caliza, donde están excavadas sus casas.
Se llama “Los Sassi” y es un conjunto de iglesias rupestres y cuevas que son patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1993. La región estuvo habitada desde el Paleolítico, y se cree que fue fundada por los romanos en el siglo III a.C. Su nombre original era Metheola, en honor de Quinto Cecilio Metelo, político y militar de la antigua Roma. En el año 664 fue conquistada por los lombardos y pasó a ser parte del Ducado de Benevento. En los siglos VII y VIII las grutas cercanas fueron colonizadas por benedictinos y ortodoxos griegos.
Los dos siglos siguientes se entabló una lucha entre los sarracenos, bizantinos y emperadores alemanes que destruyeron la ciudad. A partir de 1043 Matera, bajo el mando de los normandos en Apulia, fue regida por Guillermo Brazo de Hierro, aventurero normando. En el siglo XV se convirtió en posesión aragonesa y formó parte del feudo de la familia Tramontano, pero una rebelión de la población causó la muerte del conde Giovanni Carlo Tramontano. En los siglos sucesivos estuvo en manos de unos y otros hasta que en 1806 José Bonaparte la nombró capital de la provincia de Potenza.
Más recientemente, en 1927, se convirtió en la capital de la provincia homónima y en 1943 sus habitantes fueron los primeros en alzarse contra la ocupación alemana.
Caminar por las calles de Matera, callejuelas y senderos es recorrer la historia de la humanidad, desde sus orígenes prehistóricos hasta hoy, incluyendo esculturas de Salvador Dalí. Son lugares anclados en una naturaleza que sirvió de inicios a los primeros asentamientos humanos. Conservada para poder vivir y sentir el perfume del pasado, nos muestra dos lados muy distintos de la historia, pero muy similares en belleza.
Sus edificios, iglesias y su imponente catedral presentan un aspecto medieval, pero en el interior se esconde su verdadero origen y que se conoce en todo el mundo como “Citta de Sassi”. Su origen paleolítico se confirma en la Grotta dei Pipistrelli (cueva de los murciélagos) y un esqueleto humano entero descubierto cerca de Altamura, de unos 250 mil años de antigüedad.
En el Neolítico aparecen los villaggi trincerati (poblados atrincherados) cuyos habitantes desarrollaron técnicas para el abastecimiento de agua mediante cisternas en forma de campanas y zanjas profundas en círculo y espiral. Esta conservación y provisión de agua llevó a sus habitantes a construir pozos y galerías hipogeas que mantenían la temperatura del ambiente constante durante todo el año.
La presencia de roca calcárea permitió la excavación de cuevas, pero estos procesos urbanísticos eran constantemente interrumpidos por las invasiones de bizantinos, longobardos, normandos, árabes, eslavos y aragoneses, que durante cuatro siglos se disputaron la ciudad. La forma en que construían sus viviendas les representaba un refugio donde esconderse de los enemigos. Después de la caída del Imperio Romano, la ciudad volvió a sus orígenes y se realizaron muchas construcciones sobrepuestas en antiguas edificaciones. Con los bloques de roca calcárea que se extraía del interior, se construían muros en la parte exterior, en forma de herradura, lo que servía de delimitación de las parcelas cultivadas.
Durante la edad Media, pequeñas comunidades orientales monásticas y laicas contribuyeron al proceso de urbanización y de allí surgieron nuevas cuevas con cisternas para el agua y establos para los animales. Inmigrantes de Capadocia, Armenia, Siria y Asia Menor se refugiaron en estas cuevas, que se convertirían en lugares de culto religioso. Las bellísimas iglesias rupestres, decoradas con frescos bizantinos, enriquecieron de arte y cultura oriental toda la zona. El centro neurálgico, la Civita se fue embelleciendo, durante el Cuatrocientos y el Quinientos con iglesias, edificios señoriales y monumentos dentro de las murallas fortificadas y, posteriormente, en el Setecientos y Ochocientos se inicia un proceso de edificación para las nuevas sedes del poder religioso y económico sobre el plano urbano.
Así fue avanzando y, debido a los conflictos mundiales y el abandono de las autoridades a inicios del siglo XX, con el aumento de la población, las condiciones sanitarias fueron empeorando y llegó a llamársele Vergogna Nazionale (vergüenza nacional) después de la II Guerra Mundial.
Bajo este apelativo, el gobierno de turno nombró una comisión interministerial que la salvara, sobre todo después de la publicación de un libro de un escritor piamontés, Carlo Levi, titulado Cristo si e fermato a Eboli (“Cristo se detuvo en Éboli”) que resalta el valor de la clase campesina y la necesidad de salvaguardarla. Se emprende así el proceso de rescatar a la población de Matera y la mudaron a viviendas dignas, impidiendo la destrucción de la memoria histórica de los Sassi. Fue el mismo Carlo Levi el que propuso la valorización y rescate del área convirtiéndolo en un museo etno-antropológico, como lugar de conservación de los asentamientos humanos de la época de los trogloditas hasta nuestros días. Además, estudios detallados sobre iglesias rupestres contribuyeron a dar a conocer la inmensa belleza de esos lugares, considerados ruinosos hasta la fecha. A partir de 1986 se decretó la conservación y restauración de la arquitectura y del medio ambiente de las antiguas casas-cuevas para que fueran ocupadas como viviendas o locales comerciales y culturales.
Este monumental trabajo pretendió devolver a Matera su verdadera ánima rocciosa (alma rocosa), perdida y hallada, la identidad histórica que, desde hace siglos vive, comunica y describe el valor de esta tierra. En 2019 Matera fue Capital Europea de la Cultura.
Son muchas las iglesias que se levantan en los Sassi de Matera, como su imponente catedral, dedicada a Santa Maria della Bruna desde 1389, la de San Giovanni Battista, construida en 1233, en estilo románico, la de San Francesco d'Assisi (siglo XIII), y muchas otras, así como monasterios. Es el único lugar en el mundo donde la gente puede presumir que viven en las mismas casas que sus antepasados de hace 9,000 años. Su recuperación y puesta en valor se ha dado gracias a la Unión Europea, el gobierno de Italia, la UNESCO y los estudios de cine. Desde Pier Paolo Passolini, Fernando Arrabal hasta Mel Gibson (La pasión de Cristo en 2004) han filmado joyas cinematográficas en esta ciudad que tiene un gran parecido con lugares de Jerusalén y sus alrededores.
El castillo Tramontano, que se empezó a construir a principios del siglo XVI por Gian Carlo Tramontano, conde de Matera, es probablemente la única estructura que destaca sobre el terreno, aparte de los sassi. Sin embargo, la construcción permaneció inacabada después de su asesinato 1514. Tiene tres grandes torres, mientras que el diseño original probablemente incluyera un total de doce. Durante labores de restauración en la plaza principal de la ciudad, los trabajadores encontraron lo que se cree que eran los cimientos originales de otra torre del castillo. No obstante, al excavar más se descubrieron grandes cisternas romanas, completas, con columnas y un techo abovedado.
El ayuntamiento era el que suministraba el agua potable a través de unas fuentes y cinco cisternas públicas que recogían agua de manantial, llamados palombari. El Palombaro Lungo es la cisterna más grande de la ciudad y es una cavidad artificial que se fue construyendo a partir del siglo XVI, con una capacidad de 5 millones de litros de agua, una profundidad de 16 metros y una longitud de 50 metros. Se creó uniendo cavidades preexistentes que se usaban para suplir agua para otros fines. Al descubrirse esta inmensa cisterna y explorarla, a partir de 1991, se encontraron toda clase de objetos de la vida diaria.
En Matera y sus sassis se pueden apreciar estructuras domésticas donde se puede ver cómo vivía la gente de esa época.