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- 10/10/2021 00:00
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En esta versión de Facetas, entrevistamos a Ginés S. Cutillas, español e ingeniero informático por la Universidad Politécnica de Valencia y licenciado en documentación por la Universidad de Granada. Autor de La biblioteca de la vida (Fundación Drac, 2007), Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía, 2010; Pre-Textos 2021), La sociedad del duelo (Base, 2013), Los sempiternos (Base, 2015), Lo bueno, si breve, etc. Decálogo práctico del microrrelato (Base, 2016), Vosotros, los muertos (Cuadernos del Vigía, 2016) y Mil rusos muertos (Sílex, 2019). Como antólogo ha coordinado Los pescadores de perlas (Montesinos, 2019). Su obra ha aparecido en antologías de referencia como Por favor, sea breve 2 (Páginas de espuma, 2009), Velas al viento (Cuadernos del vigía, 2010), Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012) o Antología del microrrelato español (1906-2011) (Cátedra, 2012). Es profesor de la Escuela de Escritores y codirector de la revista literaria Quimera.
Sin duda son géneros distintos. Mientras en el primero se prima lo conciso y breve, en el segundo puedes abrir puertas que no has de cerrar de forma obligatoria y dejarlas de esa manera para desarrollarlas en obras posteriores. Aún así, el oficio de microrrelatista se deja ver en esta novela a través de los capítulos cortos e intensos y en la gestión de la elipsis, esos huecos ficcionales que ha de rellenar el lector con su imaginario personal. En una novela como esta, en la que se habla de la infancia, he tenido experiencias muy enriquecedoras con lectores que han henchido dichos espacios con recuerdos propios, lo que nos lleva a entender la infancia como un territorio común carente de fronteras físicas.
Al escribir El diablo tras el jardín hice el ejercicio de ponerme en la piel del narrador y situarlo en ciertos años que fueron decisivos para mí: desde los primeros impulsos sexuales hasta el descubrimiento de que el mundo, cuando los adultos dejan de sobreprotegerte, no es tan amable como nos han hecho creer. La época postdictadura es transversal a toda la historia, por la sencilla razón del año en el que sitúo el fin de la infancia del protagonista, que no deja de ser la mía propia. No es la guerra civil el tema de la novela, pero sí, como bien has visto, aún influye en la manera de enfrentarse al mundo de los padres del personaje.
Tito es un compendio de todos los compañeros que tuve en aquella época y que despertaban al mismo tiempo al mundo adulto. Por supuesto que tiene cosas de mí, pero también de otros conocidos, acumula experiencias propias y ajenas que me ayudaron a dibujar un protagonista bien perfilado. Cada miembro de la pandilla es un estereotipo calculado que sirve para hacer avanzar la trama, y todos los personajes, que tienen nombres reales mezclados con apellidos reales que no se corresponden entre ellos, no dejan de ser un híbrido de características personales que ayudan a entender el mensaje global de la novela. Como decía Borges, sobrepasada cierta extensión toda obra es irremediablemente autobiográfica.
La novela es, entre otras cosas, un homenaje a la literatura juvenil, a esas primeras lecturas que ayudan a entender al mundo y a viajar sin salir de la habitación. La lista podría haber sido infinita, sin embargo, tuve que elegir, bien por sus personajes o por los mensajes que encerraban, aquellas que permitieran al par de hermanos protagonistas reconstruir la historia familiar. Es la manera que encuentra el abuelo, al dejarles en herencia su biblioteca, de que encuentren por sí mismos la verdad. Toda una lección de vida.
Todos los personajes tienen su lado amable y su lado oscuro, quizás unos más que otros. De hecho, los protagonistas adolescentes todavía no han tenido tiempo de que se les desarrolle el lado malo. En cambio, los adultos, con las experiencias vitales que han sufrido hasta llegar al momento narrativo que se cuenta, han tenido que tomar decisiones no del todo éticas para sobrevivir a una guerra civil y a una guerra mundial. Tenemos que aprender a vivir con nuestro pasado y sobre todo con el pasado de nuestros mayores.