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Jorge Franco: 'Escribo contando dónde están las heridas, los errores y las fisuras'
- 15/08/2020 00:00
- 15/08/2020 00:00
Sonriente y dispuesto, Jorge Franco nos recibe para una plática virtual, desde su residencia en Bogotá. El autor de Rosario Tijeras (1999) –un éxito internacional y galardonada en España con el Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett 2000, traducida a más de 15 idiomas y llevada exitosamente al cine y la televisión– nació en Medellín y en 2014 recibió el premio Alfaguara de Novela con su obra El mundo de afuera. Desde su trinchera creativa, cree en la posibilidad de entrelazar géneros de entretenimiento como el cine, la televisión y el teatro, con el poder del argumento y la narrativa literaria. De hecho, estará presente en la Feria Internacional del Libro de Panamá (FIL), con el conversatorio 'La literatura como una cámara de cine'. En estas líneas compartimos un acercamiento a las creencias del autor colombiano, quien se desnuda con la humanidad propia del buen escritor latinoamericano.
Es un encuentro entre escritores que hemos tenido la experiencia de que nuestros libros sean llevados al cine; en algunos casos nosotros mismos hemos participado en esa adaptación. Lo hice con mi novela Paraíso Travel y de una manera más tangencial trabajé en Rosario Tijeras, pero siempre estuve al tanto del proyecto. Creo que es un tema que tiene mucha tela para cortar porque es una relación que existe desde hace décadas; prácticamente desde la invención del cine. Tanto el cine como la literatura comparten un propósito, que es contar historias, y esto ha sido una experiencia que se ha dado durante mucho tiempo; a veces los logros son mejores que otros, pero creo que van muy de la mano con el paso del tiempo y compartiremos cómo han sido esas experiencias nuestras de ese salto de libro a la pantalla.
Es una relación más reciente porque el libro digital no lleva tanto entre nosotros, pero si miramos hacia atrás nos podemos dar cuenta de que el mismo hábito de la lectura y el mismo objeto del libro, ha tenido una evolución a lo largo de los siglos. Empezó con una escritura rupestre, en piedras y muros, luego pasamos a los papiros. El mismo objeto ha tenido una metamorfosis muy amplia y muy cambiante a lo largo del tiempo y en la época de la tecnología era casi inimaginable que iba a llegar un objeto en el que también se pudieran leer libros. Esa metamorfosis del objeto no tiene porqué preocuparnos, lo que es importante mantener vivo es el hábito de la lectura; no importa dónde se lee si es en el papiro, en la piedra, en el pergamino, en el papel o en la pantalla digital. De hecho, creo que el libro digital tiene bastantes bondades, como la consecución de títulos que es mucho más amplia que la del libro físico; con el libro digital puedes encontrar muchas veces los títulos que no consigues en la librería; también la posibilidad de conexión inmediata con el diccionario que tienes en la tableta o con el navegador para investigar de qué está hablando el autor y la posibilidad de hacer notas sobre el texto que se está leyendo para encontrarlas luego, también es una ventaja. Obviamente el libro como objeto tiene un encanto que no tiene la tableta; es un objeto absolutamente hermoso, bello, con su olor particular, el contacto con la hoja es algo irremplazable. Tiene un sentido de propiedad que no se logra con el digital.
En realidad no tengo ritos alrededor de la escritura, que algunos escritores tienen como ciertos horarios, encender una vela, un café, un licor (sonríe). En ese sentido lo que sí necesito es silencio, porque me distraigo con mucha facilidad –a veces envidio de los colegas que tuvieron esa formación periodística, que pueden escribir en un restaurante, una cafetería con ruido alrededor porque están acostumbrados a las salas de redacción–, me distraigo muy fácilmente con cualquier sonido más allá de lo normal y procuro mantener el silencio. Realizo mi rutina de escritura básicamente en las tardes, aunque a veces si tengo que hacerlo en la noche, lo hago, pero en las tardes soy más lúcido que en la mañana y procuro tener procesos de investigación amplios antes de meterme en una novela o en un texto como para sentir que tengo la información suficiente para comenzar esa escritura y creo mucho en el ritmo diario de la escritura, lo practico de lunes a viernes, eso me va brindando una especie de calentamiento y me da un ritmo que me permite obtener los espacios que espero.
Lo que está muy claro es que son lenguajes muy diferentes. Cada género tiene sus propias herramientas para contarse; las tiene el cine, el teatro, la televisión y la literatura. Hay que tener muy bien definidas esas herramientas y entender que todo lo de un género no va a servir para el otro; todo lo que está en el libro no lo voy a volcar hacia un guion, por ejemplo. Hay que entender que muchas cosas se van a sacrificar, pero por otro lado la historia puede ganar al recurrir a las herramientas del nuevo género; sé que de pronto la fuerza de una descripción en literatura no pasará con tanta contundencia al guion, pero el guion puede recibir esa información con música que es algo que no tenemos en la literatura y que generará una sensación y un sentimiento en el espectador mucho más directa y contundente que el párrafo. Habría que establecer el balance porque hay cosas que son más potentes en la literatura y otras en el cine o en el teatro. Hay que evaluar a ver con qué remplazo algo que probablemente no va a entrar con mucha fuerza en el nuevo género. Y hay un prejuicio que hay que romper, y es evitar las comparaciones; comparar el libro con una película o una obra de teatro es inútil, porque son géneros diferentes que usan herramientas distintas y debemos evaluarlos de una manera más propia de cada género.
(Sonríe) bueno eso fue ya hace bastante tiempo, el año pasado Rosario Tijeras cumplió 20 de haber sido publicada y para mí es como si hubiera sido anteayer, es una cosa que guardo en mi corazón y en mi memoria con mucha fuerza, porque realmente sí implicó un cambio radical en mi vida como escritor y como persona; todo comenzó a girar alrededor de esa historia y del oficio en sí.
Sí, me asombra que 20 años después hayan hecho para la versión mexicana tres temporadas y recibo mensajes en las redes sociales, donde me piden la cuarta temporada, aunque la verdad es que no tengo ninguna responsabilidad en la serie porque no escribí los guiones ni sé si harán la cuarta temporada, pero lo que sí me alegra muchísimo es que el personaje siga vivo entre la gente y que haya una generación distinta a la que leyó el libro que esté encontrándose reflejada en esa historia adaptada a la televisión. Yo escribí esa historia sin mucha ambición ni esperanza; creí que me permitiría saldar una deuda con un Medellín difícil de los años 80 y 90; ya vivía en Bogotá y estaba saldando una cuenta con la ciudad y era una historia que quería contar en algún momento; no pensé que se leería más allá de Medellín, pero resulta que a las pocas semanas de ser publicada comenzó a ser requerida en otros países latinoamericanos, en España, fue traducida a otros idiomas y sigue habiendo traducciones, ediciones ¡y ahí sigue! (sonríe).
Hay dos cosas que recuerdo de él que vienen a ser como una buena enseñanza sobre todo para los que quieren dedicarse a la escritura o incurrir en la lectura; Gabo no menospreciaba los textos: podría ser una novela del corazón, una novela rosa o lo que la gente mal califica como un best seller o novelas que no son bien calificadas por la crítica; él decía que lo que esos libros logran es despertar el interés por la lectura, hasta que el lector va sintiendo la necesidad de buscar algo más inteligente y elaborado. Él defendía las novelas de Corín Tellado y cualquier texto que se pudiera leer, él decía que era bienvenido y una puerta para ganar lectores. Y ya desde el punto de vista de la escritura, decía que lo importante de una historia es que tenga sus giros, personajes sólidos, argumentos, que despierte curiosidad, y que si esa historia va para un libro, la televisión o el cine, es lo de menos. Recuerdo que cuando me invitó a dictar con él un taller en San Antonio de los Baños, Cuba, lo que trabajábamos básicamente era la línea argumental de las historias que llevaban estos muchachos a ver qué posibilidades tenían dentro de una lógica narrativa: los personajes, quiebres, los giros, para tener una historia de principio a fin, que pudiera ser interesante para todos.
Los libros que son ajenos a lo literario son importantes para contar casos, escándalos o momentos especiales de la historia de un país. Con lo que no comulgo es con que la literatura esté escrita con una intención de denuncia; creo que lo que tiene que hacer el autor es contar una realidad sin abandonar la esencia literaria y narrativa del texto y estar consciente de todo lo literario más que del efecto secundario que pueda tener la historia. Por ejemplo, con Rosario Tijeras, cuento una historia de amor y un choque de clases sociales que existe alrededor, y de la llegada del narcotráfico a Medellín; el efecto secundario de ese libro fue que la gente pudiera echarle una mirada a esa problemática social, al papel de los jóvenes de las pandillas, el sicariato y la influencia del narcotráfico en toda la sociedad; pero mi intención no fue hacer una denuncia, sino contar un fragmento de nuestra historia que fue difícil para nosotros, sobre todo para quienes vivíamos en Medellín en esos años.
(Sonríe) pues muchísimo porque han pasado demasiados años y muchos libros también, y cada libro ha sido un proceso de aprendizaje. Siempre he creído que un libro me lleva a otro, de alguna manera, así sean diferentes. Un libro es como un peldaño para llegar al otro; ha habido mucho aprendizaje en muchos sentidos, ha habido más vida de todas las maneras, más experiencias vitales, lo que nos pasa a todos los seres humanos cuando vamos envejeciendo y madurando. Todo eso se va recogiendo y va de alguna manera plasmándose en lo que escribimos. Ha cambiado todo, incluso la misma percepción hacia el medio editorial, hacia la sociedad, hacia la vida.
Sí, por supuesto. Como ser humano, como colombiano y como padre quisiera para las generaciones que vienen otra ciudad, otro país y otro mundo. A veces me critican por llevar estas temáticas a un nivel literario y que se conozcan estas problemáticas de Colombia, y pienso en lo bueno que sería no tener que sentirnos confrontados ni dolidos por estas situaciones para no tener que escribirlas. Ojalá el mundo y Colombia fueran diferentes para no tener que escribir de estos temas. No lo hago, ni lo hacemos por un afán comercial, ni publicitario, lo hacemos porque esto nos confronta, nos duele; es mi ciudad, mi país, mi planeta y escribo sobre ello como lo han hecho todos los escritores a lo largo de la historia, contando dónde están las heridas, los errores, las fisuras, muchas veces con la intención de que eso que estamos contando no se repita jamás.
Creo que siempre falta. La lectura siempre va a ser también una cuestión de minorías, pero hay que propiciar los escenarios, bibliotecas, eventos literarios, fomento a la escritura y lectura, y considerar también que son escenarios complejos y difíciles de lograr; la mayoría de los jóvenes latinoamericanos no puede tener muchas veces acceso a los libros por el costo que tienen, no se pueden dar el lujo de tener una biblioteca propia en casa. Si existen los libros y las bibliotecas a mano, no podemos esperar que sean todos, pero sí que algunos de ellos acudan a ese vínculo con la lectura, y de lo que sí se puede estar seguro es de que entre algunos de los que leen, probablemente estarán los futuros escritores y personas con una formación intelectual diferente que seguramente van a tener mucho que brindarle a nuestra sociedad.