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- 15/04/2023 00:00
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“Son periodistas”, exclama una mujer de mediana edad que fuma un tabaco. Llama la atención con su apariencia. Con una tez rojiza que se asemeja a la canela, como si nunca hubiera conocido la aspereza del sol. Su larga melena negra azabache cae por su espalda en suaves ondas. El viento juguetea con su cabello, el cual se mueve con gracia y deja ver su belleza, sus facciones, pómulos pronunciados y nariz un tanto achatada. Ella representa fielmente la cultura ngäbe, la cual ha sido influenciada por los denominados latinos.
En la comarca Ngäbe Buglé, en cerro Gato, la llegada de los latinos es recibida con suspicacia por parte de los locales.
Una tensa atmósfera se percibe, impregnada por miradas profundas, fijas y serenas que parecen vigilar atentamente los movimientos de los recién llegados. Por las pequeñas ventanas, los niños, jóvenes y adultos de la región asoman tímidamente la cabeza, y en lengua ngäbe murmuran en voz baja.
Dos indígenas muestran sonrisas tímidas mientras se acercan a los visitantes, sosteniendo sus grandes chácaras o “kra” en una mano, y con la otra extendida, ofreciéndose a cargar sus pertenencias hacia Quebrada Hacha, otra región que se encuentra aproximadamente a 45 minutos a pie.
Una loma es el saludo de bienvenida y el inicio del trayecto hacia esa región. Los caminantes se adentran en la densa vegetación, mientras sus pies luchan por mantener el equilibrio sobre el terreno rocoso y resbaladizo.
La brisa fría que soplaba al principio del viaje comienza a desvanecerse a medida que los cuerpos se agitan y entran en calor. El sol radiante que acariciaba las pieles se va opacando, dando la bienvenida a la sombra refrescante producida por los grandes árboles que se alzan majestuosos .
Mientras caminan, los indígenas se colocan las cuerdas de las chácaras en la frente para equilibrar el peso y mantener el control de la carga. Algunos, con objetos más pesados, entrecruzan sus brazos para ayudarse a mantenerse estables.
La mayoría de los chamberos son mujeres, quienes incluso llevan a sus hijos sobre la chácara llena. A pesar del peso, sus rostros no muestran cansancio.
A lo largo del recorrido se hace visible la invasión de artículos y envases plásticos que contaminan el entorno natural, aunque esto no le quita protagonismo a los cánticos de los pájaros, la brisa fresca, el verdor de la selva y las aguas cristalinas. A pesar del movimiento agitado del agua, se pueden ver las figuras de quienes transitan por el lugar.
Un puente metálico de color cobre y fuerte olor a óxido se alza ante los que intentan cruzarlo, indicando la llegada a Quebrada Hacha.
La expresión “Entra Domilcia” se escucha con fuerza en el aire, y la profesora Edith da la autorización a la chambera de colocar las pertenencias de los recién llegados en la pequeña casa en donde pasarán la noche. Los cuerpos de los viajeros están sudorosos y húmedos, pero poco a poco empiezan a retomar su temperatura regular y un frío invasivo se apodera de ellos. Es en ese momento cuando la profesora Edith se acerca con una actitud maternal y cálida, dispuesta a calmar los rugientes estómagos y ofrecerles té para entrar en calor. La humildad y sencillez de la comunidad se siente y el calor humano es evidente.
En la escuela local está el director, Germán Green, un hombre delgado y alto, que irradia serenidad y disposición para compartir su experiencia en la institución educativa.
Desde el primer momento se muestra cercano y amable, demostrando su conocimiento sobre el funcionamiento del plantel y la cultura en la comarca. A medida que Green comparte sus vivencias en la escuela, es evidente su pasión por la educación y su compromiso con los estudiantes. Habla de los desafíos enfrentados a lo largo de los años, y de cómo ha trabajado junto al equipo de docentes para superarlos.
Desde su modesta oficina se observan los campos verdes que se extienden hasta donde llega la vista. Detrás de esta apariencia idílica, hay una situación que preocupa a Green. “En esta comunidad, los padres de los estudiantes se conforman con lo que hay”, dice con voz firme. “Hay padres que envían a sus hijos solo por recibir el Pase-U, la crema de maíz o las galletas para que merienden y tengan algo en el estómago”.
Green continúa hablando, haciendo ademanes con sus manos para enfatizar sus palabras. Pero a pesar de esta falta de interés por parte de algunos padres, el 60% de los estudiantes demuestra entusiasmo e interés en sus clases. Hemos visto resultados en cuanto a los graduados, y esto ha sido de gran ayuda para la cultura de la comarca.
¿Cuál es el mayor desafío de los educadores? Detrás de su escritorio, el director toma un momento para reflexionar antes de responder. Cita un problema recurrente que ha estado afectando a la educación en su comunidad. “Muchos padres no se atreven a dejar a sus hijos solos y deciden sacarlos de la escuela en octubre o noviembre para trasladarse a otras regiones o provincias para aprovechar la cosecha de café. A menudo regresan en la tercera o cuarta semana de marzo, cuando las clases ya han comenzado de nuevo”.
¿Por qué se van a cosechar café? Ser chambero es la principal fuente de ingreso para la mayoría de los habitantes de la comunidad. El salario que reciben por este trabajo puede variar de $3 a $30, dependiendo del peso y la distancia recorrida.
Los niños también participan en esta actividad, comienzan desde los 4 o 5 años de edad. El director explica que esta práctica es parte de la cultura de los ngäbes, la etnia indígena que habita en la región. “Es un gran desafío para nosotros”, afirma el educador mientras juega con sus dedos. “Hemos intentado evitar que los jóvenes abandonen su educación, pero la situación es difícil. Algunos padres simplemente no ven la importancia de la educación, especialmente cuando pueden obtener ingresos significativos durante la temporada de cosecha de café. Es una cuestión compleja, pero estamos trabajando duro para encontrar soluciones”.
“El periodo de octubre a marzo es especialmente importante para la recolección de café, ya que es cuando los granos están maduros y listos para ser cosechados. Los habitantes de Quebrada Hacha aprovechan este tiempo para ganar un poco más de dinero, lo que les permite hacer frente a sus necesidades básicas”, dice el director.
En el centro de salud de Quebrada Hacha está el asistente médico Rosendo Morales. El modesto lugar está lleno de pacientes, entre ellos niños con diferentes afecciones. En ese ambiente, Morales comienza a hablar de su trabajo en la comunidad, explicando el gran desafío que representa para él la tarea de convencer a los ngäbes sobre la importancia de las vacunas para evitar enfermedades.
Aunque la medicina convencional no es muy aceptada en la cultura ngäbe debido a sus creencias religiosas (Mama Tatda), Morales se ha dedicado a explicar los beneficios de las vacunas y poco a poco ha logrado convencer a la comunidad de la importancia de su uso.
Mientras Morales habla, los niños juegan y los padres esperan con paciencia. Entre los asistentes hay un bebé. Tiene ojos brillantes como dos luceros y la piel suave como una pluma, pero en su piel se muestran pequeñas ronchas rojizas y manchas moradas.
Morales continúa platicando. Explica que la poligamia es bastante normal dentro de la comunidad y es una parte integral de su cultura. Según Morales, la poligamia se practica para obtener una mejor estabilidad familiar y en ocasiones se practica el sororato (si la esposa muere, la relación familiar se mantiene al unirse el varón a una cuñada). Reconoce que la poligamia ha disminuido gradualmente en la comunidad debido a la educación escolar y a las iniciativas de salud que se han implementado en el centro de salud local.
Morales también señala que las enfermedades de transmisión sexual (ETS) son un problema en la comunidad, y que ya hay casos activos de sífilis, gonorrea, VIH y hepatitis B. Además, los múltiples embarazos son un desafío para las mujeres de la comunidad. Según Morales, en el pasado era común que las mujeres tuvieran un hijo por año, pero eso también ha disminuido en los últimos años.
Continúa describiendo. “Han abandonado en gran medida sus prácticas culturales y han olvidado trabajar la tierra, lo que ha llevado a un aumento de los casos de desnutrición. El centro de salud de la zona, que proporciona vitaminas, hierro y otros suplementos, no es suficiente para abordar el problema”, comenta Morales, quien finaliza su plática asegurando que se necesita la colaboración de los padres para que cultiven la tierra y no dependan exclusivamente del centro de salud.
El lugar está rodeado de vegetación. A lo lejos hay un puente de madera inestable por el que cruzan algunos niños uniformados, acompañados por un perro. A pesar de las pequeñas mecidas del puente, los niños cruzan con rapidez, demostrando su familiaridad con la zona. Para quienes no conocen el área, el puente representa peligro. Para cruzarlo hay que aferrarse a una cuerda delgada. Por la altura del puente, una caída sería muy peligrosa.
Otra opción es cruzar el río, pero las rocas cubiertas del resbaloso limo hacen caer al agua a quienes no dominan la zona. Al cruzar el puente está la casa de Domilcia, la chambera. Un familiar de Domilcia cuenta que antes las personas mayores solían realizar danzas para celebrar la llegada de la pubertad de una niña, pero que en la actualidad han dejado de practicarlo. “Con la evolución, ya no se hacen esos bailes y tampoco escuchamos nuestra música, ahora solo escuchamos música latina”, dice. También destaca que el uso de artefactos como radios, totumas y juegos con biombos, entre otros, están quedando en la historia debido a la modernización. “Ahora nos entretenemos con el celular, igual se nos inculca la cultura, pero casi no se practica”.
Además, destaca las nuevas alternativas económicas, como la elaboración de tiendas que simulan los mini supermercados. Erick, familia de Domilcia, comenta que son las mujeres quienes preservan más la cultura, ya que no abandonan el uso de su traje típico. “Las mujeres usan enaguas incluso para la escuela; los hombres nos vestimos así normal, como ustedes, los latinos”, dice.