- 06/06/2010 02:00
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Lo mejor que le pudo pasar a Al Sprague, pintor del folclore panameño por excelencia, fue que Paul Gauguin decidiera seguir viaje hacia Martinica en lugar de establecerse en Panamá en 1888, después de haber vivido y pintado alrededor de un año en el istmo.
Para Sprague, si el maestro del impresionismo francés hubiese permanecido en Panamá, lo más probable es que después de pintar el paisaje tropical se hubiese aficionado de las polleras panameñas y no habría quedado lugar para que este gringo-panameño que tan acertadamente y con tanto éxito ha plasmado en sus lienzos el vestido y las danzas más representativas del país, pudiera convertirse en uno de los pioneros de esta corriente artística. ‘Me alegra de que se fuera a Tahití’, acota jocosamente.
Al vino al mundo en la ciudad de Colón el 21 de diciembre de 1938 y fue bautizado con el nombre de Alwin. Lleva en la sangre la afición por el arte, pues su madre fue diseñadora de modas, su padre pintor en Austria y su abuelo materno diseñador de joyas. Él mismo empezó a pintar desde los 17 años y no ha parado desde entonces, aunque reconoce que hoy, a sus 71 está pintando con menos frecuencia que antes, pero cada vez mejor.
Y así como se mezclan los colores en su paleta de pintor, en su alma se mezclaron la inclinación por el arte, las aptitudes para desarrollarlo y el color y el calor del trópico que le vio nacer. De esa mezcla nació el amor de Sprague por los paisajes panameños, la cotidianeidad de las gentes, el mar y los pescadores, las palmas rumorosas y la belleza de la mujer interpretando un tamborito o una cumbia y luciendo airosa una pollera.
Con el pelo blanco – de rubio y del tiempo – que la cae desordenado sobre la frente y le da un aire travieso y casi infantil que contrasta con la barba también blanca y el cuerpo encorvado por la artritis, Al expresa una inmensa gratitud por dos mujeres que han significado mucho en su vida artística: su madre, que fue su mayor influencia y ‘quien creyó en mí todo el tiempo y me empujó a pintar’ y su esposa Marsha, con quien co mparte sus logros.
Fue su madre quien en 1956, cuando Al tenía 18 años preparó su primera exposición en el Hotel Panamá. Para entonces Sprague pintaba los paisajes istmeños, las playas, la ciudad, las casas, la gente y las palmeras. Se demoraba en reproducir los colores de los árboles de mango y los reflejos de la luz solar en la superficie de los lagos. En su afán por aprender, llegó incluso a experimentar con una cámara sumergible siguiendo las peripecias de los buceadores bajo el agua y los pescadores recogiendo sus trasmallos. Pocos años después, en 1968, pintó memorables escenas del Canal de Panamá. + 3B
VIENE DE LA PORTADA Desde 1974, cuando pintó su primera pollera – que se encuentra en la casa matriz del Chase Manhattan Bank en la capital panameña – no ha parado de pintar. ‘Creo que lo más bello que pude ver es la pollera. Las mujeres en Panamá son las más bonitas de todo el mundo’, dice el pintor que no disimula su pasión por Panamá y su folclore. ‘Después de ver Panamá no necesitas pintar nada más’, enfatiza. ‘Panamá lo tiene todo, desde la sencilla y menos costosa montuna hasta la pollera de lujo, no hay nada que se le compare en belleza’, exclama el artista.
Aunque se reconoce a si mismo como un pionero en esta corriente, ‘porque empecé cuando casi nadie pintaba polleras en Panamá’, Al dice que no se atreve a asegurar que sea el más famoso o el más importante pintor de polleras y, a pesar de estar convencido de la calidad de su trabajo y después de 55 años continuos de pintar, afirma que será ‘el pueblo panameño el que me juzgue cuando ya no esté y determine cuán buena y valiosa fue y es mi pintura’.
Acompañado de su esposa Marsha y su representante en Panamá Arlene Lachman, que le sirven de intérpretes para superar la barrera del idioma – su español no es muy bueno a pesar de los años en el país – Al explica que su técnica es semi-abstracta y que su estilo es fundamentalmente esencialista. ‘Llevo con fluidez y movimiento la esencia del baile al lienzo’, explica. ‘Las bailarinas dejan de serlo y se convierten en hadas y ninfas envueltas en un halo mágico. Yo tuve la suerte de estar en Panamá donde esa magia se produce y está ahí esperando que la tomes’, dice con emoción el artista.
Sprague dice que todavía la piel se le eriza cuando ve a las panameñas bailando. La postura y movimiento de sus manos, sus cabezas, sus cuellos altivos, los detalles de cada fragmento de los tembleques, las peinetas, las motas, las ruchas y los bordados. Y ‘cuando eso se combina al aire libre, es la luz de Panamá’, dice con entusiasmo. Al comparar su primera pollera pintada hace 36 años con la última (realizada en este año), Sprague considera que pinta mejor, maneja mejor los materiales y su trabajo es más fluido. ‘No soy una persona religiosa’, sigue Sprague, ‘pero cuando pinto le pido a Dios que guíe mi mano’, finaliza.
La mayor parte de sus obras se encuentran en manos de coleccionistas privados en Panamá y Estados Unidos. Según el artista, depende de su representante que se conozcan en otros países. Hoy en el Pentágono en Washington, se exhiben 19 reproducciones de pinturas originales sobre la invasión estadounidense a Panamá, cuando fue nombrado pintor oficial de la Operación Causa Justa de 1989. Originalmente fueron 20, pero después de que una se quemó en los atentados del 11 de septiembre de 2001, las restantes fueron sustituidas por copias.
Entre las personalidades que han adquirido una obra de Sprague figuran el ex presidente francés, François Miterrand; el ex presidente español, Felipe González; el ex presidente de Panamá Ricardo de La Espriella quien se la regaló a Ronald Reagan y el fallecido actor Anthony Queen, entre otros famosos. También la Biblioteca Jimmy Carter en Georgia, Estados Unidos, cuenta con uno de sus cuadros y varios lienzos sobre barcos están en la Autoridad del Canal de Panamá.
Este gringo panameño, que como él mismo dice, pese a haber nacido en estas tierras no tiene la pinta de nativo, se siente panameño y ‘aunque no lo parezca mis ojos hicieron que mirara Panamá como muchos otros panameños no lo han visto. Veo la belleza de la luz iluminando a la vendedora de pibá, al limpiador de pescado, al pescador arrastrando su trasmallo o las polleras girando. Yo veo al raspadero con su gorra al revés, con todos sus colores y saboreo esa visión así como otros saborean el raspado’, dice con emoción contenida.
Sprague se levanta de la silla donde ha permanecido durante la entrevista y se apoya en el bastón de madera que la artritis lo ha condenado a usar. En la empuñadura lleva una pequeña escultura de bronce que reproduce perfectamente su rostro y, apoyado en sí mismo, abandona la sala dejando atrás varias polleras, montunas y palmeras pintadas en los últimos años. Todas ellas formarán parte de una retrospectiva del artista que se realizará en enero próximo en el Museo del Canal Interoceánico.
Casi como en una oración, musita despacio que le gustaría ser recordado como artista panameño con raíces en Estados Unidos, que siente que ambos países han estado unidos siempre y por encima de sus diferencias, y que espera que sus pinturas sean recordadas como obras tan buenas que la gente venga a Panamá para verlas. Y casi sin querer añade que desearía que hubiese un museo que albergase sus obras. ‘Pero eso es mucho pedir’, dice con un suspiro.
Lo mejor que le pudo pasar a Al Sprague, pintor del folclore panameño por excelencia, fue que Paul Gauguin decidiera seguir viaje hacia Martinica en lugar de establecerse en Panamá en 1888, después de haber vivido y pintado alrededor de un año en el istmo.
Para Sprague, si el maestro del impresionismo francés hubiese permanecido en Panamá, lo más probable es que después de pintar el paisaje tropical se hubiese aficionado de las polleras panameñas y no habría quedado lugar para que este gringo-panameño que tan acertadamente y con tanto éxito ha plasmado en sus lienzos el vestido y las danzas más representativas del país, pudiera convertirse en uno de los pioneros de esta corriente artística. ‘Me alegra de que se fuera a Tahití’, acota jocosamente.
Al vino al mundo en la ciudad de Colón el 21 de diciembre de 1938 y fue bautizado con el nombre de Alwin. Lleva en la sangre la afición por el arte, pues su madre fue diseñadora de modas, su padre pintor en Austria y su abuelo materno diseñador de joyas. Él mismo empezó a pintar desde los 17 años y no ha parado desde entonces, aunque reconoce que hoy, a sus 71 está pintando con menos frecuencia que antes, pero cada vez mejor.
Y así como se mezclan los colores en su paleta de pintor, en su alma se mezclaron la inclinación por el arte, las aptitudes para desarrollarlo y el color y el calor del trópico que le vio nacer. De esa mezcla nació el amor de Sprague por los paisajes panameños, la cotidianeidad de las gentes, el mar y los pescadores, las palmas rumorosas y la belleza de la mujer interpretando un tamborito o una cumbia y luciendo airosa una pollera.
Con el pelo blanco – de rubio y del tiempo – que la cae desordenado sobre la frente y le da un aire travieso y casi infantil que contrasta con la barba también blanca y el cuerpo encorvado por la artritis, Al expresa una inmensa gratitud por dos mujeres que han significado mucho en su vida artística: su madre, que fue su mayor influencia y ‘quien creyó en mí todo el tiempo y me empujó a pintar’ y su esposa Marsha, con quien co mparte sus logros.
Fue su madre quien en 1956, cuando Al tenía 18 años preparó su primera exposición en el Hotel Panamá. Para entonces Sprague pintaba los paisajes istmeños, las playas, la ciudad, las casas, la gente y las palmeras. Se demoraba en reproducir los colores de los árboles de mango y los reflejos de la luz solar en la superficie de los lagos. En su afán por aprender, llegó incluso a experimentar con una cámara sumergible siguiendo las peripecias de los buceadores bajo el agua y los pescadores recogiendo sus trasmallos. Pocos años después, en 1968, pintó memorables escenas del Canal de Panamá. + 3B
VIENE DE LA PORTADA Desde 1974, cuando pintó su primera pollera – que se encuentra en la casa matriz del Chase Manhattan Bank en la capital panameña – no ha parado de pintar. ‘Creo que lo más bello que pude ver es la pollera. Las mujeres en Panamá son las más bonitas de todo el mundo’, dice el pintor que no disimula su pasión por Panamá y su folclore. ‘Después de ver Panamá no necesitas pintar nada más’, enfatiza. ‘Panamá lo tiene todo, desde la sencilla y menos costosa montuna hasta la pollera de lujo, no hay nada que se le compare en belleza’, exclama el artista.
Aunque se reconoce a si mismo como un pionero en esta corriente, ‘porque empecé cuando casi nadie pintaba polleras en Panamá’, Al dice que no se atreve a asegurar que sea el más famoso o el más importante pintor de polleras y, a pesar de estar convencido de la calidad de su trabajo y después de 55 años continuos de pintar, afirma que será ‘el pueblo panameño el que me juzgue cuando ya no esté y determine cuán buena y valiosa fue y es mi pintura’.
Acompañado de su esposa Marsha y su representante en Panamá Arlene Lachman, que le sirven de intérpretes para superar la barrera del idioma – su español no es muy bueno a pesar de los años en el país – Al explica que su técnica es semi-abstracta y que su estilo es fundamentalmente esencialista. ‘Llevo con fluidez y movimiento la esencia del baile al lienzo’, explica. ‘Las bailarinas dejan de serlo y se convierten en hadas y ninfas envueltas en un halo mágico. Yo tuve la suerte de estar en Panamá donde esa magia se produce y está ahí esperando que la tomes’, dice con emoción el artista.
Sprague dice que todavía la piel se le eriza cuando ve a las panameñas bailando. La postura y movimiento de sus manos, sus cabezas, sus cuellos altivos, los detalles de cada fragmento de los tembleques, las peinetas, las motas, las ruchas y los bordados. Y ‘cuando eso se combina al aire libre, es la luz de Panamá’, dice con entusiasmo. Al comparar su primera pollera pintada hace 36 años con la última (realizada en este año), Sprague considera que pinta mejor, maneja mejor los materiales y su trabajo es más fluido. ‘No soy una persona religiosa’, sigue Sprague, ‘pero cuando pinto le pido a Dios que guíe mi mano’, finaliza.
La mayor parte de sus obras se encuentran en manos de coleccionistas privados en Panamá y Estados Unidos. Según el artista, depende de su representante que se conozcan en otros países. Hoy en el Pentágono en Washington, se exhiben 19 reproducciones de pinturas originales sobre la invasión estadounidense a Panamá, cuando fue nombrado pintor oficial de la Operación Causa Justa de 1989. Originalmente fueron 20, pero después de que una se quemó en los atentados del 11 de septiembre de 2001, las restantes fueron sustituidas por copias.
Entre las personalidades que han adquirido una obra de Sprague figuran el ex presidente francés, François Miterrand; el ex presidente español, Felipe González; el ex presidente de Panamá Ricardo de La Espriella quien se la regaló a Ronald Reagan y el fallecido actor Anthony Queen, entre otros famosos. También la Biblioteca Jimmy Carter en Georgia, Estados Unidos, cuenta con uno de sus cuadros y varios lienzos sobre barcos están en la Autoridad del Canal de Panamá.
Este gringo panameño, que como él mismo dice, pese a haber nacido en estas tierras no tiene la pinta de nativo, se siente panameño y ‘aunque no lo parezca mis ojos hicieron que mirara Panamá como muchos otros panameños no lo han visto. Veo la belleza de la luz iluminando a la vendedora de pibá, al limpiador de pescado, al pescador arrastrando su trasmallo o las polleras girando. Yo veo al raspadero con su gorra al revés, con todos sus colores y saboreo esa visión así como otros saborean el raspado’, dice con emoción contenida.
Sprague se levanta de la silla donde ha permanecido durante la entrevista y se apoya en el bastón de madera que la artritis lo ha condenado a usar. En la empuñadura lleva una pequeña escultura de bronce que reproduce perfectamente su rostro y, apoyado en sí mismo, abandona la sala dejando atrás varias polleras, montunas y palmeras pintadas en los últimos años. Todas ellas formarán parte de una retrospectiva del artista que se realizará en enero próximo en el Museo del Canal Interoceánico.
Casi como en una oración, musita despacio que le gustaría ser recordado como artista panameño con raíces en Estados Unidos, que siente que ambos países han estado unidos siempre y por encima de sus diferencias, y que espera que sus pinturas sean recordadas como obras tan buenas que la gente venga a Panamá para verlas. Y casi sin querer añade que desearía que hubiese un museo que albergase sus obras. ‘Pero eso es mucho pedir’, dice con un suspiro.