Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 24/01/2010 01:00
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“La última vez que vi el reloj eran como las 4:50 de la tarde. Las noticias dicen que todo empezó entre esa hora y las 5”, dice todavía conmocionada Tamara Haayen, joven ingeniera panameña que sobrevivió al terremoto que asoló Haití el pasado martes 12 de enero, un día que nunca podrá olvidar.
Tamara se considera una “sobreviviente en toda la extensión de la palabra”. Sentada en la sala de la casa donde vive con Eva, su madre, no puede evitar que se le quiebre la voz y que las lágrimas aneguen sus ojos al recordar los terribles momentos vividos. “Con todo lo que pasó a mi alrededor, viendo cómo la gente moría, que yo haya salido sin mayor inconveniente, que haya salido viva, tiene un gran significado”, afirma con un hilo de voz.
Al igual que muchos jóvenes profesionales, cuando se le presentó la oportunidad de trabajar con una transnacional, Tamara que es ingeniera en telecomunicaciones, la tomó sin dudarlo y partió para Haití en mayo de 2009. Tenía 8 meses en la isla cuando pasó por esta experiencia que no se compara con ninguna otra que tuvo antes.
Como todos los días desde que llegó a Puerto Príncipe, Tamara estaba a punto de terminar su jornada laboral en el momento en que la tierra empezó a temblar. Se encontraba en su oficina conversando con tres colegas que acababan de llegar a Haití para incorporarse al equipo. “El edificio empezó a sacudirse y en ese momento mi mente quedó en blanco. No se me pasaba nada por la cabeza. Sólo me repetía una y otra vez 'Jesús para esto'” relata esta mujer de 25 años que tiembla y llora al rememorar esos angustiosos 35 segundos que parecieron una eternidad.
En ese tiempo y en las réplicas posteriores del sismo que siguen produciéndose y que, según los expertos podrían prolongarse hasta por dos semanas, la capital haitiana quedó arrasada. A doce días de la tragedia la cifra de muertos, heridos, desaparecidos y damnificados aún no ha podido ser precisada y lo peor es que sigue aumentando a medida que pasa el tiempo por las dificultades para llegar y distribuir la ayuda necesaria. +3B
Viene de 1B
Mientras conversamos con Tamara, no podemos evitar comparar su rostro y su mirada de hoy, después de la dolorosa experiencia, con los que exhibe en una foto de graduación colocada junto al televisor. La mirada alegre y la sonrisa despreocupada contrastan con la tristeza contenida y la impotencia del rostro que tenemos al frente.
Pese a que no estaba segura de poder hablar tan pronto sobre lo vivido, sigue recordando y relatando aquellos primeros momentos. Con la adrenalina al límite, temblando y sin poder coordinar sus ideas, Tamara, junto a varios compañeros, salió del edificio de dos pisos donde estaba su lugar de trabajo que, a pesar de haberse sacudido fuertemente, no cayó. “Estábamos en las afueras, en una de las colinas que quedan por encima del down town , el centro de la ciudad”, recuerda.
“Corrimos arriba de la colina por detrás del edificio. Al principio no se veía nada por el polvo de los derrumbes y porque a esa hora ya empieza a caer el sol y a oscurecer. Pude llamar a mi mamá, porque mi celular funcionaba, para decirle que estaba bien y prestarle el celular a otros compañeros para que pudieran comunicarse con sus familias. Pero en ese momento empezó a temblar por segunda vez”, cuenta Tamara. Ese segundo temblor fue mucho menor y más corto, pero ella y su grupo lo sintieron con mayor fuerza.
Una vez que bajó el polvo después del segundo remezón, pudieron ver a lo lejos el caos en Carrefour (una de las zonas más afectadas). Sus compañeros haitianos empezaron a caminar entre los escombros para ir en búsqueda de sus familias y con Tamara se quedó el grupo de extranjeros, sin saber para donde ir. De ellos, un compañero algo mayor fue el único lastimado por un muro que le cayó encima y aunque no era gran cosa estaba muy asustado. Cuando se hizo más oscuro, se dieron cuenta de que no podían quedarse a la intemperie porque no sabían lo que podría ocurrir en las sombras de la noche. Llegaron hasta un área más accesible y desde allí fueron recogidos por vehículos de la empresa que los transportaron a casas de amigos que les dieron refugio temporal.
Como otros extranjeros que trabajan en Haití, Tamara vivía en un apartamento dentro del Hotel Montana, el de más categoría en la capital, que colapsó completamente aplastando a casi la totalidad de la gente que se encontraba allí en ese momento. Unos días después del sismo, los socorristas lograron sacar con vida a dos personas vivas de entre los escombros. “Si yo hubiese salido más temprano de mi trabajo”, dice Tamara, “como hacía algunas veces, quizás hubiese muerto en el apartamento o en el supermercado Caribean que era el más abastecido y al que todo el mundo iba en Puerto Príncipe, y que se derrumbó”.
Tamara piensa que es imposible que su apartamento se haya destruido. “Era de roca pura”, dice con temblor en la voz. “No se puede haber caído, ahí tienen que haberse salvado las personas que trabajaban en nuestros apartamentos”, ruega con una fe también de roca esperando dos milagros: que Monique, la camarera que salía a las 4 de la tarde se haya ido a tiempo y que Herby, el que se quedaba hasta por la noche, esté vivo debajo de los escombros y esperando que lo rescaten, alimentándose con lo que había en los apartamentos. “Aunque no nos entendíamos, por el idioma, uno ve la bondad de las personas, él acababa de tener una bebé y espero que ambos se hayan salvado”, dice mientras las lágrimas resbalan por sus mejillas.
Eso fue lo peor para Tamara. “Pensar en las amistades que hice allá y no poder saber nada de ellos. Porque en ocho meses te encariñas bastante con la gente”, reflexiona como para sí misma. “Me pongo a pensar en la gente que conocí en el hotel y le pido a Dios que se hayan salvado o.. que se cumpla su designio”, dice con tristeza. Tamara había asumido para sí el dolor del pueblo haitiano. “Tú ves la situación tan difícil que se vive allá.. Cada vez que venía a Panamá quería traerme a todo el mundo dentro de la maleta”, dice preguntándose ahora qué puede realmente hacer por ellos desde aquí.
Pese a su juventud y su poca experiencia, no está tan equivocada al sugerir, primero, que no se deje de hacer donaciones para el pueblo haitiano. “Quizás no les lleguen de inmediato, pero a la larga van a recibirla porque la necesitan”, dice y propone a continuación que los organismos internacionales y los estados poderosos coordinen la reconstrucción de ese país. “No será en un mes ni un año siquiera, tomará mucho tiempo, pero se necesita del apoyo de todos”, concluye.
Tamara está dispuesta a regresar a Haití, pero no en este momento, “porque podría ser más bien una carga, pero sé que tengo que volver. Porque allá se quedaron mis compañeros y de repente porque tengo que cerrar este capítulo”, asegura. Pero sabe que esta decisión en sí misma y por lo que representa para una persona que, como ella, sobrevivió al horror, exige un gran acto de valentía. “El solo hecho de decir yo regreso es un esfuerzo enorme”, añade.
Hoy una Tamara que valora su vida como nunca antes, todavía no se siente a salvo. “Cuando llegué a mi casa, aquí en Panamá, lloré mucho, pero sentirme a salvo...todavía tengo los nervios alterados y aunque estoy durmiendo mejor, cualquier ruido fuerte me asusta”, confiesa con franqueza. Al ser hija única, su mayor angustia era lo que podía estar sintiendo su mamá mientras seguía las noticias internacionales, porque después de la primera llamada había perdido el contacto con ella. El jueves, dos días después del terremoto, logró hablar nuevamente con ella y no pudo contener el llanto, mientras su madre, serena, la tranquilizaba. “Después me dijeron que ese día mi mamá se había quebrado”, dice llorando.
Después de la experiencia vivida, no se siente preparada para otro evento parecido, “Creo que ese día todos reaccionamos mal, nos quedamos donde estábamos”, dice sonriendo por primera vez en toda la entrevista. “No te pasa por la cabeza eso de 'cómo reaccionar en caso de...' La única recomendación es “encomiéndese a Dios'”, termina esta sobreviviente que logró salir del infierno con la suerte que no tuvieron miles de personas que nunca podrán, como ella, contar su historia.